EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Lo que creemos sin ver

Adán Ramírez Serret

Julio 13, 2018

Los aportes literarios de la Biblia, del texto sagrado para muchos, han sido inmensos. Se le debe, sin duda, la aportación de la imprenta pues es de todos sabido que fue la obra que inspiró a Gutenberg a desarrollarla.
También, las historias que contiene este libro han sido fundamentales, me atrevo a decir, en la mayor parte de las obras literarias más importantes. Y sucede que, lo que me parece fantástico, es que ni siquiera es necesario ser creyente para disfrutar esta influencia, para deleitarse con historias maravillosas como la Torre de Babel, El arca de Noé o los evangelios. Está el caso de Jorge Luis Borges o más recientemente Emmanuel Carrère, quienes ven en estos textos sagrados la riqueza literaria intrínseca más allá de cualquier credo.
Pienso esto a partir de la maravillosa novela de Michel Faber (La Haya, 1960) El libro de las cosas nunca vistas. Se trata por demás de una historia inquietantemente original, pues mezcla dos géneros que usualmente no se encuentran tan cercanos. Por un lado, la ciencia ficción, y por el otro, el sentido del humor y un realismo muy inglés. Es claramente realista, pues la historia comienza con una pareja que va camino al aeropuerto. Van tristes y melancólicos y no sabemos la causa. Sin embargo, es notable que cierta urgencia los agobia, pues en algún momento la mujer le pide a su esposo que se orille a un lado de la carretera y le haga el amor en la parte trasera del coche. Me recuerda a Ian McEwan o a Martin Amis, pues más allá de disfrutar el momento, la pareja se encuentra sobre todo incómoda, sobre todo el varón, a tal grado que decide terminar lo antes posible para acabar de una vez y volver camino al aeropuerto. Sin embargo, no bien sucede, ya se siente culpable por dejar insatisfecha a su mujer. Y es ciencia ficción, pues pocas páginas más adelante nos enteramos que la pareja se encuentra melancólica porque Peter, el esposo que es pastor cristiano, viajará a otra galaxia para compartir El Evangelio con unas extraterrestres.
La novela está escrita con maestría y disfrutamos la nave espacial, un armatoste desde donde Peter no puede ver nada más que cuatro paredes, y la llegada a la estación en el remoto planeta de otra galaxia. Se trata de un conjunto horroroso en donde tiene que vivir y convivir con sus compañeros de muy pocas palabras. El único contacto que mantiene con la tierra, con el mundo, es una computadora en donde puede recibir mensajes de texto de su esposa.
Finalmente llega el día en que debe conocer a los extraterrestres. Conducen por el extraño, árido y lluvioso planeta, durante una hora, hasta que llegan a la ciudad de los otros seres. Es un conjunto sin gracia de habitaciones. Ahí los espera un ser que sorprende a Peter pues tiene un cuerpo parecido al del humano con tronco, dos pies y dos manos; lo único diferente es su rostro. Es tan extraño que la única forma en que puede describírselo a sí mismo es como el dos fetos que se dan la espalda. Cuando lo presentan, viene la sorpresa que nos deja a todos de una pieza, y es que los extraterrestres, no sólo ya lo estaban esperando, sino que ellos lo pidieron. Y, lo que más les interesa, más que el pastor, es “el libro de las cosas nunca vistas” que no es otro más que La Biblia.
Me parece una idea por demás genial, pensar que unos extraterrestres a millones de kilómetros en otra galaxia, piensen en las historias de la religión cristiana, como en cosas nunca vistas. Precisamente Peter, el pastor, recuerda la parte del Evangelio según San Juan, en donde tras la resurrección de Cristo, Tomás se niega a creer y dice: “A menos que vea en sus manos la impresión de los clavos y meta mi mano en su costado, de ninguna manera creeré”. Entonces Jesús toma sus manos y le enseña sus manos heridas y mete sus dedos en su costado para que deje de ser incrédulo. Peter recuerda esto, pues los extraterrestres aman precisamente este libro porque cuenta cosas inverosímiles. Literarias.
Me parece que es un gusto muy cercano al de todos los que consumen literatura, leer y escuchar sobre cosas imposibles, nunca vistas. Estar dispuestos a creer sin ver.
(Michel Faber, El libro de las cosas nunca vistas, Barcelona, Anagrama, 2016. 620 páginas).