EL-SUR

Sábado 22 de Marzo de 2025

Guerrero, México

Opinión

Los milagros

Silvestre Pacheco León

Diciembre 16, 2024

Diciembre es el mes de los milagros, todo mundo piensa en uno y sabe que a principios del mes es la virgen de Guadalupe la que intercede por ellos. Nada más hay que ver el fervor de las celebraciones desde el más pequeño de los pueblos hasta las más pobladas ciudades para darse cuenta del fervor conque se piden para darse cuenta de la necesidad que la gente tiene de los milagros.
Mi madre que lleva el mismo nombre de la virgen, como casi todos los años, hizo hoy el milagro de reunir a todos sus hijos para celebrar juntos sus 99 años de vida.
No pudimos festejarla en su casa de Quechultenango por los daños causados por John, el huracán de categoría 3 que como lluvia tropical hizo crecer al río Huacapa destruyendo el puente por el que se llega a su domicilio en la colonia Españita.
Sin poder llegar en carro que es lo que facilita la movilidad de cuatro miembros de nuestra familia que usan silla de ruedas y andaderas el festejo se hizo en Chilpancingo con mi familia, nos tocó hacer el viaje más largo porque los más distantes viven en la ciudad de México.
Hicimos seis horas desde Zihuatanejo por lo afectada que está la carretera, con hoyancos y cortes a lo largo de Tecpan y Coyuca. En el primero quedó inhabilitado el libramiento y en el segundo es largo el tramo desde Pénjamo, el lugar de las hamacas, hasta el inicio del puente que mandó hacer Enrique Peña Nieto.
El trabajo del Bachetón es casi simbólico porque solo una brigada encontramos ocupada en los hoyancos más grandes, pudiendo invertir el proceso y empezar por los que se están formando que son los que más afectan la integridad de los autos.
Por fortuna hay mucha vigilancia en todo el camino de parte de la Guardia Nacional, lo que da seguridad y confianza al tránsito. Sigue siendo gratuito el paso de las casetas hasta la Venta y lo que tampoco cuesta es el paisaje que se disfruta en todo el trayecto con el agua limpia de los ríos, los cerros verdes, recién bañados y cubiertos aún de la blanca fronda de los árboles de bocote, icónicos de la fiesta de Todos Santos y fuente de la industria mueblera para los artesanos del Súchil. Ese es el otro milagro, el de la naturaleza que con el paso de John dejó agua abundante para los sedientos pueblos como Petatlán y se avizora un futuro próspero para las huertas de cocotero y la abundancia de su fruto que en todo el camino no vale menos de 35 pesos por unidad.
Aunque para nosotros esos detalles del viaje nos resultaron menos importantes que el propio festejo creo que puede servir para información de quienes tienen planeado venir a la playa en Navidad y fin de año.
De lo único que no nos pudimos sustraer durante el festejo fue de los hechos violentos que siguen asolando el estado porque apenas iniciada la fiesta nos enteramos por las noticias del asesinato del magistrado Edmundo Román Pinzón en Acapulco, hecho que nos consternó a todos.
Fuera de ello disfrutamos la hospitalidad y atención de la familia Pacheco Morales que pusieron su casa y organizaron todo lo relativo a la comida. Fueron dos días de convivio porque mi madre Guadalupe León Salazar celebra su cumpleaños y su santo el once y doce de diciembre. Recordamos en familia que su padre vino del norte, de la zona minera y sabía y trabajaba la fundición de metales y la hechura de campanas. Su madre, mi abuela Aurora Salazar vino de Chilapa traída por sus padres para ponerla a salvo de los revolucionarios.
Mi madre desde joven practicó los milagros porque logró ponerse a salvo de la severidad de su padre y de la indolencia de su madre. Se salvó huyendo con el novio. Creó a diez hijos dedicándoles más de veinte años de su vida y siendo analfabeta quiso que todos conociéramos “letra”. Cuando alguien de su familia la criticaba porque se desprendía de sus hijos que querían irse a la ciudad para continuar sus estudios, respondía “lo que no les puedo dar no se los voy a quitar” pero la verdad es que aparte de la vida mi madre nos ha dado todo, por eso con una gratitud que no alcanzo a medir, parte de mis hermanos y hermanas cuidan de ella con esmerada dedicación, por eso su vida ha sido tan larga y creo que la disfruta haciendo lo que le gusta que es descansar. “Ya trabajé y caminé mucho, responde cuando alguien quiere alentarla a que camine y se ejercite”.
Los recuerdos más recurrentes de mi madre son de su avidez por ir a la escuela y la oposición de su padre que le negó ese derecho. Por eso miró en el matrimonio el único modo de liberarse y con una valentía inaudita para su juventud se enfrentó a su padre y al final venció todas las calamidades. Eso es lo que dice orgullosa cuando hace el recuento de cada uno de sus hijos. También se recuerda montada en su caballo llevando el almuerzo al campo y de su audacia para escapar del pretendiente que la asustaba en el camino.
Mi madre adora al cantante francés Hervé Vilar y sus canciones Capri Cest fini y al alemán André Rue. Le gusta vernos bailar porque se acuerda de mi padre quien en su juventud era popular por su afición a baile. En sus últimos tiempos se entusiasmaba con la cumbia Josefina de Aniceto Molina.
Mi madre ha sido campeona en todo. Cuando corríamos para que no nos pegara por desobedientes nos lanzaba un leño a los pies o nos detenía con la advertencia de que se abriría el suelo si no nos deteníamos. Nos pegaba con todo lo que tuviera a la mano, pero nos quería mucho, aunque fue poco cariñosa con nosotros y en cambio envidiábamos la ternura con la que cuidaba a sus nietos. Mi madre siempre nos procuró con la comida. Hacía todo abundante y sabroso porque la cocina fue siempre una de sus inclinaciones. Compraba mucho pan dulce para la cena o el desayuno como si se tratara de una fiesta. Eso nos encantaba. Un tiempo puso su pozolería y terminó siendo la mejor cocinera para guisar el mole de guajolote.
A todos alimentó con el atole blanco y las tortillas embarradas con salsa de guajillo y semillas de calabaza o garbanzo tostados en el almuerzo. Nos hizo crecer a todos derechos, y ya adultos cada quien construyó su propio camino. Todos recordamos su fuerte carácter y la destreza para nadar, del modo en que jugaba el agua como si fuera la masa para las tortillas hasta casi hacerla cantar, como dicen que la celebraban las mujeres encantadas que en mi pueblo se conocen como Tlantatayotas.
Juntos recordamos nuestra niñez y el pasatiempo en el patio que compartíamos con mis primos, las únicas dos familias de aquel lado del río donde la mayor parte del tiempo vivíamos en la oscuridad, teniendo que adivinar cada ruido y distinguir cada bulto que se movía con el ladrido de los perros, y volvimos a recordar quiénes de los hermanos estuvimos presentes cuando don Severo Bello macheteó y mató a nuestro perro Turco en represalia porque había mordido a su hija.
Aclaramos quiénes habían hecho suya la historia y la contaban como si hubieran participado en ella. Quedó claro que mi hermano Lorenzo fue el primero que advirtió la presencia e intenciones del hombre cuando miró que traía el descomunal machete abrasado y un gran puñal en la cintura, por eso urgió a Manuel que se llevara al perro dentro de la milpa y Manuel dice que lo hizo así pero el perro se le soltó y regresó al camino para ladrarle al hombre cuyas intenciones asesinas el turco había olido. Por eso le resultó fácil machetear a nuestro perro hasta matarlo, sin importarle la presencia de los niños.
Yo que había escuchado lo ocurrido de parte de mi hermana Estela quedé tan impactado que hice mío el recuerdo al grado de contarlo después como si lo hubiera atestiguado.
También nos reímos de mi hermano Manuel, el deportista nato y galán peinado al estilo rockero con artificioso copete engominado que hizo historia enseñando a los jóvenes del pueblo la técnica para jugar basquetbol con su equipo universitario llamado los Coyotes, que visitaron Quechultenango para hacer juegos de exhibición hasta hacer de ese deporte una auténtica revolución que por largos años se recreó en los torneos del 20 de noviembre.
Nos reímos de él porque de muchacho le daba pena, (a quien no) pasar por las calles del pueblo con sombrero y ropa sucia del trabajo en el campo. Mi hermano pasaba corriendo con el sombrero bajo el brazo, él dice que para evitar que volara de la cabeza y nosotros lo rebatimos diciéndole que era su estilo para que no se le deshiciera el copete.
Todos esos recuerdos familiares repasados en el convivio espero que hayan sido como una inyección de vitalidad para mi madre que le ayude a realizar nuevos milagros y a disfrutar el resto de las fiestas que faltan para que se acabe el año.