EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Llegó el 2018

Arturo Martínez Núñez

Enero 09, 2018

El temido y al mismo tiempo anhelado 2018 ha llegado finalmente. Litros de tinta se han vertido anunciando su llegada con proclamas sobre su importancia histórica, política y económica para México.
Simpatizantes de unos y otros candidatos, de tiros y troyanos, anuncian la buena nueva: este es el año bueno, histórico, único e irrepetible. Sobra decir que esto siempre es igual: el 88 era histórico lo mismo que el histórico 94, el histórico 2000 de Fox, por no hablar del histórico 2006 y del histórico 2012.
Para los candidatos, los partidos, los consultores y los estrategas, cada año electoral es histórico, único, especial. Y es verdad porque el que está involucrado en una campaña piensa que está haciendo historia. Claro, su historia. Otra cosa es que eso luego se convierta en la historia nacional.
Para los ciudadanos comunes, la “historia” no será muy diferente. Cuando en el 2000 el PRI perdió el poder a manos –o a botas– de Vicente Fox, los mexicanos creían que por arte de magia todo cambiaría y sería diferente: muerto el perro se terminaba la rabia. Lo mismo ocurrió con algunas gestas “históricas” en los estados de la República: Pablo Salazar en Chiapas (2000); Lázaro Cárdenas Batel en Michoacán (2001), y Zeferino Torreblanca en Guerrero (2005), por solo mencionar a algunos gobernadores del “cambio” que no fue.
El problema de fondo sigue siendo el mismo: los mexicanos apostamos a que con un golpe de magia habremos de resolver complejos problemas: vendrá Andrés Manuel y transformará todo en base a la honestidad; llegara Pepe Meade con su gran preparación; Anaya es joven y habla muy bonito el francés…
Y esta dinámica se repite en las gubernaturas, en las diputaciones y senadurías y en las presidencias municipales: Arturo sí cumple; Juan no te fallará; Pedro, el cambio verdadero; Luis, por un (poner el nombre del municipio que se quiera aquí) diferente…
La fórmula parece bien calibrada: yo te vendo un producto que difícilmente te podré entregar, a cambio, tú me pagas con tu voto y te desentiendes de tu responsabilidad hasta dentro de tres años.
Andrés Manuel López Obrador camina imbatible hacia la presidencia. Sus dos escoltas, Meade y Anaya, parecen enfrascados en una guerra neutralizadora entre ellos, por ver quién es aquel que pueda abanderar el voto contra el primero. Tres independientes alcanzarán a estar en la boleta: El Bronco, Margarita Zavala y Armando Ríos Piter. Los tres con participaciones meramente testimoniales apostando a dar un campanazo en los debates.
En las circunstancias actuales, solamente una externalidad mayor cambiaría el curso del resultado: un magnicidio, un accidente, una catástrofe natural de dimensiones apocalípticas, una conflagración mundial.
Andrés Manuel López Obrador no es impactado por las noticias falsas ni las campañas orquestadas. Ni siquiera es afectado por algunas de sus decisiones que pudieran considerarse polémicas como la alianza con el PES, la cercanía de personajes impresentables en su entorno, ni su increíble capacidad para meterse en polémicas estériles. La mayor virtud que ve el electorado en López Obrador es la congruencia y que la gente lo percibe como alguien externo a la política tradicional: “Andrés es como nosotros, habla como nosotros, vive como nosotros”.
A Meade le urge encontrar su espacio en el tablero electoral. Su papel en la narrativa de la campaña. Le pesan los casos de corrupción que afloran día a día. “Yo no soy como ellos”, parece decir, “yo soy externo y ciudadano”. El problema es que es por lo menos esquizofrénico decir que, tú no eres como ellos, pero los representas a ellos. El valor de la “preparación” no pareciera calar en el electorado: sí, estas muy preparado, pero en primer lugar no eres una michelada y en segundo lugar también estaban muy preparados Miguel de la Madrid (Maestro por Harvard); Carlos Salinas (Doctor por Harvard); Ernesto Zedillo (Doctor por Yale) y Felipe Calderón (Maestro por Harvard), con los resultados conocidos.
Tampoco el valor de la “honestidad” de Meade parece estar penetrando: es intentar vender algo normal como extraordinario. Es como decir que tú eres mejor personas por el simple hecho de no ser un ladrón. No: si no eres un ladrón, eres una persona normal, no una persona extraordinaria. La normalidad no es una virtud ni un valor.
Esto nos lleva al tercer gran “positivo” de Meade, su falta de militancia y su supuesta ciudadanía. Este podría ser un positivo de no ser porque estás postulado por el partido que simboliza el control corporativo en México. Tu puedes ser todo lo ciudadano que quieras, pero representas a un partido muy bien organizado en sectores y organizaciones. Quizás al único partido nacional de México que cuenta con una poderosa organización territorial y sectorial. El antónimo de ciudadano es el priismo. Por definición no puedes ser ciudadano apartidista y priista al mismo tiempo.
Ricardo Anaya por su parte representa a la contradicción andando. Es de derecha, pero postulado por un partido de supuesta izquierda con la ayuda de un Movimiento “ciudadano”. Anaya representa a esa añeja tradición de la política de los advenedizos trepadores que en su camino a la cima van pisoteando a todo aquel que se atraviesa en su camino (para referencias literarias leer Madame Bovary de Gustav Flaubert o Rojo y Negro de Stendhal). Anaya ha sido consistente en su traición con todos aquellos que lo han apoyado: traicionó a Felipe Calderón que lo hizo subsecretario de Turismo con apenas 32 años; después traicionó a Gustavo Madero que lo impulsó en la Presidencia del Congreso federal y la del PAN. No hay que ser un genio para adivinar la suerte que correrán sus hoy felices aliados: los dueños del aparato del PRD y Dante Delgado, dueño y señor de MC.
Anaya habla excelente inglés y francés, como podemos constatar en los spots que lo promueven. También es un gran presentador y operario del Power Point. Tiene especialidad en imprimir tarjetas que a la menor provocación saca en cualquier entrevista a la que lo inviten. El problema es que su discurso tampoco encuentra espacio en el tablero electoral. Anaya propone que no se vote por el PRI porque representa lo peor, sino que se vote por él que representa a los 12 años del régimen panista más los acumulados del PRD y MC. Trata de vender una coalición sin ideología para cambiar al régimen. Pone de ejemplo a Chile y Alemania donde la izquierda y la derecha han gobernado en coalición en distintas oportunidades. La diferencia es que hoy, el PRD ya no representa a la izquierda de México y el PAN fue abandonando poco a poco su doctrina social cristiana a favor de una derecha empresarial, salvaje y corrupta. Anaya quizás sea mejor candidato que Meade e incluso que Andrés Manuel pero en comunicación política la falla más grande que se puede tener es la falta de coherencia entre lo que se es y lo que se dice.

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