EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Los presagios de la naturaleza

Silvestre Pacheco León

Abril 27, 2020

 

Es la madrugada cuando me despierta el ulular de un búho. Su canto parece de una ave adulta, diferente del chirriar de la lechuza que con frecuencia oímos en las tardes, posada en las ramas altas del roble de la esquina.
Cuando escucho el gr-cu-cu-cu, gr cu-cu en el silencio de la noche, un escalofrío recorre mi cuerpo mientras pienso en los presagios de la naturaleza, como si fuera el aviso sobre algo esperado. Es la fecha que entramos en la tercera fase de la pandemia. Pero en seguida se impone mi pensamiento racional recordando la aparición de aves y animales en las calles y el Acapulco los peces saliéndose del mar, como si fuera la reacción de la naturaleza en busca del equilibrio.
Ahí está el ejemplo en el jardín de nuestra casa al que están llegando pájaros diferentes y de ardoroso canto, calandrias y mirlos que no habían venido y ahora se bañan en la pequeña fuente junto al chupamirto negro que viene todos los días. Beben agua y se bañan mirando con desdén a los zanates que se han aficionados a la comida de los gatos callejeros como lo han comenzado a hacer los tlacuaches, en un ambiente ruidoso por los gruñidos y chillidos de las ardillas que antes no percibíamos.
Con estos pensamientos recupero el sueño, hasta que por la mañana despierto recordando el canto de los dos búhos que en la madrugada hicieron coro, (guru, guru, guru).
Más tarde vuelvo a pensar en los presagios cuando leo la crónica de Abel Barrera sobre el drama por el que están pasando nuestros paisanos migrantes en Nueva York a causa de la epidemia del coronavirus, sin contar con ayuda alguna, lejos de su tierra y de sus seres queridos, muriendo como esclavos del imperio, mientras todavía hay en el mundo quienes creen que nuestro futuro como país está en el ejemplo de la sociedad estadunidense.
Pienso también en las familias de nuestros paisanos de la Montaña que no supieron siquiera cuándo y dónde murieron sus parientes, ni sabrán el lugar donde fueron enterrados o cremados, pero que se imaginarán lo ocurrido cuando dejen de recibir la remesa de dólares que aminoraba su hambre.
Por fortuna no todo lo que leo son malas noticias, porque al final del debate que generó la Guía de Bioética de Asignación de Recursos de Medicina Crítica que establecía la preferencia de atención médica para los jóvenes sobre los adultos mayores, se impuso el derecho que todos los humanos tenemos a la vida, independientemente de la edad.
El falso dilema de resolver si un joven puede aportar más que un viejo al desarrollo del país se canceló por el fácil procedimiento de recibir a los pacientes en los hospitales en orden de llegada, aunque en el caso de saturación de los servicios, como está previsto, da igual el lugar que uno tenga en la lista si no hay camas disponibles, pero acaso podrá uno morir sin sentirse desechado.
Por eso entre las lecciones de la cuarentena no debemos olvidar la exigencia de que se garantice el presupuesto suficiente para hacer efectivo el derecho a la salud universal, incluyendo la educación para cuidar nuestro cuerpo, previniendo las enfermedades crónicas degenerativas y la obesidad, pues demasiado tarde se está haciendo conciencia de la gravedad de la epidemia y de la manera tan sencilla de enfrentar al virus solo con el empleo constante de agua y jabón para lavarnos las manos, evitando tocarnos la cara, ojos nariz y boca, manteniendo la sana distancia con los demás.
Sin embargo no debemos bajar la guardia por el derecho a la protección de la salud para ser ejemplo en el mundo, evitando dejarla en manos del libre mercado, como sucedió durante la etapa neoliberal cuando las grandes corporaciones trasnacionales de laboratorios médicos, en complicidad con quienes ejercen la medicina privada, se dedicaron a negociar a costa de la salud del pueblo.
Claro que esa conducta neoliberal de privatizar la salud permeó como política en casi todo el mundo, empezando por el poderoso vecino del norte quien con tanta riqueza y poder tecnológico en su haber ha sido rebasado por la pandemia, porque los dueños del dinero en su afán de enriquecimiento desmedido se han alejado del respeto a la vida humana olvidando que todos somos parte de la naturaleza, hasta llegar al disparate de gastar sumas millonarias del presupuesto público para financiar la búsqueda, fuera del planeta tierra, de otro lugar sin tanta contaminación para disfrutar sus millones.
Por eso es aleccionador lo que escribió en twitter a principios del mes de abril la hija de Antonio Vieira, el banquero portugués de Santander que murió a los 73 años víctima del coronavirus que contrajo en un centro de recreo en Italia. “Somos una familia millonaria y mi papá murió buscando algo que es gratis, el aire. Murió asfixiado en una cama”, dijo desconsolada, tratando de hacernos reflexionar sobre lo dramático que es morir víctima del coronavirus.
Pero como se necesita la acción más que la especulación para cambiar el mundo desigual en que vivimos, cada quien debe poner su parte, como lo hizo en Chilapa aquel grupo de trabajadores de la salud que en noviembre pidió al presidente de la República su intervención para resolver el problema del hospital de la cabecera municipal.
Fue gracias a su gestión que tanto el secretario de Salud como el director del IMSS vinieron a inspeccionarlo y la semana pasada se entregó a la Sedena que lo habilitó para atender a los pacientes infectados de coronavirus.
Ahora debemos exigir que se investigue la razón por la cual la construcción de ese hospital rebasó los 132 millones de pesos de los que inicialmente habló Ángel Aguirre Rivero y se terminó pagando 270 millones de pesos.
Los guerrerenses merecemos que se esclarezcan los motivos del sobreprecio y la razón de su tardanza así como se dice que se investiga el destino de los 83 mil millones de pesos que el gobierno de Enrique Peña Nieto invirtió en el sector Salud durante su sexenio.
Hemos cumplido ya la cuarentena pero seguimos recluidos en nuestra casa como lo manda la autoridad y lo hacen la mayoría de los mexicanos, pasando por los diferentes estados de ánimo que genera el encierro: el amor, la fraternidad, los desencuentros, la alegría y la tristeza, la angustia y el miedo; también la escasez y las privaciones, dispuestos a continuar con la inmovilidad lo que haga falta, pues ahora tenemos nuevos aprendizajes para enriquecer nuestra vida.
Sabemos la utilidad de tener nuestras propias macetas con las plantas que dan sabor a las comidas, los guisos preparados al alimón y el vino que nos enerva.
Palmira ahora sabe hacer tortillas, hornear panes crujientes y se aplica en la costura de sus propios modelos de ropa.
Nos hemos hecho invencibles en el juego de scrabble y aficionados hasta el cansancio de las series televisivas.
Solo nos apenan las personas que por necesidad o por desdén e ignorancia siguen en la calle con el riesgo latente de afectar a los demás, también los trabajadores de la salud infectados y aun maltratados por su labor de salvar vidas.
Aún así vivimos con el deseo de que la epidemia cauce el menor daño a las familias y a la sociedad para que todos salgamos fortalecidos y con el ánimo de continuar los cambios que reduzcan la desigualdad, porque México se lo merece.

Etiquetas: Silvestre Pacheco León, México, Guerrero, pandemia, desigualdad.