EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Los pichones al mojo de ajo

Silvestre Pacheco León

Junio 05, 2016

Desde que llegamos a la ciudad de Iguala Suria y yo habíamos estados juntos más de cincuenta horas, pasando aventuras inesperadas en tres regiones distintas que reflejaban muy bien la situación social del estado.
En Acapulco llegamos para cubrir una mesa redonda de intelectuales de izquierda venidos de la ciudad de México para ayudar a la estabilidad del gobierno interino. Al día siguiente salimos rumbo la cabecera de Ayutla de los Libres para una entrevista con los fundadores de la Policía Comunitaria, y en el camino tuvimos el primer percance a manos de una organización criminal que nos retuvo en un retén carretero del cual nos salvamos de milagro.
Esa segunda noche dormimos en Chilpancingo donde fuimos testigos de uno de los excesos cometido por activistas de las organizaciones radicalizadas, contra consejeros del Instituto Nacional Electoral, acusados y vejados nada menos que por ser los responsables de llevar adelante el proceso electoral, cuando la intención de ellas era boicotearlo.
En esa ciudad capital fuimos víctimas también de un grupo de jóvenes infiltrado en una organización estudiantil quienes nos despojaron de una cámara fotográfica, la cual pudimos recuperar con el apoyo de dirigentes de la Ceteg.
Fue también en Chilpancingo donde se nos unió Elba, una compañera común de Suria y mía con quien nos sumamos al festejo del Paseo del Pendón y a la borrachera colectiva que los chilpancingueños organizan para recibir el Año Nuevo.
En la tarde de ese día llegamos a Iguala con la intención de recoger historias e impresiones de la gente en torno a la situación de inseguridad y violencia que viven los igualtecos y que se comenzaron a conocer a raíz del ataque y desaparición de los estudiantes normalistas.
En la noche, después de haber salido airosos de un problema de tránsito, dejamos nuestras pertenencias en el hotel y salimos a caminar comentando la historia del cuidador de gallos, obligado a trabajar para el jefe de sicarios, sin recibir pago en castigo por haber osado alejarse del ambiente criminal.
La plaza de Iguala era bulliciosa, la gente se repartía formando grupos compactos en la amplia explanada. Nosotros que sabíamos la realidad violenta que se ocultaba tras la aparente calma que se respiraba, no dejábamos de admirarnos de la capacidad que tiene el ser humano para adaptarse a las peores condiciones de vida.
Junto a la catedral nos atrajo la asistencia numerosa a la misa de las ocho de la noche porque era una de las tantas manifestaciones visibles de que las personas buscan un refugio o consuelo por el drama que han vivido.
-La iglesia no se quiere ver muy activa frente a la violencia que viven sus feligreses pero algo tendrá que decir a tanta gente que busca una salida, comentó Elba.
-También la iglesia ha vivido en carne propia los problemas de la inseguridad, le dije.
Luego les cuento a mis amigas que el reporte de agresiones a sacerdotes tiene al estado de Guerrero en primer lugar, y que en esos días los medios informativos daban a conocer el secuestro del padre Goyito, un cura que enseñaba en el seminario de Ciudad Altamirano.
-Si no fuera porque se trata de otro hecho de violencia, el caso de éste cura es como un chiste negro, dicen que los criminales primero lo amenazaron porque en sus sermones hablaba mucho de apoyar a la familia.
-¿Pensaron que era de la Familia Michoacana? dijo Suria riendo sarcástica.
-Efectivamente, puede mover a risa pero dicen que eso pasó, que la primera vez que lo levantaron, el reclamo que le hicieron los sicarios fue que era aliado de aquel grupo criminal, y dicen que no le creían cuando en su defensa respondía que hablaba de la otra familia, la de Cristo, les comenté.
-Seguro que el pinche sicario era un ignorante, agregó Suria.
-O que sabía de más, ve tu a saber, concluyó Elba.
-La verdad es que contra el crimen organizado nadie parece estar a salvo en ninguna parte, la violencia nos ha hecho iguales, parecía ser la conclusión.
-Ni tanto, o hay de iguales a iguales, porque ahora muchos guerrerenses quisieran mejor vivir en la ciudad de México, ¿Verdad Pedro?
-No me lo van a creer pero cuando viajo a la ciudad de México siento que me quito un peso de encima, y camino por sus calles a deshoras y hasta en los barrios peligrosos, sin pena ni temor. Eso no me sucedía hace diez años, les respondí.
-Esa percepción la tiene mucha gente y en realidad el gobierno de la ciudad capital se ha aplicado en ese tema. Hasta bonita veo a mi ciudad, comentó Suria.
Para ponernos de acuerdo en la cena nos sentamos en una de las bancas de la plaza aquella noche tibia, y mientras Suria proponía buscar los pichones al mojo de ajo, Elba y yo indagamos en internet por ese antojo.
Con la facilidad que le era característica para comunicarse y sacar plática sobre el tema que le interesaba, Suria pronto encontró interlocutores con quienes se puso a conversar, y en cuanto estuvimos solos Elba y yo, me preguntó sobre Adela. Quería saber cómo andaba nuestra relación. Le confesé que se había alejado de mí, que se había ido a vivir con nuestra hija menor a la capital.
En respuesta Elba me abrazó efusiva preguntándome cómo me sentía en esa situación de soltería. Le dije que quizá por falta de tiempo no había yo recapacitado sobre ello.
Me dijo que aún vivía con el recuerdo de nuestro pasado, y que de vez en cuando extrañaba mi presencia, que hasta creía oír mi voz cuando abría la puerta de su casa a la vuelta del trabajo.
-En el poco tiempo que vivimos juntos me acostumbré a tu modo raro de quererme. Al principio sufría mirando tu desenfado que rayaba en lo desatento, pero todo se resolvía con una caricia tuya. ¿ Lo has olvidado?
Ya no pude responderle a Elba su confesión porque en ese momento Suria llegó preguntando por la cena.
-Ya tenemos la dirección del restaurante, y nos queda a tiro de piedra, dijo Elba.
Los tres nos encaminamos hasta el lugar que a esa hora inusitadamente aparecía muy concurrido.
-¿Y si el restaurante fuera también de los Abarca Pineda?
-Hagamos abstracción de los dueños del negocio y pensemos mejor en que la comida sea de nuestro agrado, ¿les parece?
Elba y yo nos reímos de la ocurrencia celebrando haber encontrado lugar en el restaurante, rodeados de comensales que parecían satisfechos con la cena.
Unos tequilas para comenzar mejoraron nuestra actitud y nos abrieron el apetito.