EL-SUR

Lunes 15 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Los siglos de Acapulco (X)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Junio 16, 2016

La zona roja

La zona roja de Acapulco empieza en una desviación por la carretera a Pie de la Cuesta. A los lados de la calle que desciende se levantan barracas de madera donde las prostitutas –mujeres pintarrajeadas, gordas, sudadas–, esperan en sus sillas al lado de las puertas que alguien solicite sus servicios por diez o veinte pesos. Más adelante está la comandancia de policía, donde no falta una discusión entre los gendarmes y los borrachos, que termina cuando los borrachos aceptan pagar una multa, si tienen dinero. Casi en el centro de la zona, frente a la comandancia esta el cabaret El Burro. Allí, Pablo y sus amigos bebieron cerveza y salieron pronto; las prostitutas eran horribles y eran muy caras.
De El Burro fueron al Cielo Azul. Allí vieron un striptease que era algo sensacional. Entre cortinas y círculos de reflectores, salía un gorila. Ejecutaba una danza salvaje y después se quitaba la piel y aparecía una mujer de cuerpo esbelto; piel blanca, piel sensual. Las piernas y los senos bien formados. La mujer bailaba quitándose los velos delicadamente. Los clientes gritaban. Cuando ella se acercaba a alguna mesa, le acariciaban las piernas, le hacían señas. Al final del show se quitaba la máscara de gorila y las luces se encendían y el público descubría que la stripteaser era hombre. Casi todos reían sorprendidos y algunos gritaban mentadas de madre y otras cosas. Las gringas eran las más sorprendidas y las únicas que, más o menos, se asustaban y hacían unos gestos o de-cían alguna frase de repugnancia.
Salieron y caminaron por una calle oscura, cuya única luz era el anuncio del burdel La Huerta. Hay alrededor de cincuenta putas, un conjunto de rumba, sinfonola, whiskey, cerveza, etcétera, es el mejor de la zona. Las putas van y vienen por el cabaret, por la pista de baile, entre las mesas, en bikini, traje de baño, en brassier y pantaleta. Sentados alrededor de una mesa, Pablo y sus amigos observaban la pista: los cachondeos, los besos, los movimientos. Observaban a los clientes que bebían en las mesas haciendo aspavientos, gritando. Observa-ban a las prostitutas.

Vuela paloma
Vuela
Vuela al palomar

Sonaba el güiro, las tumbas, la trompeta de la Sonora Matancera; la voz de Celia Cruz. Las prostitutas bailaban haciendo pasos de rumba; los hombres les acercaban los cuerpos y les ponían las manos en las nalgas. Las mujeres son-reían, hacían gestos, muecas, señas con los ojos y las manos, movían las caderas. Desde la me-sa, cada quien con su vasos de ron en la mano, Pablo y sus amigos buscaban alguna que les gustara. Pablo detuvo la vista en una que bailaba con un gringo muy típico; pecoso, ojos saltones, dientes de conejo, bermudas, sudadera con las siglas de la Universidad de Missisipi, intentando pasos de rumba.
Unas mujeres iban y venían entre las mesas, esperando que alguien les hiciera una seña o que alguien, cogiéndolas de la mano o las nalgas, las invitara a sentarse. Los meseros, tipos de pestañas enchinadas con rimel, blusas floreadas, pasos menudos, quitaban y ponían vasos y botellas.
(Justa y necesaria aclaración del transcriptor: García Saldaña describe sólo a uno de los varios meseros de Tahuer. Se trataba de un viejo homosexual excedido de peso llamado Chucho X, conocido popularmente como La Temblo-rina, por temblarle efectivamente las carnes al caminar. El sí se maquillaba tanto o más que sus compañeras las suripantas. Los demás eran machos calados).
“El conjunto de rumba tocaba: goza la vida goza como hago yo gozo la vida goza, goza, goza. Los amigos de Pablo –caminando por el cabaret, sentados en la barra–, buscaban putas; bebían cerveza a sorbos. Carlos bailaba de estilo con una de pantalón rojo y suéter verde. Pablo, recargado en la sinfonola, contemplaba a Silvia. Le hacía señas. Silvia se fue al cuarto con el gringo. Putas bailando, clientes borrachos Los meseros con charolas. Carlos y Fernando yendo al cuarto con dos putas. Él y Jaime en la mesa, bebiendo. La voz de Daniel Santos en la sinfonola:

Virgen de medianoche
cubre tu desnudez
señora del pecado.

Parménides García Saldaña (Orizaba, Ver., 1944-DF. 1982). Escritor perteneciente a la corriente de la llamada literatura de La Onda, de la que fue rey y señor indiscutido. El bautizó como hoyos fonkis a los lugares donde se escuchaba rock en los 70s. Sus obras: Rey criollo, Pasto verde. En la ruta de la onda, Pueblo fantasma y Aquí, en la playa (a la que pertenece el fragmento transcrito).

Segunda luna de miel en Acapulco

…Pero había cuando menos dos Acapulco, precisaba Misterios, el del nativo, el de sus paisanos, el de a deveras, en el que el trabajo y las ocupaciones hacían que se olvidaran las playas, la diversión turística, o se las viera como aparador de lujo. Además, ante el contacto con todo tipo de culturas, directa o indirectamente el acapulqueño ampliaba conocimientos, gustos, sensibilidad. Se cosmopolitizaba más rápido que en el resto del país. La modas internacionales, buenas o chafas, llegaban ahí antes, y el porteño cambiaba sin cambiar, seguía siendo el mismo pero con nuevas señas de identidad.
Por otra parte, en 1974 ya era bien visible la inmigración constante de gente de otros estados y de todas las clases sociales que anhelaban mejorar sus condiciones de vida o simplemente vivir muy a gusto en la turística gallina de los huevos de oro. En pleno 1974 Acapulco entraba en la fase final de una transición. La población flotante no lo notaba, pero en el puerto de noches como diamante azul se experimentaban transformaciones profundas, quizás más malas que buenas, que después abarcarían todo el país. De cualquier manera concluyó Misterios, en este momento Acapulco es perfecto.
Ya habíamos rebasado la tortuosa subida de Tres Cruces y al fin contemplamos la gran bahía de Acapulco, con las rocas del Morro y la isla de La Roqueta, que con su faro se asomaba detrás de la Bocana Ah, qué maravilla. ¡Bravo!, ¡autor!, ¡autor!, dijimos pero en ese momento la puesta de sol nos enmudeció. Las cambiantes luces encendidas del cielo se confundían con las artificiales pero tenaces de la “zona dorada”, que se volvía ya el principal centro turístico y un uptown. Pero, bueno, ya saben, eran “foquitos de colores, copitas con champán, mujeres vaporosas que besan y se van”. (Final del cuento Segunda luna de miel en Acapulco).
José Agustín (Ramírez Gómez) Guadalajara, Jal. 1944, aunque él prefiere ser acapulqueño. Novelista “ondero” como García Saldaña. Autor de por lo menos diez novelas de gran éxito y entre ellas La Tumba, De Perfil, Se está haciendo tarde (final en laguna) y Ciudades desiertas. Son notables sus cuentos, ensayos, crónicas, obras de teatro y artículos periodísticos. Sobrino de José Agustín Ramírez Altamirano, nuestro gran compositor, y del ex gobernador Alejandro Gómez Maganda.

Acapulco, cuento de hadas,
pero al revés: Monsiváis

Xavier Rosado, reportero de esta casa cubre una conferencia del cronista Carlos Monsiváis; la dicta en el museo histórico del fuerte de San Diego, el 24 de febrero de 2003.
No fue la anunciada “conferencia magistral” –advierte Rosado–. El escritor leyó algunos “cuentos” sobre Acapulco –“no necesariamente autobiográficos”–fechados a partir de 1973 y que remiten a distintos momentos del puerto. La primera “escena”, como él los presentó, lleva el título de La Zona Roja y la tabla ouija.
“Terminada la fiesta en el Hilton me fui a la zona roja a practicar el “zonanismo” –je je, ¿no es gracioso, verdad?, a mí tampoco me lo parece–. Fuimos un grupo muy cotorro, puros cuates, ya sabes: Carlos, el otro Carlos, Renecito, Jorge, Rodolfo, el junior y un grupo de gordas medio golfas. Si me lo preguntas, muy jaladoras y nada chafas de aspecto. Ora que la zona roja no está a la altura de Acapulco, o siquiera de la Costera, todas las viejas son horrendas, fachosas, algo dialtiro “pópolo”.
“Y luego una tipa monstruosa bailando una danza mortal y las golfas echando un relajo parejo. A mí me preocupaba que nos fuera a ver algún periodista, ello a pesar de no ser lo bastante conocidos como para que el desprestigio nos prestigiara. Localicé a uno al fondo del salón y fui a saludarlo. Estaba tan borracho que me salió con aquello de “yo a ti te conozco, pinche güey”. Como estaría de ahogado que tuve que apuntarle mi nombre en su libreta, prometiéndome una nota en su publicación.
El trío de la variedad estaba de lo más out; era como si Los Panchos estuvieran desvelados y afónicos. Un mago llegado directamente de Tijuana, ¡que no veas! A las primeras de cambio que se le ahoga una paloma en su sombrero de copa; la saca muerta disculpándose pero el respetable lo abuchea y ya no le permite continuar con su número.
Cita Monsiváis –“escena” de 1976–, a uno de los “inventores” de Acapulco: Teddy Stauffer. También a las discotecas como Armando’s Le Club, Bocaccio y Tequila a go go, en las que se rendía tributo con sus canciones a Frank Sinatra. Se refirió a Beto’s Condesa donde la música se mezclaba con el celebrado e inacabable paisaje acapulqueño y se ejercía una constante lucha entre la cumbia colombiana, el danzón y la música disco. Un trópico sedentario y no danzante es un fraude o una superchería y así lo revela la meditada distancia de los contendientes, mientras se pueda, ¡ora, no empujen!

El rostro en Acapulco

El baile es importante porque, además de serlo, es el único refrendo conocido de la juventud: vieja el que no baile. La pista es el templo donde la juventud sobresaltada, sobrexcitada, se habla de tú con lo supremo. El chiste de ir a una discoteca es la sensación de exclusividad que corrobora la calidad de los participantes.
El rostro, en Acapulco, es el mejor patrimonio para aprovecharlo, particularmente para un joven cuyo modus vivendi sean sus capacidades amatorias..
Entre otros “inventores” de Acapulco, el cronista citó a los juniors por antonomasia, juniors executives o CEO, o simplemente niños bien de la Ciudad de México. Los mismos que durante los ochenta llenaban la discoteca Baby’O con su “güerez” y su “fresez” iluminando el imaginario turístico.
Antes de finalizar, el disertante pregunta: ¿Qué les hizo Acapulco a los arquitectos para que lo llenaran con edificios espantosos sin adecuarlos al paisaje? Al puerto, afirmó, lo ha devastado la cultura de lo kitsch y lo naco. Por ello nadie en Acapulco es excéntrico. Podría serlo, en todo caso, un tipo vestido de traje y corbata como Joaquín Pardavé, pero de ahí en fuera Acapulco permite todos los estilos de personalidad.
Y una última demanda de Carlos Monsiváis: Ya estuvo bueno que se hable de que hay dos o varios Acapulcos. Acapulco es uno e indivisible. Hay un solo Acapulco, el lugar donde la naturaleza se hizo ciudad y un lugar que bien podría ser “un cuento de hadas pero al revés”.

El Acapulco de Anaís Nin

Acapulco es para mí la cura para todos los males de la ciudad. Desintoxica de la ambición, de la vanidad y la pasión por el dinero. Ahuyenta la presencia continua de individuos obsesionados por permanecer en el candelero, hacerse notar por encima de la multitud.
En Acapulco todo eso es una tontería. Existes por tu sonrisa y tu presencia. Existes para tus ale-grías y tus relaciones. Existes en la naturaleza, eres parte del mar resplandeciente y parte de las plantas exquisitas. Aquí uno está casado con el sol, inmerso en la atemporalidad.
Aquí puedes alimentar los sentidos y apaciguar los nervios. La mente está tranquila, las noches son canciones de cuna. Los días son como masa suave que en las manos del escultor vuelven a recuperar los contornos perdidos, las sensaciones del cuerpo, perdidas. El cuerpo vuelve a la vida. La búsqueda de valores concretos de uno u otro tipo pierden aquí toda su importancia.
Mientras nadas en el mar estás lavando todas las excrecencias de la llamada civilización y ello incluye la incapacidad de ser feliz bajo cualquier circunstancia.
Anaís Nin (1903-1977). Ángela Anaís Juana Antonia Edelmira Nin Culmell. Escritora nacida en Francia, hija de padres cubanos, nacionalizada estadunidense. Una de las más grandes autoras de literatura erótica en el mundo, la primera en Latinoamérica. Habría visitado Acapulco en los años cuarenta, hospedándose en el hotel El Mirador. Este hermoso texto está contenido en el número 5 de los Diarios de Anaís Nin. Otras obras suyas La Venus de Delta, Fuego, Más cerca de la luna, Incesto y Espejismos.