EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Los enormes peligros de la repetición

Federico Vite

Enero 05, 2021

La obra maestra desconocida, de Honoré de Balzac* apareció en 1831 en la revista L’Artiste. Entre paréntesis tenía el siguiente subtítulo: Cuento Fantástico. Usaron ese recurso a la manera de los relatos de E. T. A. Hoffmann. La quinta y definitiva edición del texto referido se publicó catorce años después en el libro Le provincial à Paris. A partir de 1831, Balzac realizó al menos tres versiones de este “estudio filosófico” al que, se dice, intituló inspirándose en una parodia crítica del siglo XIII: La obra maestra de un desconocido. La versión que nos llega al siglo XXI es la que Balzac publicó en 1846, precisamente al lado, en La comedia humana, de La búsqueda del absoluto (1834).
Esta versión de La obra maestra desconocida deja de ser el “cuento fantástico” que era y se convierte en una declaración de principios con la que Balzac se adelanta a su tiempo y le habla a los pintores que años después verían a Frenhofer, el héroe trágico de este relato, como un profeta. Se sabe que Cézanne, Picasso y Matisse creyeron con fervor en las palabras del maestro creado por Balzac. Y la obra de estos tres pintores habla muy bien de la forma en la que un escritor encaró los problemas de la representación en el arte. Todo esto parece una bicoca, pero créame, no es así, en especial cuando se echa un vistazo a los libros actuales de los autores mexicanos, cargados de un exiguo nivel de representación, torpes e incluso ingenuos, porque simple y sencillamente no ven más allá de lo ya hecho. Diría, a su favor, que no conocen lo ya hecho, por eso repiten lo tantas veces dicho.
Pero yendo al grano, la historia del pintor anciano Frenhofer está divida en dos partes; la primera, llamada Gillette; y la segunda, Catherine Lescault. En la primera se analizan técnicamente los recursos de los pintores, escultores y poetas para insuflar vida a sus obras. La segunda enfatiza la representación moderna de la belleza. Estamos ante un proyecto ambicioso que fue resuelto de manera afortunada.
Con La obra maestra desconocida se aprecia el rigor de un artesano que trabaja con tesón obras monumentales (Las ilusiones perdidas –1837– es inolvidable e in-cluso rabiosamente moderna) y piezas microscópicas. Balzac se toma en serio a la hora de cincelar sus preocupaciones. Es un cuentista solvente que rasga la premonición en el texto que hoy comento, pero no es una especie de futurólogo. No. Todo se debe a una reflexión sostenida, y señaló –desde el siglo XIX–, los peligros de la repetición. Con el proceso creativo de un cuadro vanguardista, Frenhofer personifica la ambición de todo artista por captar la esencia de su expresividad estética.
Este cuento dialoga perfectamente con un libro tremendo de Balzac, me refiero a La búsqueda del absoluto, pero en esta narración breve sólo tiene la mira puesta en el arte, no en la alquimia, como es el caso de la novela mencionada.
En las dos partes del cuento hay una tensión bien tramada entre los pintores noveles (Frans Pourbus y Nicolas Poussin) y Frenhofer; se trata de una intensidad que como era de esperarse se incrementa con la aparición de una hermosa mujer joven, Gillette, quien a petición de su novio, Poussin, fungirá como modelo para que Frenhofer culmine la obra maestra que le quita literalmente la vida. Ella sabe que al desnudarse ante un anciano se distanciará de su amado; aun así, acepta. El viejo Frenhofer, como pago por la modelo, debe mostrar su cuadro a Pourbus y a Poussin. La resolución del texto es magistral porque la visión de lo definitivo, esa idea que muchos años después pondrán en práctica varios pintores, se plasma en unas cuentas líneas del cuento. La pericia de Balzac deja estupefactos a los pintores jóvenes, quienes no comprenden lo que presencian. Tienen ante sí una serie de figuras que no logran descifrar. Es el futuro mismo al que no pueden acceder porque no lo comprenden. Ellos quedan aferrados a lo tradicional.
Obviamente, la actitud romántica de Frenhofer radica en la búsqueda de un sueño imposible: aprehender la belleza con nuevas jaulas. Este cuento es clave, insisto, para explicar algo que por lo menos a mí me da muchas vueltas en la cabeza: ¿por qué los autores mexicanos que publican en editoriales transnacionales tienen tan poca pericia para representar la realidad violenta de un país como este? La respuesta la tomo de Balzac: “La naturaleza comporta una sucesión de redondeces que se involucran unas con otras. Hablamos con rigor, ¡el dibujo no existe! No se ría, joven. Por más singular que le parezca esta afirmación, algún día comprenderá sus razones. La línea es el medio por el que el hombre representa el efecto de la luz sobre los objetos, pero no hay líneas en la naturaleza, donde todo está lleno: es moldeando como se dibuja, es decir, como se extraen las cosas del medio en el que están. ¡La distribución de la luz da, por sí misma, la apariencia al cuerpo!”.
No me parece cosa menor que un hombre se diera tiempo para pensar acerca de los problemas de la representación que suelen engrosar las filas del cliché en distintos temas de la literatura –y el arte en general. Por ejemplo, piense usted en el estereotipo de los narcotraficantes: las narrativas policiales saturadas de lugares comunes y el costumbrismo clientelar de los políticos que son denunciados en varios de los textos que pululan en el mercado editorial del país; pero más allá de esos referentes, lo que hace este autor francés es mandar al diablo la repetición ad nauseam de los creadores en los temas esenciales: amor, guerra y muerte. Enfoca desde una perspectiva insólita un asunto que atañe a todos los interesados en el arte.
Balzac ofrece conclusiones importantes para todo narrador: evita la copia fiel de la realidad (un hecho harto consumado en el arte); busca los tres pies al gato para emprender la tarea hercúlea de representar algunas de las actividades de índole puramente humana.
Este hombre hizo algo que obviamente no es fácil de imitar. Adelantarse a su tiempo implica padecer la soledad en llamas. Ni duda cabe.
* Le Chef-d’oeuvre inconnu (Le livre de poche, Francia, 1995, 96 páginas).