EL-SUR

Jueves 02 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

Los personajes de mi pueblo

Silvestre Pacheco León

Noviembre 07, 2022

 

Se entiende que los personajes de una comunidad tienen la particularidad de ser populares en los diferentes temas de la vida, sea de lo social, la política, la religión o lo artístico.
Como las festividades religiosas y populares son las más frecuentes, esperadas e importantes en la comunidad, hubo quienes sobresalían de manera especial en cada una de ellas.
En el tema religioso era el arreglo de los altares lo más destacado. En la iglesia, sobresalía doña Lioba Tejeda quien era conocida no solo porque en su casa tenía su sede la oficina del correo a donde todos los que esperaban carta tenían que acudir, sino porque además de ser buena cocinera invitada para preparar el mole de las fiestas importantes, se distinguía en el arreglo de los altares y en vestir a los santos, aún aquellos que dicen que se resistían a la muda de su ropa. Daban la anuencia para el estreno de ropa nueva cooperando para el cambio solo cuando la señorita los atendía.
Doña Lioba era también una rezandera muy apegada a la iglesia que sobresalía con su potente voz e imponente figura. Era alta, o eso se me figuraba, chapeada y rápida al caminar, como si tuviera urgencia de llegar pronto.
En esa línea de arreglar altares y decorar los lugares de la fiestas era reconocido mi tío Rosealeano León a quien también se le recuerda porque pensando en beneficiar a la parroquia aceptó de buena fe la oferta que le hicieron los bandidos de cosas sacras quienes se llevaron la cripta del Santo Sepulcro que mi tío tenía bajo su responsabilidad en la iglesia bajo el argumento de que ya estaba muy viejo para guardar tan importante cadáver. Él se vanagloriaba de que gracias a su amistad con esa gente abusiva contaba cristo con una moderna cripta de relumbrante aluminio en vez de la vieja y pasada de moda que se llevaron.
Mi tío Rosa era alto y guapo, muy emprendedor y religioso consumado.
En el tema de las danzas religiosas, la más importante y popular era la de los Santiagos, conocida en mi pueblo como la danza de las Cueras debido a que esas eran parte de su vestuario imitando la ceremonia del dios rojo de los yopes llamado Xipe Tótec que vestía la piel de un desollado.
La danza cuya ejecución es celosamente controlada por la Hermandad de Santiago Apóstol para que solamente se vea en esa festividad anual en el mes de julio, ejecutada exclusivamente por hombres que participan cumpliendo una promesa, tiene entre sus personajes más sobresalientes, desde luego, al Santiago y su escudero el Mecehualtzintli así como los cuatro capitanes del ejército pagano y los dos que ridiculizan al rey Pilatos.
Entre ellos destacaban en la lista como actores, don Benito Tejeda, Eduardo Ramírez y Galdino Ríos quienes como Santiago, tenían que acabar con todo el ejército enemigo, para lo cual sí que se requería de mucha energía porque la matanza era con machete.
En la otra gran fiesta religiosa para festejar a la Virgen de Guadalupe, en el mes de diciembre, era la danza de los Moros y Cristianos integrada por los voluntarios interesados en el engrandecimiento de la festividad y dispuestos a gastar más allá de sus posibilidades el dinero para su vestimenta que incluía la compra de las telas más finas, relucientes y caras que se podían encontrar en Chilpancingo, la corona y el escudo propios de su rango en la simulada disputa bélica por los lugares santos como lo describe la leyenda de personajes como Carlo Magno, Roldán, Guy de Borgoña y Floripez, la princesa hija del pagano rey de Jerusalén que traiciona a su padre y a su religión en un gesto de amor por el caballero francés de Borgoña encarcelado en la alta torre de su castillo.
Mi tío Procopio era inigualable en el papel de Oliveros y don Pedro el pabellonero como Fierabrás.
Roldán el consentido y orgulloso, sobrino del emperador Carlo Magno, representado por mi tío José León era todo un espectáculo verlo pelear con el machete largo y sonoro echando chispas al tiempo que bailaba con la música del Chile Frito dirigida por el trompetista inigualable Bonfilio Amilpas.
En el tema deportivo los más populares eran los destacados en el basquetbol, deporte en el que sobresalió Quechultenango a nivel regional y luego nacional con torneos patrocinados por los propios deportistas como las danzas.
Eran memorables los diálogos con los futuros consuegros que sostenía don Pedro Días en su papel de pedidor de la novia en la Danza de los viejos, cuyo desenlace era la guerra entre las familias en lugar de dar el sí para el casamiento.
Recuerdo que en aquellos años llegó al pueblo para ocuparse del negocio familiar del molino de nixtamal don Emigdio, un hombre alto y de barriga monumental, muy atento e inofensivo aún en sus prolongadas borracheras y más bien simpático que se hizo popular porque se divertía cantando en la calle La pollera colorá y más cuando decidió integrarse en la danza de los Nitos en la que se simula la pelea del lagarto con los pescados donde éstos, provistos de un afilado machete, tienen que intentar cortarle la cola.
Como La pollera colorá cargaba el lagarto como si fuera un juguete, chicoteaba sin misericordia a los pescados, primero de uno en uno y luego corretéandolos a todos.
En el barrio de La Grupera vivían como hermanos Abdías, La Zopilota y Laco. Abdías era el más travieso y Laco el más cerebral.
El primero se entretenía con los paseantes de Semana Santa camino del río Azul, haciéndoles creer a quienes iban en las redilas que podían cortar las roscas de guamúchil que para tal caso ataba a un cordel y cuando los pasajeros lo intentaban subían de altura. Ya alejándose del lugar los pasajeros se daban cuenta de la travesura. Su hermano en cambio tenía más elevadas aspiraciones y en un tiempo le dio por fabricar un helicóptero con cañuela de las matas de maíz que exhibía en la calle de su casa para distracción de los niños.
De las generaciones que conocí como buenos jinetes de toros sobresalían Rosaliano, El Bule, Leoncio, La Culebra, La Maravilla y La Rabadilla.
En la euforia de los aplausos, la admiración de sus hazañas y el calor del mezcal las tardes de toros en el improvisado corral del barrio de Manila eran un desahogo popular y parte de la diversión popular. Los gritos de la gente se escuchaban en todo el centro del pueblo y solo con escucharlos uno se podía dar cuenta si el montador se había caído o resistido los reparos y hasta cuando el toro se llegaba a salir del corral embistiendo a la multitud.
Un ejercicio atractivo de los aficionados de los caballos era correr yeguas mostrencas que arribaban al llano.
Como la recompensa de lazar las bestias salvajes era poderlas herrar como de su propiedad, no faltaban los hombres de a caballo que se sumaban veloces al grito de ea, ea, ea, para arrearlas al lugar apropiado para lazarlas, aunque en la carrera nunca faltaba el jinete que besaba la tierra en un tropezón del caballo o en un mal jalón de la lazada.
En esa fiesta épica sobresalían mi tío José León, su cuñado Chico Sánchez, José Sánchez y Librado Barrios. Esos fueron algunos de los personajes que dieron colorido a una época en la que eran las noches oscuras y dominaban la fe y las creencias.