Jesús Mendoza Zaragoza
Mayo 15, 2006
Mucho se ha hablado en el sentido de que la educación es el factor fundamental de una estrategia que pretenda abatir la pobreza y lograr el desarrollo integral de los pueblos, que ya parece una retórica desgastada y demagógica. Pensemos en naciones que se han levantado de manera vertiginosa como Japón, Alemania e Italia después de la Segunda Guerra Mundial, y China que con la llamada revolución cultural puso las bases de su pujante economía. En todos estos países, la educación ha jugado un papel decisivo para impulsar el desarrollo y mejorar la calidad de vida. En el caso de México, planes y programas de educación van y vienen y los cambios que necesitamos no se asoman. Cuando hablamos de la educación nos referimos, en primer lugar, a la escuela y a la universidad como instituciones específicas, aún cuando haya que señalar que aún siendo éstas la clave de los procesos educativos no son las únicas instancias que intervienen. La familia tiene, desde luego, un lugar fundamental y los medios de comunicación social inciden de manera poderosa con un impacto muy visible y ambiguo. Pero es la escuela la que tiene grandes potencialidades y amplios recursos que no se han aprovechado de manera adecuada. El recurso más valioso que tenemos –y no puede ser otro– es el magisterio mismo, distribuido en la amplia geografía nacional, con una potencialidad impresionante pero con inercias que no le permiten desarrollar su misión educativa de manera cabal y eficaz. Si entendemos que la educación tiene el propósito de formar personas capaces de desarrollarse a sí mismas y de contribuir al bien de la sociedad, tenemos que aceptar que el sistema educativo no ha cumplido con este propósito y que el magisterio necesita estar a la altura de lo que México necesita. Hay que meternos en la cabeza que los cambios que México necesita no van a venir de arriba a punta de decretos. Ya es tiempo de que nos demos cuenta de que esperar los cambios desde arriba sólo puede desembocar en frustraciones. Evidentemente que los gobiernos tienen que tomar decisiones para darle el paso a los cambios. Y tienen que articular, mediante la política, los procesos de cambio que involucren a todos, a la sociedad entera. Pero los cambios verdaderos, profundos y duraderos son los que se edifican sobre un cambio cultural en la sociedad. Y estos cambios culturales son un resultado de la educación. Desde la escuela se puede construir una cultura de transparencia y resistente a la corrupción, una cultura que respete y cuide el medio ambiente, una cultura de participación en la vida pública, una cultura del diálogo, una cultura solidaria a favor de la justicia, una cultura impregnada de valores éticos que frenen las crecientes conductas antisociales, en fin, una cultura democrática. Porque resulta que todo mundo habla de democracia pero se carece de actitudes y valores democráticos. Y no hay una institución que tenga más recursos que pueden y deben ser destinados a construir esta cultura necesaria para darle consistencia a los cambios que exigimos a los gobernantes. Pedimos a la autoridad una ciudad limpia mientras llenamos las calles de basura, exigimos a la autoridad que se castigue a los corruptos mientras le seguimos entrando a la “mordida”. Ahí tenemos en Guerrero, según un estudio de Transparencia Mexicana, nuestro quinto lugar es prácticas de corrupción, producto de una carencia cultural. Es justo celebrar el Día del Maestro como una oportunidad para reconocer las grandes posibilidades que el magisterio tiene en sus manos y que necesitan ser asumidas con una gran responsabilidad social. Pesa sobre los maestros una hipoteca social que consiste en una contribución sustancial y decisiva en la formación de una cultura que sustente cambios orientados por la solidaridad, la justicia y la participación. El magisterio no puede permanecer más tiempo ensimismado en pleitos gremiales y en regateo de prestaciones; necesita colocarse de manera solidaria ante el país, que los necesita para salir de la postración que se sigue postergando sin fin. El Día del Maestro es una oportunidad para la reflexión seria y comprometida con este pueblo que tiene hambre de pan y de justicia. |
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