EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Maestro, ¿vocación o fraude?

Jesús Mendoza Zaragoza

Mayo 12, 2003

 

 

Bien está el hecho de dedicar un día para celebrar al maestro, quien tiene un lugar insustituible en el desarrollo de las personas y de los pueblos. El aprecio a la figura magisterial es siempre justo y necesario, porque representa la misión educativa que responde a una necesidad constitutiva del ser humano, la de ser ayudado y acompañado para poner en marcha y desarrollar capacidades, habilidades y destrezas.

Decía Paulo Freire que “nadie educa a nadie, nadie se educa solo, los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo”. Todos somos educables y todos, en nuestra relación humana con los demás, tenemos capacidad de influirles. En este sentido, y tomando el término en su sentido no formal, podemos decir que en el mundo no hay “maestros”, porque todos lo somos un poco; pero en términos institucionales la profesión docente tiene un merecido reconocimiento.

La educación, como medio fundamental de humanización, tiene como misión “ayudar a ser, naciendo poco a poco a la luz, de hacer pasar del seno materno de la naturaleza dependiente e ignorante, al reino de la verdad y de la libertad, que es el reino del espíritu. Educar es posibilitar alumbramiento al ser. Maternal y liberadora tarea, que presupone fecundidad de entrañas y generosa libertad de corazón, que solo es posible cuando hay lumbre y amor. Porque se alumbra, no para retener, sino para que el otro sea; es decir, ande su propio camino y construya su propia casa en el mundo”. Este texto, de un autor personalista, señala el talante personalizador de la educación, en cuanto que es un instrumento que facilita y edifica la responsabilización de sí mismo y del entorno social. Si la educación no responsabiliza, no es auténtica, puede ser sólo una caricatura, una simulación. La educación responsabiliza mediante el desarrollo de la personalidad, el autoconocimiento, la introyección de valores, el manejo consciente del entorno humano y social, la disciplina, el aprendizaje para adaptarse y transformar la realidad, entre otras cosas.

Es penoso percatarse de la concepción pobre y reduccionista de la educación y de la figura distorsionada del maestro que campea en nuestras escuelas. La carencia de una identidad magisterial bien definida en muchos docentes, hace de la educación una tarea vulgar e intrascendente y revela la ausencia de una vocación que haga eficaz la tarea educativa. Y la educación se vuelve un mero pretexto para el lucro, en la oportunidad de un empleo seguro, en un pasatiempo que raya en la rutina, en un trabajo sin alma.

Estas condiciones hacen imposible la educación como construcción de la persona que asume su responsabilidad. Cierto es el peso de los profundos cambios habidos en el mundo que han puesto en crisis todas las instituciones y las actividades humanas. Si nos damos cuenta, el impacto brutal del neoliberalismo que excluye y genera miseria en la población, envilece la educación reduciéndola a una actividad subordinada al libre mercado; si revisamos el triste papel que en México ha hecho el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), que ha desnaturalizado y manejado la educación reduciéndola a un instrumento de poder en el ámbito de la política nacional; si tomamos en cuenta las políticas erráticas que el Estado ha trazado en materia de educación en los últimos sexenios; si nos percatamos de los grandes vicios que sangran la vida nacional, como el caciquismo y la corrupción) que se han introducido al campo educativo con nefastas consecuencias; si analizamos el papel “educativo” que la televisión ha arrancado a la escuela, dando como resultado conciencias vacías, espíritus superficiales y conductas irresponsables ante la vida y ante la historia nacional, podremos explicar los disminuidos resultados que la escuela produce. Nuestras escuelas no son capaces de enseñar a un niño a poner la basura en su lugar, siquiera. No preparan para la vida, ni forjan la responsabilidad social.

Necesitamos examinar todos los factores que disminuyen la estatura del maestro como persona y como figura institucional. Nuestros maestros necesitan la oportunidad de reivindicar su noble misión.