EL-SUR

Miércoles 22 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

POZOLE VERDE

Los 60, reinventado el pasado

José Gómez Sandoval

Septiembre 05, 2018

De memoriosos y memorables

Entre las reuniones memoriosas, las de quienes fueron compañeros de secundaria son especialmente memorables. Los secundarianos siguen echando relajo, como niños, pero ya alzan los hombros juveniles y se aprestan a revisar aptitudes y vocaciones para andar en el mundo que, sospechan, está a punto de cambiar. Las reuniones de ex estudiantes secundarianos suelen regresarnos al vórtice donde la infancia da pie a la adolescencia, en la que –decimos luego– éramos indocumentados, pero felices, con esa dicha relajada de los que no saben que son dichosos, quizá porque a esa edad desproblematizada casi se es eterno. Dicen que hay grupos de ex alumnos que en sus reuniones repiten el esquema de relaciones que se dio en sus tiempos escolares: persiste el bullying, disfrazado de recuerdo fregativo-dichoso; la persecución (faltaba más) a las “chicas de ayer”, y la chocosa división entre riquillos y pobres se vuelve “la mesa de los doctores”, la de los “licenciados”, la de “los profesores” y la de “los borrachos”, para no mencionar la mesa disque invisible donde habrían de sentarse los que no quisieron ir a saludar. El caso de la generación 62-65 de la Secundaria Diurna Número 1, de Chilpancingo, es singular: antes que dejar que el intercambio de memorias estudiantiles de sus fiestas y comilongas fuera bocado del viento, poco a poco y casi sin advertirlo han hecho de su tiempo secundariano una cartografía cimentada en la amistad y el reconocimiento de cada uno de ellos por los demás.

La generación del Toronjil

La historia escrita de esta generación empezó con la publicación de Tribuna Estudiantil, que duró sólo tres números. Le siguió Índice, que no llegó a los dos. Muchos años después, “con una misteriosa y antidemocrática dirección”, editaron Toronjil, que tampoco traspasó los tres números. En 1992 ampliaron sus miras editoriales e hicieron suyo el compromiso de difundir la cultura guerrerense en la revista Gruta, Órgano de la cultura en Guerrero. Ahí la “misteriosa dirección” se abre de capa y, colectiva, anuncia a Marta Elisa Vázquez Memije, Edgar Morales Carranza, J. Cuauhtémoc Vega Memije y Elba Nelly Vásquez Orbe como titulares. Conforman el Consejo Editorial: Nora Edna Blanco Calvo, Remedios Castro Núñez, Guadalupe Garzón Bernal, Gustavo Morlet Berdejo, Duval Reyes Guerrero, Florencio Salazar Adame, Cuauhtémoc Sandoval Ramírez, Ignacio Vázquez Memije, Marta Elisa Vázquez Memije, Elba Nelly Vázquez Orbe, Cuauhtémoc Vega Memije, Leticia Zubillaga Lacayo y Paloma Alonso. Sorprenderá, primero, que en este número y en los otros dos que conozco no aparezca el ego generacional preconizado y, segundo, que, para ser un producto cultural espontáneo, la revista se pase de seria. Sus temas empiezan en Chilpancingo, pasan por la cultura Mezcala y por “treinta y cinco siglos en tierra olmeca”, comparten un viaje por Guerrero y cierran con un testimonio sobre la Toma de Acapulco, pa’ no abundar. Aunque “democratizaron” la colectiva dirección, enriquecieron el Consejo Editorial y convocaron a más escritores e investigadores de la cultura guerrerense, la revista sólo alcanzó cinco números. En 2010, el grupo infatigable siguió publicando recuerdos en La generación va.
El colmo de esta generación publicadora viene siendo Los 60’s, reinventando el pasado (2017), como tituló Haydée Colmenares Beltrán el libro de memorias estudiantiles que recopiló, escribió y hasta reescribió, con la colaboración de María Teresa Solano Neri. Los textos que integran la obra varían en extensión y estilo; frases filosofales, retratos de maestros y compañeros, textos basados en entrevistas personales, poemas y anécdotas terminan esbozando un grupo de estudiantes risueños fuera del tiempo, y un grupo de jóvenes de ayer presumiendo la amistad que los une y las publicaciones incesantes con que combaten al tiempo, con el pretexto de recuperarlo. Con la nostalgia enriquecida, siguen sonriendo.

El oficio de vivir

En su Presentación, Haydée Colmenares cuenta cómo inició su empresa mayúscula y las que pasó para entrevistar hasta a los que “carecen de recuerdos”. Luego, en el Prólogo, Florencio Salazar dice que “el tiempo es el principal hacedor de la amistad”, que “en los umbrales de la juventud es en donde se enlazan lo que serán afectos perdurables”. “Es así –añade– porque espigan en medio de la alegría, el entusiasmo y las complicidades de los iniciales enamoramientos”.
Salazar Adame acepta, como Neruda, que “ya no somos los mismos”, y confiesa que ha vivido y que “seguimos sintiendo, teniendo, disfrutando, el aprecio que nos profesamos desde entonces…: La escuela prepara para la vida y la vida para el oficio de vivir”.

La edificación

Varios participantes de este libro empiezan contando la historia de la escuela secundaria. Martel remonta su origen “al gobierno de Héctor F. López (1925-1929), en el cual el Instituto Literario del Estado, después de numerosos cambios, llegó a ser Escuela Secundaria y Normal Mixta del Estado”, pero nosotros preferimos dar un brinco de décadas y transformaciones administrativas y aterrizar en 1962, cuando los ocho grupos de la segunda generación de la Escuela Secundaria Diurna No. 1, que carecía de instalaciones propias, tomaban clases en las instalaciones de la Escuela Primaria Vicente Guerrero.
Organizaron tardeadas y “nuestros compañeros varones se encargaban de llevar a la escuela todos los lunes un ladrillo cada uno. Finalmente, colocamos la primera piedra del edificio en 1965. Martel se refiere a la Escuela Secundaria Federal Raymundo Abarca Alarcón, mejor conocida en Chilpancingo como ESFRAA.

Los maestros

Entre las numerosas menciones a los maestros, no hay ninguna que no agradezca su contribución a “nuestra formación como profesionistas”, o “las bases que les dieron para seguir adelante”. Gilda Esther Salmón es sintética e ilustrativa: María Alarcón, maestra de Español:
“Nos contaba anécdotas de cuando su familia tenía dinero, y se encargaban de trasladar las monedas de oro en alforjas al puerto de Acapulco”. Haydée Colmenares la recordará con admiración “a pesar (de) que nos regañaba porque teníamos la desvergüenza de usar la falda arriba de la rodilla, sin importar lo huesudas que las tuviéramos”…
Jenny, maestra de Biología:
“Con sus vestidos muy entallados y siempre bien pintada. Era la única que nos preguntaba las clases de memoria”. Aparte, Haydée recordará que en su clase los alumnos “procuraban ocupar el lugar más estratégico para el emocionante momento en que cruzara la pierna”. “El profesor Procopio… –cuenta Haydée, “se indignaba cuando los muchachos chiflaban a las chicas. –¿Acaso no saben que esa clase de chiflidos provienen y se usan en la zona roja? –exclamaba…, y nos preguntábamos: ¿Cómo se habrá enterado?”.
Teresa Abarca Alarcón, titular de Historia: “Su palabra preferida era ‘zoquete’”.
Gilda revislumbra a su maestra Tulita Ponce de León contándoles su estancia en Estados Unidos, y Héctor Contreras puntualiza que Tulita “daba clases de inglés en todos los grados, y en todos su tema era el tu bi o no tu bi”. De pasada, cuenta cómo le fue a Baltazar Solís Galeana, mejor conocido como La Jaiba, quien “siempre habló con la ‘j’ de su terruño en vez de usar la ‘s’, en el examen de inglés con Tulita: “A ver Baltazar… Por último, y para que te pase de año, dime… ¿cómo se dice sí en inglés?
La Jaiba contestó: ¡Yej!, y quedó reprobado.
Gilda recuerda al maestro de Civismo, Arturo Solís, porque “nos traía locos con los artículos”, y Haydée aún lo imagina discurriendo “sobre técnicas para conquistar a las damas románticamente”. Todas querían de suegro al maestro de Matemáticas, y el “muy varonil” Alcalá Anchofa “nos traía de un ala a casi todas”, confiesa ya no sé quién.
Respecto a la Señorita Cassi, maestra de Tecnología, Gilda revela que “asistíamos a su casa a tomar clases de cocina”, pero que “para la exposición final, nuestra mamá cocinaba”.
A Javier Méndez atribuye su gusto por la lectura, y de un jalón recuerda que Pedro Catalán era “estricto pero buena onda” y que Ignacio Mena Duque se las pasaba “contándonos… sus viajes imaginarios a Europa”.
El buen y bien contado humor de Haydée impregna de sonrisas y sonrisillas el libro, y la anécdota que sigue lo proclama:
“En primer año, tuvimos un maestro de matemáticas que padecía estrabismo y su clase me producía angustia porque aún no conocía nuestros nombres, se acercaba y decía: pase usted al pizarrón. Y los cuatro que estábamos más próximos contestábamos espantados al unísono: –¿¿yooooo??… Molesto, replicaba: –¡A usted le estoy diciendo! –y los cuatro volvíamos a contestar al mismo tiempo: –¿¿A míiii??… la confusión cesaba cuando nos señalaba directamente con el dedo”.

La dimensión global de los recuerdos

Si todos los recuerdos aquí recopilados se dan en las coordenadas de la escuela, la refresquería y otros espacios familiares, y sus referencias históricas son breves y ceñidas al proceso de construcción del edificio escolar propio, J. Cuauhtémoc Vega Memije enmarca sus recuerdos secundarianos en una “dimensión global”, a partir de 1962: “Cómo no iba a ser así –confirma–, si ese año fue marcado por dos acontecimientos de gran trascendencia en un mismo país: Chile, el sismo de mayor intensidad registrado hasta ahora y el Mundial de Futbol… ¡Cómo no recordar el triunfo de 3-1 de México sobre Checoslovaquia!”…
Cuauhtémoc Vega combina su conciencia histórica con datos escolares o personales: la Olimpiada de Tokio (1964) le ayudó a aclarar sus dudas, “si hubiera alguna”, “sobre qué profesión” iba a estudiar. Así, mientras Paulo VI se reúne “por primera vez en quince siglos” con un jerarca de la Iglesia Ortodoxa Griega, Fidel Castro visita Moscú y Panamá rompe relaciones con Estados Unidos, los secundarianos de la Diurna Número 1 publicaban Tribuna Estudiantil y protestaban porque acababan de obligarlos a vestir el uniforme de la escuela. Los Beatles acababan de llegar a Nueva York, la IBM había lanzado su primera computadora, Díaz Ordaz tomaba posesión como presidente… y los estudiantes recitados se acataban al reglamento escolar: vestirían el uniforme, “pero sin corbata”…

Música, cantantes

Mientras Edgar Morales no está completamente seguro de que la película Amor sin barreras sea “la más universal de la época” (aunque sí de que Natalie Wood era “la mujer más bella del mundo”), Haydée cuenta el pegue que el rocanrol tuvo en su generación. El primer rock que escuchó fue Rock around the clock, de Billy Halley y sus cometas, que luego cantaría en español “Gloria Ríos con el título de El relojito. Su lista de cantantes rocanroleros empieza con Los Teen Tops y sigue con Los Llopys, Los Camisas Negras, Los Rebeldes del Rock, Los Locos del Ritmo, Los Apson Boys, Los Hooligans, Los Sinners y Los Johnny Jets. María Eugenio Rubio cantaba Mi banco de escuela, Mayté Gaos El gran Tomás, Angélica María Eddy Eddy y Queta Garay Las caricaturas me hacen llorar. A ellas y a “los masculinos del romanticismo exaltado”: Enrique Guzmán, César Costa, Manolo Muñoz, Alberto Vázquez, Óscar Madrigal, Roberto Jordán y Johnny Laboriel, los escuchaban a través de la XELI, la radiodifusora que salió al aire en 1961, o personalmente en las caravanas artísticas que se presentaban en el cine Guerrero.
Ah: también escuchaban a los grandes tríos.

Los clubs de fans

Colmenares dedica un capítulo a algunos y algunas cantantes, de los que sabe historia y devenir. Y es que entonces, “impulsados por las compañías discográficas”, empezaron a formarse los “clubs de fans”, que se relacionaban con los artistas por correo.
Al rato, en el apartado de Compañeros destacados, Haydée sintetizará la biografía de Luis Zapata, quien estudió en la secundaria mencionada dos años. Mientras, Luis aparece como “fan de Angélica María, con la que intercambiaba cartitas y ésta le mandaba fotos autografiadas. La admiró tanto que, al paso de los años, entabló amistad con ella…”.

La amistad no es un mito

No he conseguido saber cuántos eran, pero quienes hojeen las fotos del libro los reconocerán de alguna manera.
Casi todo el libro lo suscribe Haydée Colmenares, que se desenvuelve como taquígrafa y sacerdotisa. Los desfiles cívicos en que participaban, los bailes del Día del Estudiante, el futbol, sus recelos con estudiantes del Colegio de Monjas (a las que, por su uniforme, apodaban Las Pepsicolas), las tandas del Teatro Tayita y la radionovela de moda, sabrosos chismes de novios y muchas cosas más han cabido en esta convocatoria de recuerdos que de tan buen modo ha realizado Haydée, para el refocile identificatorio de su grupo y ejemplo de persistencia y amistad para las generaciones de ex secundarianos que los lean.