EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Los 100 años de Tin Tan (I)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Noviembre 19, 2015

Aquí, su primera película

Germán Valdez Tin Tan debuta en el cine mexicano cantando con su carnal Marcelo en la película titulada Hotel de verano, de 1944. Cinta no rodada en Acapulco, ciertamente, pero sí recreada en un falso hotel Las Hamacas, aún en operación. El enorme letrero de la hospedería sí fue copiado fielmente, no así la fachada. A esta le plantaron un hermoso palmar con frescas hamacas yucatecas, meciéndose en ellas hermosas mujeres al ritmo de las olas.
El cómico llega a la ciudad de México precedido de buena fama lograda en la radio de Ciudad Juárez, Chihuahua, donde ha caracterizado a un personaje llamado Topillo Tapas, figura representativa del mexicano “del otro lado”, llamados sucesivamente zoot suiters, pachuchos y cholos. Visten pantalones bombachos sujetos con tirantes y acinturados casi en el pecho; sacos de solapa ancha, grandes hombreras y tan largos que casi llegaban a las corvas; botas altas o zapatos combinados. Nunca falta una cadena atada a la presilla del pantalón, describiendo un arco hasta la bolsa derecha. La cabeza irá tocada invariablemente con un sombrero de ala ancha, coronado por una pluma de pavo real.
(Zoot Suit es precisamente el título de una estrujante película del chicano Luis Valdez, con el actor y activista Edward James Olmos como su personaje central. Viste este con elegancia el atuendo del pachuco impuesto por Tin Tan en nuestro país. La cinta de 1981 narra con música y danza la rebelión de los zootsuiters en los Angeles, California, a raíz del homicidio no resuelto de uno de ellos, en junio de 1943).

Hotel de verano

Hotel de Verano es dirigida por el cubano René Cardona y en ella participan la estadunidense Janice Logan, los españoles Consuelo Guerrero de Luna y Carlos Villarías, los también cubanos Blanquita Amaro y Enrique Herrera y el argentino Jorge Che Reyes. Los cantantes mexicanos Pedro Vargas, Salvador García y es galán Ramón Armengol. Este, por cierto, morirá en 1976 en un accidente carretero cerca de Chilpancingo, procedente de Acapulco.
Cuando Tin Tan es invitado a hacer un bit en Hotel de verano forma parte de la compañía artística del ventrílocuo Paco Miller, muy celebrado por su feo muñeco Don Roque (“¡le rajo la cara a cualquiera, maldita sea!”). Imelda Miller, cantante yucateca de excepción, también en la caravana, radicará mas tarde en Acapulco. La presencia tintanesca en la cinta consiste en un breve diálogo con su carnal Marcelo y la interpretación entre ambos de una extraña tonada titulada Watatina cuyo coro repite y repite ¡Watatinataritatao! Marcelo Chá-vez, por cierto, era gerente de la compañía de Miller y un día tendrá que hacerla de patiño del cómico para serlo toda su vida.
El pachuco Tin Tan había debutado en el teatro Esperanza Iris el 5 de noviembre de 1943, codeándose con figurones como Agustín Lara, Miguelito Valdez, Tata Nacho, Meche Barba y María Victoria. Los volantes de mano del espectáculo lo presentan como “un cómico que no se parece a nadie, un nuevo as del teatro en México”. Elogio que no correspondía de ninguna manera a su magro salario de 40 pesos diarios. Diez años más tarde, Valdez se dejará pedir hasta 250 mil pesos por película, además del 25 por ciento de las utilidades. Filmó 106 largometrajes.

Los dimes y diretes

La celebridad que adquiere Tin Tan con su personaje de pachuco fronterizo –desenfadado, irreverente, desmadroso y tatachando el spanglish– provoca muy pronto urticaria en algunos intelectuales. El primero en rascarse será el filósofo oaxaqueño José Vasconcelos, ex candidato a la presidencia de la República y ex secretario de Educación Pública. En un artículo publicado en el diario Novedades, el autor del Ulises Criollo considera al cómico como “un peligroso artista por deformar el idioma y la imagen del mexicano”.
Le hace segunda Salvador Novo en el mismo Novedades. Para el poeta y dramaturgo “el pachuco es culpable de la conciencia de nuestro pasivo y voluntario descastamiento”. Más tarde, sin embargo, luego de hacerse amigo de Tin Tan, Novo rechaza que el pachuco corrompa el idioma y acusa de sí hacerlo a políticos, periodistas y locutores. Finalmente, el cronista de la ciudad de México llama al cómico “la incómoda conciencia de México” dejándole a Cantinflas escasamente la “subconciencia”. Y es que a los intelectuales les jalaban los pelos de salva sea la parte, cada vez que escuchaban un diálogo cualquiera de Tin Tan.
–¿Y el jale que conseguiste de guachador, Marcelo? ¿Qué, todavía te forguetean tus relativos? (¿Y el trabajo que conseguiste de velador, Marcelo? ¿Qué, todavía te tienen olvidado tus parientes?).

El laberinto de Paz

Octavio Paz no cantará mal las rancheras y en su Laberinto de la soledad llama al pachuco “un clown impasible y siniestro que no intenta hacer reír y que procura aterrorizar”. Más tarde, el investigador universitario Lauro Zavala le jugará las contras a los exquisitos. Sentencia: “El mayor legado de Germán Valdez reposa en sus aportaciones al lenguaje. Un caudal de términos específicos, expresiones fantásticas y giros verbales, además de numerosas entonaciones particulares acompañadas de una gestualidad histriónica y modulaciones a veces sorprendentes”.
Vamos, el propio Mario Moreno Cantinflas, envidiosillo, se mete con Tin Tan en la cinta Si yo fuera diputado. Peluquero, escribe en su lista de precios: “Para pachucos no hay servicio porque me caen gordos”. Y quien iba a decirlo, el claridoso y populachero Jesús Martínez Palillo, sentenciará en el teatro: “A ese Tin Tan ya lo tengo en la sopa. Si yo no soy cómico, él lo es menos. Ya pasaron los tiempos del húngaro con su oso por la calle. Y eso es Tin Tan, el húngaro, y Marcelo el oso”.
Germán Valdez aguantará vara. Tendrá el buen juicio de no entrarle a los dimes y diretes respondiendo a sus detractores, aun considerando ofensivas las opiniones en su contra.

Acapulco a la vista

Tin Tan visita Acapulco por primera vez en 1949 y de inmediato lo convierte en “su segundo amor”, confesado por él mismo, sabido que Ciudad Juárez era el primero. Filma aquí su décima película, Simbad el mareado, con su tropilla de siempre: Vitola, Wolf Rubinskins, sus hermanos Ramón y El Loco; el Ché Reyes y Lupe Llaca. Nunca faltará en la trouppe Juan García, El Peralvillo, autor del argumento de esta y otras cintas. García, conocedor profundo del habla popular, particularmente chilanga, será autor de los diálogos del cómico enriquecidos por éste.
Los números musicales de la cinta están a cargo de cantantes y bailarines cubriendo largas temporadas en el puerto. Allí están el ballet de Chelo Larue, Facundo Rivero y su cuarteto; los Northon Brothers y Silvestre y Tabaquito. Este último, Enrique Tappan, bongocero de Tongolele en sus primeros años, se hará acapulqueño con familia y condenado a llamarse cubano, hablar como cubano, fumar habanos … y saberse yucateco.

Simbad el mareado

Simbad el mareado contiene la secuencia de una persecución digna de Chaplin o Buster Keaton. Se inicia en el malecón porteño con su hermoso jardín anexo –el mismo que fue robado impunemente a los acapulqueños por un perplejo presidente Zedillo, para prestarlo a sus socios nomás por 99 años. Bendito Dios que ya nomás faltan 79. Ora que si el socio mayoritario de este “Z” ratonesco recibe la medalla Belisario Dominguez, con toda seguridad la concesión será para toda la vida. Posibilidad que nos lleva a proponer, para que no se siga echando lodo sobre los pocos nombres limpios de México, que tal medalla senatorial se cambie en adelante por una llamada Tío Rico Mc Pato. O de perdida Donald Trump para ver si así se calla ese güero sanababiche.
Pero volvamos rápidamente a un malecón nuevecito, construido apenas dos años atrás, donde Tin Tan se le escapa al policía (El Peralvillo) para emprender una carrera desaforada y sin rumbo. Cruza el jardín Álvarez observándose al fondo la catedral de NS de la Soledad y el Banco de Acapulco (¡de Acapulco, si señor, no de ultramar! Con dinero del turismo, la copra, el limón y alguna que otra yerbita). Aparece enseguida en el Pozo de la Nación y corre frente a la casa de Doña María de la O, una luchadora social auténtica e intransigente.

Gobernador escupidera

El gobernador Gabriel Guevara (1933-1935) recibe a doña María con un grupo de mujeres.
–Sólo vengo a decirle, señor gobernador, que usted nos falló. Que se sigue encarcelando y matando a nuestra gente. Y diciendo y haciendo: lanza sobre el mandatario un escupitajo que le estalla en pleno rostro.
Antes de que el militar reaccione frente a tamaña osadía y mientras saca su paño colorado para limpiarse el gargajo amarilloso en el cachete derecho, doña María le advierte con voz sonora:
–¡Lo hice siguiendo sus instrucciones, señor gobernador! ¿No acaso usted me ordenó escupirle la cara si no nos cumplía? Y como no nos cumplió, señor…
A nadie más engañará Guevara: el presidente Cárdenas lo bota en 1935, vía Senado de la República, por supuesto.

La corretiza

Allí, en el Pozo de la Nación, Tin Tan se roba una camioneta de ingenieros constructores, cargada con dinamita. A la persecución, ahora de la camioneta, se suman más corredores, ciclistas y hasta motociclistas. Recorren la ruta al revés circulando ahora por la calle Roberto Posada, apreciándose en ella todas sus casas con corredores con gruesos pilares. Hoy solo queda una, igualitita, la de don Heriberto Tapia, dos veces alcalde de Acapulco. Su hijo, también sastre, Lito Tapia, será un personaje muy querido en el puerto.
Al bajar a la plaza Álvarez la cámara enfoca el angosto edificio de don Pepe Villalvazo y en la planta baja la zapatería Esther, nombre de su hermosa hija, hoy señora de Navarrete. Allí este escribano adquirió sus primeros zapatos blancos marca GBH, tan caros como los Domit. A un lado, el cine Salón Rojo de los Sanmillán. La camioneta robada por Tin Tan , siempre seguida por una chusma, toma finalmente la Costera Alemán. Pasa por un flamante Hotel Club de Pesca, de los Guajardo, para llegar finalmente a Caleta donde se observa la obra negra del hoy hotel Acamar.
Toma allí la Gran Vía Tropical, aun sin pavimentar, hasta su cima desde donde se aprecia al yate Corsario, encallado recientemente en la ensenada de Los Presos. Se ha llevado a ese sitio luego de que un fondo rocoso le ha rebanado el casco. La lujosa nave cubría la ruta Acapulco-Los Ángeles y su mayor atractivo era el casino donde se jugaba a lo grande. Siempre en aguas internacionales, se decía, porque en México estaba prohibidísimo. ¿Neta?

Pipo Diego

En un momento dado los perseguidores se convierten en perseguidos. Y es que la camioneta baja del cerro a toda velocidad pero de reversa. El terror se apodera de aquellos al saber que el vehículo va cargado con dinamita. No irán muy lejos cuando se escuche un estallido que hace temblar la tierra. Tin Tan sale volando por los aires para caer en una alberca donde lo espera una nada voluptuosa Vitola.
La película termina en el muelle del Club de Pesca donde, luego de una gresca fenomenal, la policía salva a Tin Tan y carga a la cárcel con los malos encabezados por Marcelo. Figura entre estos Víctor Pipo Diego, quien a partir de entonces será el “extra” consentido de Valdez. El mismo Pipo se encargará de preparar en la playa el banquete del pizarrazo final, sin faltar ninguna delicatessen de la cocina marinera del puerto. Tampoco racimos de “aquellita”.

Casa en Acapulco

Antes de que muchas celebridades del espectáculo nacional e internacional se hicieran de residencias palaciegas en Acapulco –algunas mostradas sin serlo a crédulos turistas a bordo de los yates de recreo–, Tin Tán tuvo la suya pero no en la península de Las Playas. Se ubicó, modestísima, en la colonia Progre-so, precisamente en la cerrada de Tlaxcala , entrando por la glorieta de los Niños Héroes, adelantito de la familia Reyna Aguirre. Allí donde Ramiro, el jefe, instaló su restaurante Sevavep, una catedral a la amistad cuyo oficiante fue en muchas ocasiones Alvaro Carrillo.

Por los aires

La ruta aérea México-Acapulco era cubierta entonces por Aeronaves de México, con aviones Douglas DC-3 para 21 pasajeros. El aeropuerto se localizaba en Pie de la Cuesta (hoy aeropuerto militar), cubriendo automóviles Ford del año el servicio terrestre de pasajeros. Algunos de sus conductores recordaban la sencillez del cómico hocicón preguntando todo sobre Acapulco. Entre ellos Pepe Villalvazo, Luis Walton, Chucho Hernández, Pancho Dávila y Ramiro Sosa.