EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Los retenes armados en las carreteras

Silvestre Pacheco León

Marzo 06, 2016

En el estado de Guerrero, los retenes para la revisión de los vehículos como método de vigilancia se conocieron desde los años setenta, durante el combate del gobierno contra la guerrilla, particularmente en la región de la Costa Grande.
El malestar de la población, vejada y violentada en sus derechos y garantías individuales, provocó muchas protestas porque se consideraba que los retenes a cargo del Ejército constituían una violación al derecho constitucional del libre tránsito.
Los retenes en los caminos cesaron cuando el objetivo militar se vio cumplido, pero éste mecanismo antipopular de vigilancia volvió a cobrar vigencia y se generalizó en el año 2010 en todo el estado, con la particularidad de que lo mismo eran establecidos por las corporaciones de seguridad oficiales y las policías comunitarias, en el caso de las zonas indígenas, que por el crimen organizado que con ese método suele defender los territorios que ocupa.
Suria y yo que hemos entrado en territorio de Cruz Grande en nuestro viaje a Ayutla, vivimos, como periodistas, la situación que padecen todas las personas que transitan por los caminos del sur, como dice el título de la canción de Agustín Ramírez.
Cuando la fila de carros parados nos detiene y miramos que el obstáculo para avanzar es un retén de civiles armados, mal disimulamos el nerviosismo que nos provoca, callando nuestra plática.
Delante de nosotros hay una camioneta de redilas repleta de trabajadores que se muestran inquietos, quizá porque no avanzan, o por la incomodidad en que viajan, y el calor con el sol a plomo.
La inquietud de los trabajadores de la camioneta atrae a uno de los hombres encapuchados y armados que cuidan el retén.
–¿Qué tienen, de veras llevan prisa?
La respuesta es el silencio. El primero que habla lo hace cuando el hombre armado se retira.
–Pinches cabrones, nomás nos hacen perder el tiempo. Se habían de matar entre ellos.
–Hay que considerarlos, dice refiriéndose a los hombres armados, son muchos sus muertitos, hay que respetarles sus sentimientos, –comenta el trabajador, quien no se diferencia de los que ejercen de policías ni en el color de su piel, ni en su aspecto físico.
–Seguro tienen sed estos señores, dice Suria bebiendo un sorbo de agua desde el confort del auto, compadecida de los trabajadores que se apiñan en la camioneta.
Ella se ha quitado los zapatos, y mientras sube los pies al tablero del vehículo me pone en la boca un gajo de la naranja cimarrona que compramos en el paso del río; luego me hace la observación de que el arma larga que porta el encapuchado es reglamentaria.
–Es de manufactura alemana, dice como si fuera una especialista.

La CRAC y la UPOEG

Ninguno de los viajeros parece estar al tanto del nombre de la organización a la que pertenecen los hombres que revisan los vehículos.
Detenidos como estamos entre la fila de carros nos ocupamos de observar en detalle el paisaje y casi al mismo tiempo atrae nuestra vista la mancha de color rojo que como si fuera un incendio se extiende sobre la ladera del cerro.
–Es Jamaica, le digo.
Las plantas que han crecido casi del tamaño de las matas de maíz están en plena floración y el color rojo las cubre con intensidad desde el tallo hasta las flores.
El espectáculo que vemos tiene que ser registrado por Suria quien con la moderna cámara en la mano sale del auto buscando el mejor ángulo para la foto.
Yo la sigo con la vista y me bajo tras ella cuando me percato de que uno de los hombres armados camina presuroso en la misma dirección.
Cuando el hombre repara en que lo sigo, levanta el arma y me apunta, advirtiéndome que me detenga. Me paro instintivamente, pero reacciono en seguida y continúo caminando para alcanzar a Suria que ha visto al hombre armado y lo fotografía.
El hombre baja el arma en seguida y molesto nos dice que está prohibido tomar fotos.
–No sabemos que esté prohibido tomar fotos, somos periodistas y hacemos nuestro trabajo, le contesta Suria molesta.
–Por favor suban a su auto, nos dice, y ordena que no tomemos fotos.
Molestos y nerviosos volvemos al auto. Mientras seguimos a la espera de pasar el retén, repasamos la historia de la Policía Comunitaria que surgió en esta región como respuesta de los pueblos originarios a la inacción del gobierno en el tema de la seguridad.
Coincidimos en que en 19 años de existencia la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias, mejor conocida como la CRAC, ha bajado drásticamente el índice delictivo en la región, y que el gobierno, antes que reconocer su papel y apoyar su eficiencia, con Ángel Aguirre comenzó a hostigarla hasta lograr su división.
La disidencia de la CRAC y en el surgimiento de la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG), liderada por los hermanos Plácido Valerio, fue una clara evidencia de la mano interesada del gobierno para debilitar a la CRAC.
En la diferencia que hay entre una y otra de esas organizaciones armadas que actúan en la zona, coincidimos en las limitaciones legales que tiene la UPOEG para “dar justicia” como lo hace la CRAC, porque carece del cobijo de la ley 701 que reconoce el sistema normativo de usos y costumbres de los pueblos originarios como un derecho internacional.
Cuando nos percatamos que la fila de carros avanza y estamos cerca del retén, hablamos de los riesgos de nuestra profesión y del cuidado que debemos tener para no cometer imprudencias.
–En tierra de salvajes no tenemos fueros, le digo a Suria después de reconocerle su valentía.
Como si ambos coincidiéramos en la creencia de la eficacia de los conjuros, terminamos besándonos previniendo cualquier mal momento.
Luego nos toca el turno y nos sacan de la fila mientras pienso para mí apretando la mano de Suria.
–Mal augurio.
Nos piden que apaguemos el carro, que nos bajemos y que entreguemos nuestras identificaciones.
Suria y yo nos abrazamos mientras veo la indolencia de los viajeros que pasan presurosos fingiendo que no se dan cuenta de lo que pasa.
Estamos a merced de los hombres armados cuya identidad sólo adivinamos.
Después de unos minutos el hombre que se ha llevado las credenciales regresa con nosotros y dice nuestros nombres:
–Suria Espinoza y Pedro Contreras. Necesitamos los papeles del auto, –nos dice en tono de sentencia.