EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Llamar a la solidaridad internacional con México

Saúl Escobar Toledo

Febrero 01, 2017

Dos personajes distintos tomaron posesión el 20 de enero en Estados Unidos: el magnate y oligarca; y el político oportunista y demagogo que logró obtener los votos necesarios para conducir los destinos de esa nación. No me refiero a una disociación de personalidades en un mismo individuo, de un psicótico al estilo de la famosa novela Dr. Jekyll y Mr. Hyde de R.L. Stevenson. Tampoco, solamente, a que un acaudalado hombre de negocios se convierta en el principal responsable de la conducción de un gobierno. Pretendo describir las características de una persona que piensa, habla y actúa, para beneficiarse personalmente y a la élite económica a la que pertenece desde el poder político y al mismo tiempo se propone ejercer ese poder para satisfacer los intereses nacionales y remediar los problemas que, según él y sus votantes, aquejan a su país.
Trump se asume como representante del pueblo y simultáneamente ostenta su condición de magnate. Se presenta como un patriota y nacionalista, y es también un interesado en hacer negocios por encima de todo y de todos. Un presidente que habla a nombre de la clase obrera (“los olvidados atrapados por la pobreza”) y un hombre acaudalado rodeado de un equipo de millonarios (su gabinete) que gobernará para los intereses de la minoría más próspera, el uno por ciento que concentra buena parte de la riqueza mundial. Un político que se ha aprovechado del descontento de millones de estadunidenses por los males de la globalización, y un hombre de negocios interesado en expandir el poder económico de esa élite que se ha enriquecido inmensamente gracias a que controla los mercados internacionales.
Esta mezcla de intereses, pensamientos, declaraciones e intenciones resulta desde luego muy confusa. Sobre todo, porque el Sr. Trump está convencido de que puede ser ambos personajes y actuar exitosamente para conseguir los objetivos que se propone en esos dos papeles.
Las contradicciones en que cae frecuentemente y las mentiras que cínicamente dice no son resultado de una confusión mental sino de las intenciones que las alienta: los negocios y el poder político.
Sus decisiones como presidente estarán marcadas permanentemente por este doble interés. Así, su proyecto económico consiste en regular la economía (con el proteccionismo comercial e impuestos a las inversiones foráneas) y desregularla (con menos leyes e interferencias administrativas); en ejercer un mayor gasto público (en infraestructura) y reducir los impuestos a los más ricos; en crear más empleos y eliminar la protección social a los trabajadores y oponerse a los aumentos al salario mínimo; en hablar en nombre de los pobres y proponerse políticas que aumentarán la desigualdad; en declarar que Estados Unidos ha hecho ricos a otros países sin confesar que la globalización ha beneficiado a la élite de la que forma parte; en proteger las fronteras y los intereses de su país como primera prioridad, y en tratar de asegurar los intereses de esa élite económica sobre el mundo. Trump, el político popular y oportunista, quiere acabar con el modelo de globalización imperante hasta ahora, y Trump, el magnate, llevar al extremo ese mismo modelo con nuevas variantes que favorezcan a los grandes inversionistas.
En sus primeras decisiones de gobierno ya se pudo observar esta dualidad. Trump, el político demagogo decidió cancelar las visas de entrada a Estados Unidos a personas de religión musulmana provenientes de siete países bajo una orden que ha causado un gran malestar en el mundo además de una terrible confusión legal. Desde luego, sus gestos, órdenes y dictados contra México forman parte de ese espectáculo político para satisfacer a sus electores. Al mismo tiempo, el magnate inescrupuloso ordenó eliminar las restricciones para la construcción del oleoducto Keystone XL, proyecto en el que tiene inversiones personales que pueden llegar a los 50 milllones de dólares; ha señalado que impulsará una ley para una masiva privatización de grandes obras de infraestructura con la que él y sus socios resultarían directamente beneficiados; y ha tomado medidas para evadir las regulaciones sobre conflictos de interés, lo cual según algunos prominentes abogados estadunidenses significarían una violación abierta a la Constitución y podrían ser materia de un impeachment o juicio político (Cf. Trump is violating the Constitution, por David Cole, The New York Review of Books, 26 de enero de 2017).
El presidente de Estados Unidos seguirá jugando el papel de estos dos personajes dependiendo de la materia de que se trate y de otros factores que será difícil entender.
Trump es por supuesto el síntoma de la crisis de la globalización de las últimas décadas, pero seguramente no será el remedio. Representa un momento de transición, pero sin salidas. Encarna el descontento social pero seguramente decepcionará y hará aumentar el rencor de los ciudadanos. Sus desaciertos y los conflictos que provocará tendrán un costo inestimable e incalculable, en estos momentos, para su nación y para el mundo.
En estas condiciones, México se convierte en el eslabón más débil de sus extravíos. China, el gigante asiático, donde se asientan gran parte de los inversionistas de Estados Unidos y donde se han desplazado un gran número de empresas estadunidenses (y de empleos según la lógica de la Trumpeconomics), es también el gran exportador de mercancías a ese país y al mundo. Debería ser, bajo el pensamiento nacionalista de Trump, el principal objeto de sus medidas proteccionistas. Pero, por su tamaño e importancia, es evidente que China es un rival demasiado difícil: una confrontación con esa nación sería demasiado costosa. En este caso es probable que Trump, el inversionista, se imponga sobre el gobernante.
En cambio, México aparece en la mente del político demagogo como la presa más fácil que le permitirá demostrar a sus votantes que él si cumple y que no se trata de puras palabras sino de hechos. La persecución de inmigrantes, el muro y el TLCAN son los trofeos políticos que espera obtener no tanto para cambiar las cosas en favor de sus electores y hacer más grande a Estados Unidos, sino para que el político Trump se fortalezca sin dañar demasiado al empresario Trump y a su élite.
La resistencia en tiempos de Trump nos obliga a impulsar desde la sociedad un amplio conjunto de iniciativas que tendrán que discutirse. Una de ellas podría ser la de convocar a una Conferencia Internacional de Solidaridad con México a la que acudieran personajes de la política, intelectuales y representantes de sindicatos y organizaciones humanitarias para manifestarse en torno a tres asuntos: los peligros que corre la paz a nivel mundial bajo el mandato del nuevo presidente de Estados Unidos; la construcción de un nuevo orden económico mundial ante el descontento por la globalización; y la defensa de México frente a las amenazas del tirano.
La idea sería reunir a un muy amplio espectro político e intelectual que coincida en el repudio al racismo, la xenofobia, el proteccionismo comercial que proclama para lograr lo que realmente le importa: la desregulación ambiental, laboral y financiera; y las violaciones de los derechos más elementales de los migrantes.
Un acto de solidaridad con un país que ahora está siendo utilizado como blanco principal de los ataques de un gobierno que intenta romper las reglas elementales de la convivencia pacífica y los derechos humanos universales contemplados en los documentos de la ONU.
Las acciones en el plano internacional no deben relegar o subordinar el debate sobre nuestros problemas internos. Las protestas contra el gasolinazo y el cambio en la política económica, así como la lucha contra la corrupción y la violencia tienen que seguir siendo parte de la agenda ciudadana.
La convocatoria a la solidaridad internacional con México y la lucha por el cambio del rumbo de nuestro país son complementarias. Ambas requieren de la participación decidida de la sociedad.

Twitter: #saulescoba