Lorenzo Meyer
Septiembre 06, 2007
Una frase que llegó para quedarse. Los verdaderos “peligros para México” están entre nosotros desde hace mucho, son herencia
de viejas políticas. Tras las elecciones del 2006, esos peligros siguen en su sitio, imperturbables, y todo indica que van ganando
la batalla
En un momento crítico de la campaña presidencial del 2006, la mercadotecnia del equipo de Felipe Calderón acuñó la que sería la
frase oficialmente ganadora: que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) era “un peligro para México”. La idea de la izquierda
como peligro tuvo éxito porque fue acompañada de un auténtico blitzkrieg televisivo que dejó grabada en la mente de muchos
votantes, sin necesidad de aportar pruebas, que Hugo Chávez, el presidente de Venezuela y AMLO eran, en la práctica, uno y lo
mismo, que el triunfo del tabasqueño en las urnas llevaría a la pérdida de la certidumbre económica y de la libertad política.
Quizá la tesis que el profesor Drew Western –experto en neurociencia y psicología política– expone en su libro El cerebro político.
El papel de las emociones al decidir el destino de la nación, (Nueva York, Public Affaires, 2007), sea exagerada, pero explica lo
que sucedió en México en el 2006. Según Western, el ciudadano real está muy lejos del modelo racional que imaginaron los
teóricos de la Ilustración. Los experimentos del profesor sobre la actividad cerebral ante estímulos provenientes del discurso
político, muestran que las reacciones del individuo receptor –su aceptación o rechazo frente a los candidatos y sus posiciones–
suelen ser más un producto de las emociones que de la razón. Así, cuando ya hay una cierta predisposición por razones de clase,
religión u otras similares, frases como “peligro para México” o “Mesías tropical”, pueden tener mayor efecto que cualquier
argumentación basada en hechos comprobables.
De la Fuente. Al examinar se manera objetiva el entorno mexicano actual, es posible comprobar que el auténtico peligro para
México no estaba en la plataforma de la oposición y su modesta propuesta de cambio, sino en la permanencia del actual arreglo
entre el gobierno y los poderes de facto. Veamos algunos ejemplos de situaciones que siguen sin modificarse y cuyos efectos
constituyen peligros mayúsculos. Para descubrirlo no es necesario acudir a los discursos de AMLO –quien, por cierto, en Puebla
definió al congreso federal dominado por la alianza PAN-PRI como un peligro para México– sino al de personajes que son la
esencia misma del establishment.
El rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Juan Ramón de la Fuente, es un buen ejemplo. No hace mucho el rector
preguntaba: “¿Dónde está el Estado mexicano, dónde ha estado?; si éste no va a asumir sus responsabilidades en educación,
salud y seguridad, ¿para qué queremos un Estado?”. Sólo tres de cada diez jóvenes en edad de recibir educación superior acceden
a ella. Y sin una educación en cantidad y calidad adecuadas, México corre el peligro de quedar atrás en una enloquecida pero
inevitable carrera mundial donde China –que gradúa a 600 mil ingenieros al año– avanza a una velocidad tres o cuatro veces
mayor que la nuestra. En el 2001 Vicente Fox no cesaba de repetir que la mexicana era la novena economía del mundo, pero hoy
ya descendimos seis lugares en esa escala y seguimos cayendo.
Tres días más tarde, De la Fuente subrayó otros de los peligros. El Estado mexicano no sólo no ha asumido su responsabilidad en
materia de seguridad, educación y salud, sino que tampoco ha atacado de frente otros “signos ominosos”: la pobreza y la
desigualdad. En el fondo, todas las deficiencias mencionadas se explican por la ausencia de un verdadero proyecto de desarrollo
nacional (La Jornada, 27 de agosto). Los motivos del rector para asumir el papel de Jeremías bien pueden estar ligados a los
procesos de sucesión de la UNAM, pero eso no le quita un ápice a lo justo del diagnóstico.
Jesús Silva Herzog. El ex secretario de Hacienda de José López Portillo y por un tiempo también de Miguel de la Madrid, acaba de
publicar un libro sobre su experiencia dentro del círculo del poder –A la distancia, recuerdos y testimonios, (Océano, 2007)– y en
una entrevista resumió así el drama nacional: “No hay idea clara de hacia dónde ir”. Y es que “cumplimos en forma aceptable
[controlar] el déficit fiscal, bajamos y controlamos la inflación, el Estado dejó de participar en la actividad productiva, las reservas
del Banco de México son hoy históricamente altas… y sin embargo el país no crece. Llevamos 25 años con un crecimiento
mediocre”. Desde los 1980 y siguiendo lo exigido por el famoso Consenso de Washington, México sacrificó el crecimiento en el
altar de la estabilidad macroeconómica. Para salir de la trampa de esa estabilidad estéril, se necesita, en primer lugar, de un gran
liderazgo político, y eso, justamente eso, es lo que hoy no existe, (La Jornada, 22 de agosto).
La estabilidad sin crecimiento de la que hablan Silva Herzog y muchos otros, lleva, entre otras cosas, a que por falta de los
recursos necesarios para desarrollar su vocación, el único premio Nobel de México en una ciencia dura –Mario Molina– hoy
desarrolle el grueso de su actividad en Estados Unidos. Por igual razón un joven trilingüe (español-inglés-japonés), con dos
maestrías y una candidatura al doctorado en economía internacional, debe sobrevivir desempeñando una tarea para la que sólo
requiere saber leer y escribir: la de chofer de taxi (El Universal, 29 de agosto). ¡Vaya manera de desperdiciar recursos escasos ya
invertidos, capacidad productiva y vocación!
Una visión externa. De tarde en tarde México es visitado por premios Nobel de economía. Acaba de estar entre nosotros el
premio del 2006, Edmund Phelps, profesor en la Universidad de Columbia. El economista señaló otro de los “peligros para
México”: la corrupción. Ese mal endémico de México favorece la persistencia de una de nuestras peores características históricas:
la desigualdad social extrema. En efecto, Phelps sostiene algo que es evidente, pero que adquiere mayor peso cuando lo dice un
experto en el tema: “Ingresos altos en diversos sectores resultan de la retribución de actividades ilegales, como tráfico de drogas
y sobornos en el gobierno y las empresas”, (El Universal, 27 y 28 de agosto).
El profesor Phelps hubiera podido muy bien añadir que los enormes monopolios que ahogan la competitividad de la economía
mexicana son también resultado de relaciones ilegítimas e ilegales –corruptas– y finalmente inmorales, entre empresarios y
funcionarios públicos. La existencia de monopolios es una prueba clara y extrema de que el sistema de control burocrático y de
justicia formal, simplemente no funciona, ya que la constitución prohíbe expresamente los monopolios.
En un ambiente de relaciones corruptas y, por tanto, de inseguridad jurídica como es el caso de México, dice Phelps, la
contribución potencial de los emprendedores, de esas personas con iniciativa y dispuestas a asumir riesgos y crear nuevas
actividades o a mejorar o expandir las existentes, no se puede desarrollar a plenitud y la dinámica económica pierde así uno de
sus mejores acicates. Para el profesor Phelps, el empleo informal es otro de los grandes lastres para una economía que casi no
crece, como la nuestra. Ahora bien, el gran problema es que sin esa economía informal, ¿a dónde irían aquellos mexicanos que
buscan empleo y que aún no se han marchado a Estados Unidos como parte de ese ejército conformado por cientos de miles de
trabajadores documentados o indocumentados? ¿Hasta donde el empleo informal que crece sin cesar es una de las causas de
nuestros males económicos y hasta qué punto es simplemente un síntoma o resultado de esos males?
Los Verdaderos peligros para México. De haber sido cierto el motivo de alarma de la derecha en el 2006 –que un triunfo electoral
de AMLO hubiera puesto a México en peligro–, hoy la realidad tendría que caracterizarse por el optimismo y la certidumbre. Sin
embargo, no parece ser ese el caso.
Y es que la gran oportunidad que abrió el calendario electoral en el 2006 para examinar, debatir y definir de manera clara la
agenda nacional, simplemente se desperdició. Al centrar el debate en torno a la personalidad “mesiánica” del líder de la
oposición, los beneficiados por el actual estado de cosas lograron apartar la mirada colectiva de los verdaderos “peligros para
México”. Sin embargo, ese “triunfo” de las fuerzas conservadoras no pudo ser sólido y ahora todos tenemos que volver a
enfrentar la gran incógnita: quién, cómo, cuándo, de qué forma y con cuales recursos vamos a enfrentar los auténticos peligros
para México.
Nota: Los mejores deseos de Agenda Ciudadana para José Gutiérrez Vivo y para todo el equipo de Monitor, que retornan al aire.