EL-SUR

Martes 10 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Los perros casi humanos

Silvestre Pacheco León

Diciembre 18, 2016

-XI-

Después de ver las consideraciones y el trato que los europeos tienen para sus perros, también se nota que éstos asumen una actitud cada vez más humana, porque aunque no lo crean, no hemos oído ningún ladrido, ni siquiera un gruñido.
¿Será que aquí los perros han perdido la facultad de ladrar?
Después de hacerme esa pregunta les comento a Palmira y a Ana que en la novela del cubano Leonardo Padura, El hombre que amaba a los perros, cuenta que en la Habana de los años setenta para que pudieran operar los mataderos clandestinos de cerdos en la ciudad, los dueños les retiraban sus cuerdas bucales para impedir que a la hora del sacrificio los delataran sus gritos moribundos.
Pensando en esa diferencia entre los perros europeos y los nuestros, imaginé el escándalo que armarían los desnutridos y pateados perros criollos si en la Selva Negra de Alemania sorprendieran a un oso esculcando entre la basura de una casa.
Pero la verdad es que en ningún lugar nos hemos encontrado un perro libre, sin dueño, sorteando con agilidad el paso de los vehículos, como sucede a diario en nuestra tierra.

Un accidente de tránsito

Después de la experiencia que vivimos con la bolsa plástica pegada al escape del auto comentamos la ventaja de haber contratado el seguro contra accidentes, aunque no deja de preocuparnos el riesgo de andar en estos caminos donde de veras es raro ver a algún policía.
No supimos ni nos explicamos cómo fue que sucedió el accidente, el caso es que frente a una glorieta y en pleno campo, vemos un coche blanco, nuevecito, que se ha salido de la carretera. Está detenido milagrosamente en un terreno casi vertical, chocado de frente. No hay señales ni rastro del objeto o el animal que lo chocó. El carro está tirando agua por abajo y por arriba se ve el vapor que sale por el cofre semi abierto.
Ya han bajado sus ocupantes, un matrimonio joven. Con premura la muchacha saca de la cajuela sus pertenencias mientras el hombre llama con nerviosismo por su celular, suponemos que a la aseguradora.
Como no se ve que requieran ayuda continuamos nuestro camino haciendo elucubraciones sobre la posibilidad de que haya sido un venado el que provocó el accidente, pues en todo el trayecto hemos visto numeroso anuncios que conminan a tener cuidado con esos animales salvajes.

Rumbo a Frankfurt

En el momento que tomamos una parte de autopista vemos el anuncio de que estamos ya a 60 kilómetros de Frankfurt, y como apenas es medio día nos proponemos llegar a comer en aquella ciudad y transitando por los caminos vecinales.
Dos horas después vamos entrando en la ciudad que presume de tener el aeropuerto más moderno y grande de Europa. Sus calles amplias y sus edificios viejos me recuerdan Turín, aunque en Frankfurt no hay industria visible.
Los edificios modernos se mezclan con los antiguos pero la vida no parece agitada a pesar de que se mira mucho movimiento de personas.
El frío sigue presente, por eso nos causa admiración el joven moreno de pelo y barba rizadas que sale del edificio vistiendo bermudas y una playera delgada. Cuando cruza la calle frente a nosotros vemos que va descalzo, tarareando y bailando al ritmo de la música que escucha con sus audífonos.
En la ciudad nos detenemos frente a una inmensa residencia convertida en centro de educación ambiental que se descubre entre el bosque, necesito un contacto eléctrico al modo europeo para cargar mi computadora, y pregunto a dos jóvenes estudiantes que pasan frente a mi dónde puedo conseguirlo, me dicen la dirección de un centro comercial a diez minutos caminando. Ellos me acompañan porque van en ese sentido, pero apenas hemos dado algunos pasos cuando vemos un cibercafé donde preguntamos por el adaptador, con la suerte de que lo tienen. Pago cinco euros y me regreso contento de poderme conectar con el mundo.
Nos sorprende la cantidad de clínicas de belleza que se anuncian en todas partes, abundan igual que las apothekas, así se llaman las farmacias.

La muerte de Carlos Cerros

Por la tarde mirando las noticias familiares me entero que en Quechultenango ha muerto Carlos Cerros, esposo de mi prima Cube.
Nos habíamos visto recientemente en la ciudad de México, cosa poco frecuente porque lo común era encontrarnos sólo en las festividades del pueblo.
Cuando nos saludamos me enteré que serían los nuevos mayordomos de la fiesta patronal de nuestro pueblo.
Carlos Cerros junto con Oniver y Rafael Jiménez eran los sastres que había en Quechultenango en aquella época cuando resultaba más fácil mandarse a hacer un pantalón que comprarlo hecho.
Carlos era hijo de don Agustín y doña María de Jesús, ambos originarios de Chilapa, llegaron a Quechultenango como mis abuelos, huyendo de la violencia de la revolución, a principios de 1900.
Don Agustín el papá de Carlos era talabartero de oficio, el único junto con don Miguel Tejeda, que sabía curtir pieles.
Carlos Cerros sabía sastrería y enseñó su oficio a los jóvenes que acudían al Centro de Bienestar en la década de los sesenta.
Siempre me llamó la atención que después de muerto don Agustín, Carlos no tuviera en el pueblo ningún pariente con su apellido.
Me enteré recientemente que a todos sus tíos los mataron en la revolución, unos convertidos en soldados por la leva, y otros nomás por la bola.
Del matrimonio de Carlos Cerros con mi prima Cutberta Ríos, quien ahora se quedó sola con el compromiso de la mayordomía, formaron una familia que se puede calificar de numerosa, se apellidan Cerros Ríos.

Arley, nuestro amigo colombiano

Estamos en Frankfurt cerca del centro de la ciudad y aprovechamos para buscar hospedaje. En eso andamos cuando se suelta el chubasco, que nos toma por sorpresa con el auto parado a media calle de una zona peatonal mientras nos preocupamos sólo de no mojarnos.
Como el hospedaje en la ciudad se mira complicado, decidimos continuar nuestro camino para buscarlo en algún pueblo vecino.
Apenas nos vamos despidiendo de la ciudad cuando topamos con un gran hotel. Nomás por no dejar nos detenemos a preguntar mientras vemos que mucha gente elegante se apretuja en el vestíbulo.
Andamos de suerte porque a pesar de que el hotel se mira lleno encontramos cupo y un precio razonable.
El hotel es propio para fiestas, se llama JohannesHof. Tiene grandes y elegantes salones, los pasillos están llenos de espejos. Esta tarde se celebra una boda a la que han llegado familias completas desde diferentes ciudades, según nos enteramos.
El administrador del hotel se llama Arley, es un colombiano que se alegra de nuestra presencia. Aquí todos los latinos somos paisanos.