EL-SUR

Lunes 02 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

Los centenarios y su sentido

Lorenzo Meyer

Septiembre 20, 2007


La perspectiva. Como bien lo señalara un clásico –Benedetto Croce–, al final de cuentas toda historia es contemporánea. En
efecto, escriba sobre lo que escriba y lo haga desde la perspectiva que lo haga –desde un punto de vista conservador o
progresista, desde los cánones de una escuela o de otra– el historiador siempre terminara por ser hijo, y en buena medida
prisionero, de su época. Su narrativa reflejará no sólo el carácter, biografía o enfoque personales sino también los temas
dominantes, los prejuicios, conflictos, aspiraciones o temores de su sociedad y tiempo. Necesariamente, la celebración en puerta
del centenario de la Revolución Mexicana y del bicentenario de la Independencia van a presentar visiones del pasado que
terminarán por ser otras tantas lecturas en conflicto del México actual.

Crisis. Se ha dicho y con justa razón que las crisis –las guerras, las revoluciones, el fracaso y transformación de los arreglos
institucionales, los cambios en los sistemas económicos, las divisiones internas, etcétera– son las madres de las historias, al
menos ese ha sido el caso en la tradición occidental. Pues bien, los dos aniversarios que oficialmente se observarán en el 2010
son precisamente sendas crisis nacionales que van a tener que ser conmemoradas desde la perspectiva de otra crisis: la actual.
Desde luego que la nuestra es de menor dimensión, pero toca fibras muy sensibles de la sociedad pues está caracterizada por la
falta de dinamismo de la economía, la ausencia de un acuerdo político en lo esencial y el crecimiento de las diferencias materiales
y culturales entre clases y regiones, entre otros indicadores.

Perspectiva. Una de las maneras de dar sentido al presente y al futuro es reinterpretando al pasado. La pregunta de dónde
estamos y a dónde vamos puede ser contestada mediante el examen de dónde venimos o más precisamente, de las opciones que
se tomaron en un ayer que sigue teniendo significado hoy. Obviamente que entre más distante sea el pasado menor su capacidad
de darle sentido al presente, aunque tal capacidad nunca la pierde del todo. Sin embargo, tratándose de lo ocurrido hace apenas
cien o doscientos años y cuando México se topó con bifurcaciones llenas de posibilidades, el pasado está absolutamente cargado
de significados, y desentrañarlos es o debiera ser, el gran reto de los encargados de interpretar los mensajes que ese pasado nos
está enviando.

El bicentenario. El arranque de la independencia que se va celebrar en tres años es realmente, el inicio de una gran revuelta racial
en el centro geográfico y económico de la Nueva España, la “joya de la Corona” del imperio español en América. En su origen, la
sublevación encabezada por Miguel Hidalgo y un puñado de criollos no se presentó como un reclamo de independencia, pese a
que ya había en América dos ejemplos muy claros en ese sentido: Estados Unidos y Haití. Los líderes rebeldes simplemente
atacaron al “mal gobierno” pero no al régimen imperial. En el inicio, Hidalgo y los suyos tampoco habían considerado invitar a las
clases populares y mayoritarias –indios y mestizos– a su movimiento. La decisión de recurrir al pueblo fue una reacción al
descubrimiento de su conspiración, una planeada originalmente sólo por y para la élite criolla provinciana que buscaba la
revancha contra el golpe dado por los propietarios españoles en 1808, ese encabezado por Gabriel de Yermo que buscó impedir
que la prisión de Fernando VII en Francia fuera el disparador en México de un cambio en la correlación de fuerzas entre
peninsulares y criollos.
Finalmente, en tanto un intento violento por modificar la estructura del poder político, a corto plazo la empresa de Hidalgo fue un
fracaso: sus líderes fueron ejecutados, las clases subordinadas fueron brutalmente castigadas y la economía minera –centro de la
prosperidad colonial– entró a un proceso de declive que sólo se revertiría ochenta años más tarde.
Así pues, desde el hoy y aquí lo históricamente significativo es, entre otras cosas, lo inesperado, anárquico y brutal del
levantamiento de masas en El Bajío de 1810 en contra de la minoría blanca de propietarios y gobernantes que les había
explotado por siglos. Un levantamiento cuyo líder no confesó de entrada a sus entusiastas seguidores cuál era su auténtico
objetivo; un objetivo de clase propiciado por la división y lucha entre los dominadores –Hidalgo representaba a una parte de la
Iglesia mientras Abad y Queipo a la otra, Allende representaba a una parte de los militares y Calleja a la otra– y por la crisis de la
estructura del sistema internacional de dominación originada en la Revolución Francesa y en el éxito militar inicial de Napoleón.

La Revolución. Inmediatamente después de que la dictadura de Porfirio Díaz cerró con broche de oro su bien programado festejo
del primer centenario de la independencia, estalló la rebelión política encabezada por Francisco I. Madero, rebelión que
desembocaría en un cambio de régimen. ¿Qué es lo políticamente significativo para el México de hoy de esa crisis que se inició
hace casi un siglo? Sin pretender que sea una lista exhaustiva, la respuesta puede incluir los siguientes puntos.
En primer lugar, la unidad disfuncional de la unión del gran poder económico y el político, pues el Porfiriato es un ejemplo de
libro de texto de lo que es un gobierno oligárquico. Luego, el enorme riesgo que implica tener una clase política despegada y
ajena a las formas de vida y demandas de una mayoría que ya no sentía ninguna identidad ni lealtad hacia el entramado
institucional. El Congreso no representaba a nadie fuera de sí mismo, los gobernadores no eran otra cosa que dictadores locales
y los medios de comunicación –la gran prensa encabezada por el mal llamado El Imparcial– estaban enteramente subordinados a
los intereses del poder político y económico.
El uso del poder despegado en extremo de los intereses de la mayoría desembocó en una estructura social deforme, monstruosa,
tal y como la describió en su momento Andrés Molina Enríquez. La inutilidad de los procedimientos electorales, su falta de
legitimidad producto de su obvia manipulación por la minoría poderosa, permitió que un representante de las clases propietarias
que había sido marginado políticamente –Madero–, encontrara seguidores en unas clases medias estranguladas por la falta de
movilidad social e invitara con éxito a la rebelión de las clases populares. Éstas terminaron por responder al llamado a la
insurrección de manera no muy diferente a como lo habían hecho con Hidalgo un siglo antes, y su respuesta más contundente ya
no fue en El Bajío sino en su equivalente, en las zonas con la transformación económica más acelerada: el Norte y ese emporio
agroindustrial azucarero que era Morelos.
No tardaron los líderes de la Revolución en traicionar su compromiso con la democracia política y por eso buscaron su
legitimidad en un compromiso con la democracia social y la independencia. Sin embargo, al final, ninguno de esos dos objetivos
se cumplieron y en el 2000 los herederos de la revolución triunfante tuvieron que ceder, si bien parcialmente, el poder a sus
antiguos críticos de derecha: los panistas.

Dilemas. Para quien hoy está a cargo del Poder Ejecutivo y del aparato burocrático federal, encabezar la conmemoración del
estallido de dos rebeliones sociales no ha de ser tarea fácil. Para la derecha celebrar las destrucciones de los entramados
institucionales es un contrasentido. Porfirio Díaz, pese a que en sus orígenes fue un liberal rebelde, terminó por caminar como
sobre ascuas en su esfuerzo por presentar a los héroes de la independencia como modelos políticos, de ahí la importancia que
dio a la reconciliación de 1821, encabezada por alguien que cambió de chaqueta y cuya honradez no pasa ninguna prueba
histórica: Iturbide. El actual gobierno tiene, además del problema de estar obligado a rendir honores a un nuevo grupo de
insurgentes: los de 1910. Para hacerlo tendrá que buscar minimizar, si no es que eliminar, ese contundente “al diablo con sus
instituciones”, de Hidalgo, Madero y muchos más.
En realidad, es la oposición la que se encuentra hoy en la mejor posición para darle un significado sustantivo al bicentenario y al
centenario. Después de todo, para ella los reclamos de Morelos o de Zapata y Villa siguen vigentes y puede reinterpretarlos sin
problemas. En conclusión, no se necesita ser adivino para suponer que en el 2010 vamos a tener un arco iris de celebraciones e
interpretaciones de donde escoger la que más nos cuadre, y que la actual crisis de México se reflejará, y muy bien, en los espejos
que nos ofrecen 1810 y 1910.