EL-SUR

Lunes 22 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Los abusivos son legión

Humberto Musacchio

Enero 23, 2020

 

No pasa una semana sin que se denuncien nuevas trope-lías de los legionarios de Cristo, cofradía que desde hace varios años vive en medio del escándalo por motivos impíos y, lo que es peor, criminales, pues abusar de menores está severamente penado por las leyes mexicanas.
Fundador y figura principalísima de la congregación fue el sacerdote Marcial Maciel, un individuo que realizaba prácticas sexuales con niños y que además tenía varias mujeres e hijos fuera de matrimonio, contra los cuales también abusó, de acuerdo con denuncias que se repiten desde hace más de 20 años.
La razón de la impunidad de Maciel es que era un líder religioso con gran ascendiente en los sectores adinerados e influyentes, mismos que le aportaban grandes sumas para su labor presuntamente pastoral. Igualmente, mantenía relaciones privilegiadas con la curia romana, a la que en cada visita al Vaticano solía llevar buen número de portafolios llenos de dinero que repartía con largueza.
Adultos que en su niñez fueron objeto de la lubricidad del líder legionario, denunciaron con lujo de detalles las agresiones que sufrieron y advirtieron que Maciel contaba con la complicidad de un buen número de integrantes de su congregación, quienes le surtían de niños y jóvenes y a la vez abusaban ellos mismos de los menores.
La reacción de los dirigentes legionarios fue rechazar con enjundia las acusaciones y tildar de mentirosos a los acusadores. Algo peor fue que policías, fiscales y jueces pecaran por omisión, pues simplemente han dado la espalda a esos actos criminales, como si no fueran algo que deben investigar y sancionar.
Ante lo que ocurría en las escuelas y seminarios de Maciel, circulan chistes, como aquel según el cual en los centros educativos de los legionarios sólo se practican exámenes orales o el que dice que los alumnos aprendían puras mamarrachadas o algo con menos letras. No casualmente varios colegios de la Legión se llaman “Mano Amiga”.
No son pocas las escuelas de la congregación, pero destacan el Colegio Cumbres, la Universidad Anáhuac y el Colegio Irlandés de la ciudad de México. Cuando se conocieron las primeras denuncias, la reacción de los padres de familia fue negarse a reconocer la veracidad de las acusaciones, pues bien se sabe que frecuentemente la fe resulta inamovible, y la relación entre Maciel, los legionarios y sus seguidores estaba basada precisamente en una creencia generalizada: la santidad del depredador. Tal creencia se vio reforzada por la protección que recibió del Vaticano, que a su vez obtenía beneficios en metálico derivados de la importantísima red de relaciones que tejió a lo largo de su vida.
Para hacer ostensible esa inmunidad del delincuente, el papa Juan Pablo II lo incluyó en forma destacada en su comitiva durante sus visitas a México, incluida la de 2002 –sí, aquella en la que Vicente Fox se hincó ante un jefe de Estado extranjero–, cuando ya Maciel había renunciado a la dirección de los legionarios y estaba en España tratando de escapar al escándalo. Aun así lo trajo el pontífice.
En 2006, el también papa Benedicto XVI le ordenó retirarse del sacerdocio y dedicarse a “una vida de oración y penitencia”. El 30 de enero de 2008, Marcial falleció en Estados Unidos y sus beneficiarios respiraron tranquilos, pero el control de daños resultó insuficiente, por lo que Roma ordenó en 2009 una investigación, la que concluyó en lo que todo mundo sabía, y además brotaron los nombres de otros delincuentes de sotana, pues una labor criminal de esa magnitud requiere necesariamente de muchas complicidades.
Lejos de ordenar su disolución, El Vaticano ha tratado de mantener a salvo la Legión, fuente de grandes beneficios materiales, pero ya no es posible acallar las denuncias que revelan la podredumbre de la congregación. En estos días ha estado en las primeras planas el caso de Fernando Martínez Suárez, legionario criminal, o la denuncia de varias chicas de Cancún que sufrieron abusos sexuales precisamente en la confesión.
Los creyentes pueden encomendar a Dios que castigue a los culpables, pero la ley obliga a las autoridades a proceder con todo rigor. Es su deber, independientemente de sus convicciones religiosas. Sí, porque los abusivos son legión.