EL-SUR

Lunes 15 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Los cien años de Álvaro Carrillo / 1

Anituy Rebolledo Ayerdi

Septiembre 19, 2019

 

Hay ausencias que triunfan y la nuestra triunfó.

La Sombra

Álvaro Carrillo presintió su muerte pocas horas antes de encontrarla. Fue aquél nefasto mes de abril de 1969 cuando se le oyó cantar por última vez en Chilpancingo. Así lo percibieron quienes entonces lo escuchaban con devoción casi religiosa. No todos, por supuesto, sólo aquellos que como él conocían las veleidades de La Sombra o el alma para muchos afrodescendientes. Al poeta e ingeniero le disgustaba hablar de La Catrina en los ámbitos de la bohemia, además de no haber ocasión para hacerlo. Las tertulias en su derredor rezumaban optimismo y alegría vitales. Otra cosa muy diferente eran las alusiones fúnebres contenidas en su obra poética con una Parca nunca ociosa.
Cuando Álvaro Carrillo cantó por última vez hace medio siglo en la capital de Guerrero, otros más sintieron aquella presencia letal. Paisanos suyos notaron enseguida la desprotección y vulnerabilidad del hombre. Presagiaron entonces que La Sombra lo había abandonado, nomás para irse por ahí de realenga, la cabrona. Vagaría quizás por las calles de Chilpancingo aunque a lo mejor tomaba el rumbo de Tlacamama, donde una paloma le había cantado a su dueño algo al oído. Sin Sombra, ni Álvaro ni ningún mortal sobre la tierra tendría la menor posibilidad de defensa contra La Mala. El pálpito funesto del hombre fue percibido también en la profundidad emotiva de sus interpretaciones y luego en ese repetir una y otra vez “cuando yo haya muerto, cuando yo haya muerto”.

Cuando yo haya muerto
no me lloren a gritos;
no se vistan de negro ni
me alumbren con cirios;
ni sometan a fúnebres
homenajes mi frígido cuerpo;
ni tampoco me esculpan en mármol
epitafios que yo no merezco.

El andariego

El bohemio de Cacahuatepec consideraba sus versos funerarios algo muy íntimo, negándose por ello recitarlos en público. En Acapulco le complacía escucharlos en la deliciosa precocidad de Alba Rosa Reina Aguirre (hoy viuda del cantautor Sergio Fernando, sobrino de Cheque Cisneros, el más notable compositor costagrandino). Lo hacía durante las frecuentes jornadas de una bohemia sin fin en el restaurante Sevavep, de Ramiro Reina, donde el propio Álvaro ponía con su guitarra el fondo musical de El andariego.

Cuando yo haya muerto
quiero una sola lágrima
que, nacida en el pecho
humedezca los ojos de un
amigo sincero,
y que brote un suspiro,
mas liviano que el céfiro,
de los labios de alguien
que se duela en secreto.
Y después, un pedazo de tierra,
una cruz y, por Dios, un recuerdo.

Al apagarse la voz dulce pero recia de Alba Rosa, brotaba la ronquera rasposa del creador para reiterar musicalmente:

Y cuando yo me muera
ni luz ni llanto, ni luto ni nada más,
ahí junto a mi cruz yo sólo quiero paz.

El autor de Amor mío había compartido con el profesor Caritino Maldonado Pérez las vigilias amargas de la derrota política. El consuelo les había llegado a través de una guitarra bien pulsada, una voz grata y un trago agresivo. Por eso, a la hora del triunfo grande, tan largamente esperado, el antiguo compañero de infortunios debería ser el primero en la celebración. El jefe Cari asumía finalmente la gubernatura de Guerrero el 1 de abril de 1969 y el festejo de la victoria no sería diferente: una guitarra bien pulsada, una voz grata y un trago agresivo. Triunfadores ambos, Álvaro y Caritino cantaron horas y horas: “Esto merece un trago, merece dos, merece muchos, verdad de Dios”.

El impacto brutal

El día 3 de abril, un Álvaro Carrillo “desprotegido”, si hemos de creerle a sus paisanos pendientes de La Sombra, emprende el camino de regreso a la Ciudad de México. Viaja en el asiento delantero de su Ford Falcón conducido por su chofer El Negro Rafa. En el asiento posterior, su esposa doña Ana María Incháustegui y sus dos hijos varones, Alvarito y Mario, de 7 y 5 años de edad, respectivamente. El tema central de la conversación durante el viaje debió girar en torno a la generosidad del jefe Cari y en general del cariño de los guerrerenses. Referencia obligada, el ritmo de trabajo del hombre ante la inminencia achacosa del “tostón”. Deberías descansar un poco, Álvaro, cargar el medio siglo es cosa seria, recomendaría risueña la mujer inspiradora de tantos bellos poemas. Para entonces ya circulaban a la altura del Colegio Militar.
De pronto, un impacto inesperado y brutal despedaza el vehículo del compositor. Todos sus ocupantes resultan heridos de gravedad. Doña Ana María arropa con su cuerpo a los pequeños salvando finalmente sus vidas. Un milagro, se dijo. Álvaro muere al llegar al hospital de la Ciudad de México, la señora sobrevivirá escasas 24 horas, lo mismo que El Negro Rafa. Un accidente insólito, cruel y atroz. Una camioneta Guayín es alcanzada por un autobús y lo hace con tal fuerza que la proyecta como bólido hacia el carril contrario, ¡directamente contra el auto de los Carrillo! Sus seis ocupantes de la familia Villalpando Radilla, dos menores entre ellos, resultan también lesionados gravemente.
El gobernador Maldonado Pérez, víctima de un accidente aéreo, seguirá a su amigo del alma veinticuatro meses más tarde –17 de abril de 1971–. El jefe Cari, serrano, tlalixtlaquiyense, no creía en esas cosas de La Sombra. No faltarán, sin embargo, quienes afirmen que la suya se fue siguiendo a la de Álvaro desde aquel infausto abril del 69.
La Sociedad de Autores y Compositores de México, en cuyo seno el poeta malogrado figuraba como secretario del Consejo Directivo, acatará su voluntad anticipada de ser sepultado en el panteón Jardín de la Ciudad de México, junto a la mujer de su vida. Y que al descender sus cuerpos a la última morada, se dejara escuchar un coro como de ángeles:

Hay ausencias que triunfan
y la nuestra triunfó,
amémonos ahora con la paz
que en otro tiempo nos faltó.

José Luis Caballero, presidente de la Asociación Nacional de Intérpretes, pronunció en el panteón Jardín una sentida oración fúnebre. En ella comparó a Carrillo con Salvador Díaz Mirón y con José Revueltas porque supo unir el continente con sus canciones. Inconsolables, junto a la tumba, Pepe Jara, su intérprete más fiel y muy querido; Lucho Gatica, quien llevó por primera vez las canciones de Álvaro a Sudamérica y a Estados Unidos y medio millar de dolidos oaxaqueños y guerrerenses.

Hijo de crianza de la Costa Chica

Álvaro Carrillo Alarcón, hijo del director de orquesta José Carrillo y Candelaria Morales, nace en San José Cacahuatepec, Oaxaca, el 2 de diciembre de 1919. A los ocho años pierde a su madre y es adoptado por doña Teodora Alarcón, la nueva esposa de su padre, cuyo apellido adopta. Habla:

Soy oaxaqueño por nacimiento e hijo de crianza de la Costa Chica de Guerrero.
Muy temprano despertó mi juventud y surgí a la adolescencia con los sentimientos
de un niño y la madurez ardiente de un hombre del trópico.

Mi espíritu se nutrió con la savia de la floresta, respirando el aire montaraz y arisco que abre el alma costeña a los silencios infinitos de una soledad cósmica, haciendo más bravíos los fandangos y sofocadamente cálido el estallido de los jolgorios.

Por eso todas mis composiciones tienen ese sabor tan especial de la región guerrerense, conservando los matices torrenciales de una escala musical de policromado colorido.

Aquí estoy yo, ahora, con mi Canto a la Costa Chica y mis recuerdos allá, a la sombra de los amates, en la brisa salobre y en la esencia de los aires saturados del olor del pápalo y del chian.

(Presentación que hace el poeta de su Canto a la Costa Chica, en un cuadernillo editado en 1967. Florencio Salazar Adame, hoy secretario General de Gobierno, poeta también, lo rescata en 1974 para divulgarlo entre los paisanos).

Costa Chica

El Canto a la Costa Chica de Álvaro Carrillo es una ofrenda lírica a la región cuyas fronteras geográficas contribuyó eliminar con su música, hasta hacerla una y grande aunque siempre Chica. (“No sé porque te llaman Costa Chica si es tan grande el amor con que te quiero”, decía nuestro bardo mayor Rubén Mora). No es el de Álvaro un poema exclusivamente ditirámbico como suelen serlo obras similares. La crónica social está presente en sus líneas tan duras como la realidad misma. Poema particularmente difícil. Aquí una muestra:

Morena cerrera de cuerpo cenceño
y alma cimarrona, Costa Chica mía,
deja que mi estro tripulando ensueños
pase el Rubicón de hablar tu poesía,
tu poesía que es nube y es golpe roqueño
tristeza, jolgorio, paz y rebeldía;
deja que la diga porque soy costeño
porque yo la llevo, Costa Chica mía.

Te guardan aislada tus grandes montañas
montañas azules, hermanas del cielo,
hechas con el barro de su propia entraña
pero que estrangulan con maligno celo
el esbelto cuello de tu economía,
mientras que tus hijos, como los atridas,
se escarnian, se odian y en sus tropelías
vierten el alarde de su sangre estéril
sobre los redaños de tu geología
porque tus recuerdos a Moloch adoran
y porque es tu selva caja de Pandora
y aún así no mueres, Costa Chica mía.

Sabrá Dios

Álvaro Carrillo murió a los 49 años en la plenitud de su existencia y de una poderosa capacidad creadora. Apenas trece años atrás había roto con la agronomía (vía Comisión Nacional del Maíz), para asumir la música como única opción de vida. Una decisión nada fácil, ciertamente, cuando una y otra eran pasiones auténticas. La idea de traicionar el sacrificio de sus mayores para la obtención del título de Ingeniero Agrónomo, hará más enconada la lucha librada en su interior haciendo muy dolorosa la decisión final.
Ya antes había rectificado sin mayores problemas una decisión que lo hace ingresar a la Escuela Normal Isidro Burgos de Ayotzinapa. Sólo permanecerá dos años ante el guiño de una nueva vocación, incluso sobre los ruegos del maestro Hipólito Cárdenas, director de la institución. Vendrá más tarde la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo (hoy Universidad de Chapingo) donde se titula en 1949 como Ingeniero Agrónomo
El agradecimiento a la institución que lo forjó será trasmutado en veneración. Tanto que al nacer su primera hija no dudó en bautizarla con el primer nombre de Ena (Marisa) formado por las siglas de su alma máter: Escuela Nacional de Agricultura. El Adiós a Chapingo será su despedida musical que se convertirá en el himno de la institución.
Nunca sería lo mismo “el señor ingeniero agrónomo” que un “humilde cancionero”, siempre a la quinta pregunta. Total, pues, que al ganar la bohemia sobre la agronomía ganaron la música mexicana, el bolero, particularmente, y los románticos sobrevivientes de tanta chabacanería seudomusical.