EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Lydia Davis una autora bonsái

Adán Ramírez Serret

Enero 17, 2020

 

Si pecara de purista, podría decir que cada libro debe leerse diferente, porque cada uno es único. Por lo tanto, merece de manera ideal, el esfuerzo de leerse de una forma irrepetible.
Sin embargo, cuando conocemos el género de un libro, nos predisponemos de manera automática en la forma en que lo leeremos. Usualmente, nos encasillamos en un solo tipo de libros, en un gusto a partir del cual podemos pensar si algo es bueno o malo según lo hayamos disfrutado. Concebimos –y en general, me incluyo–, que todo buen libro debe atraparnos y desconectarnos del mundo. Pero también pensamos que los libros son para pensar o para distanciarnos de los demás. Me atrevería a decir que es muy difícil ser libre, lo más sencillo es vivir en una cárcel en donde nada puede cambiar.
Por lo anterior, los géneros como el histórico, el suspenso, el romance –sobre todo las novelas, por supuesto–, son los más populares entre los lectores.
En cuanto se menciona el ensayo, la poesía, o incluso el cuento, se entra en territorios en donde usualmente el gran público se aburre en segundos.
El poeta y narrador Andrés Neuman entiende bien a la gente que le gusta leer pero no le gusta la poesía. Para él es algo natural, pues dice que se trata de otro lenguaje que usualmente no conocemos, que no aprendemos, simplemente, porque no es muy popular.
Por lo tanto, nos cuesta leer textos, en un estado que llamaría puro; en donde lo más importante es el peso de cada palabra, sacarla de contexto y observarla mientras está en descanso de su uso funcional. Historias pensadas para memorizarse o, leerlas para observar un poco y descubrir el color del cielo, el movimiento de los árboles o los ruidos del mundo. Relatos e ideas pulidos y recortados de tal forma, que sólo queda una miniatura, una especie de texto bonsái, diría el mismo Neuman.
Pienso esto en la más reciente antología de la escritora Lydia Davis (Massachusetts, 1947) Ciento cincuenta cuentos cortos. Se trata de un conjunto de relatos, unas veces de media página y otras de unas cuantas; que la narradora y traductora estadunidense realizó especialmente para México, traducidos de manera brillante por el narrador Mauricio Montiel.
Son cuentos en donde me da la impresión que considera la escritura como un diario de vida. O como el ejercicio más importante. Un espacio en donde aparece no sólo la existencia de la autora (el transcurso de los días de su vida) y sus gatos, sino sus sueños, sus pesadillas, delirios, deseos y casi todo lo que nos pueda venir a la mente.
Es la escritura como una acumulación de experiencias que devienen en historias, imágenes y diálogos. Sin embargo, es mucho más que esto. Lo interesante, o más bien, lo apasionante, es que estas visiones no son necesariamente descubrimientos extraordinarios –aunque una buena parte son epifanías deslumbrantes que cambian la forma de ver el mundo–; sucede que estos documentos de la cotidianeidad, que registran los días, tienen la potencia de hacer de la lectura de cada una de sus páginas, un instante atrapado en palabras.
Lydia Davis, también, comparte sobre todo otra mirada, otro punto de vista, el femenino en primera instancia, pero no dentro un principio de sororidad, sino más bien de autocrítica, cercana a autoras, hermanas de sangre, pienso, como Joyce Carol Oates y Margaret Atwood.
En uno de los microrrelatos inéditos que se incluyen en esta antología, dice uno, por ejemplo, “Miedo a envejecer: A los veintiocho / ella añora tener veinticinco”. Y, uno más: “¿Qué tan triste?: ¿Qué tan triste estoy en realidad? Sólo uno de mis ojos llora”.
Lydia Davis demuestra que la literatura es un ejercicio de imaginación, una cuidadosa planta que hay que regar, podar y querer, para poder transportarla a todos lados y mostrarle al mundo todo lo que cabe en un libro inmenso y compacto.
Lydia Davis, Ciento cincuenta cuentos, traducción, Mauricio Montiel, Ciudad de México, Almadía, 2019. 257 páginas.