EL-SUR

Martes 30 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

ESTRICTAMENTE PERSONAL

Maldita tortilla

Raymundo Riva Palacio

Enero 24, 2007


Felipe Calderón, como Carlos Salinas, tuvo no sólo difícil elección en términos políticos y
de opinión pública, sino agrias secuelas de protestas. Salinas, altamente diestro en el
manejo de percepciones, arrancó su gobierno con un bien definido plan de acción que a
los 41 días, con el arresto de los líderes del sindicato petrolero, le permitió sentarse en la
silla presidencial y comenzar a disipar, por la vía del golpe de timón, las acusaciones de
fraude electoral. Calderón siguió ese manual de operación y día con día fue llenando los
espacios de opinión pública y enseñar, a través de su presencia con las Fuerzas Armadas,
el restablecimiento del Estado y de la figura presidencial. Las críticas del círculo rojo y de
sus opositores políticos, como suele suceder, caminaron lejanas a la gente, que al mes y
medio de Presidencia lo tenía en un nivel de popularidad por encima del 70 por ciento.
Calderón, como Salinas en su momento, está realizando un gobierno que se sustenta en
la administración de expectativas. Lo más sobresaliente de ello es la cruzada contra el
narcotráfico que inició en Michoacán y rápidamente se fue extendiendo por todo el país,
culminando este fin de semana con la espectacular extradición a Estados Unidos de varios
de los narco jefes más importantes de la última década. Michoacán es un buen estudio de
caso de un gobierno efectista. Desde un principio se informó que se restauraría la
seguridad pública y se erradicarían cultivos de mariguana y el secretario de la Defensa
habló de los logros en el avance sobre los campos de droga y estimó, sobre la base del
precio por kilo en la frontera norte, que los narcotraficantes habían perdido sobre 6 mil
millones de pesos.
En realidad, ni hubo detenciones tan relevantes, ni dejaron de pelear los cárteles por el
mercado. Las pérdidas de ganancias tampoco parecen tener mucho asidero. El costo del
carrujo de marihuana en las calles de la ciudad de México está en 15 pesos, contra 25
pesos que costaba en diciembre, mientras que las tachas, cuyos productores
supuestamente eran también objetivos del operativo, habían caído la mitad de los 50
pesos en que se cotizaban a fin de año. Si se analiza el Operativo Michoacán en términos
económicos, es un fracaso. Si casi 7 mil soldados y policías fueron enviados a Michoacán
para combatir el tráfico de esas drogas, la lógica de la oferta y la demanda debían de haber
tenido el efecto inverso. Es decir, si hubo tanto control sobre Michoacán, que produce la
mariguana y donde se encuentran los cárteles de las drogas sintéticas, la oferta tendría
que haberse reducido y con la demanda, los precios deberían haber subido. No fue así.
Aunque una explicación que dan los expertos es que en diciembre se consume más droga
por depresiones y nostalgias, la caída de precios del orden de 50 por ciento se antoja muy
alta para un efecto de temporal. Lo más probable es que ese operativo no sacó del
mercado suficiente droga para afectar el negocio al narco.
Esta discusión, para efectos de opinión pública, puede ser tan sofisticada como ociosa. O
mejor aún, absolutamente irrelevante en función de cuál es la percepción de los
mexicanos. De hecho, la opinión es contraria a la realidad objetiva. Una encuesta de
Ipsos-Bimsa publicada este lunes en El Universal, refleja que el 74 por ciento de los
mexicanos piensa que los operativos contra el narco –no sólo el de Michoacán– contribuye
a reducir el consumo y el tráfico de drogas. Adicionalmente, 35 por ciento de los
encuestados dictaminó que los operativos tuvieron éxito, mientras otro 35 por ciento, dando
el beneficio de la duda, quieren esperar un poco más de tiempo antes de emitir su
veredicto. En todo caso, sólo 6 por ciento dijo que no ayudó en nada para disminuir el
consumo o el tráfico, y 13 por ciento afirmó que los operativos fracasaron. Los datos son
claros: Calderón se apuntó un triunfo claro en términos de opinión pública.
Como Salinas, al mes y medio de arrancar su gobierno se estaba sentando sólidamente
en la silla presidencial. Ernesto Zedillo no pudo hacerlo durante dos años por la crisis
financiera a los 19 días de iniciar su administración, y Vicente Fox, genio y figura, hizo todo
al revés: creó altísimas expectativas que lejos de administrar, dilapidó desde el primer
momento. Calderón, que tomó por sorpresa incluso a propios, marchaba
apresuradamente al fortalecimiento de su imagen y al asentamiento de su gobierno. Lo
que no contaba era que la especulación con la tortilla lo iba a obligar a intervenir en el
mercado. Desde antes que tomara posesión, las multinacionales estaban vendiendo el
maíz amarillo al doble del precio en que lo habían comprado en los mercados mundiales.
El producto también estaba siendo buscado por países que, al no tener caña de azúcar, lo
buscaban para producir etanol, como fuente alterna al petróleo en combustibles. Los
mercados de maíz en Chicago tuvieron que parar un día por la especulación mientras en
México, donde en junio el kilo de tortilla costaba 5 pesos, en diciembre llegaba a los 10
pesos. El incremento descontrolado de la tortilla tuvo un impacto en otros productos de
consumo popular que provocaron inflación. Calderón tuvo que intervenir en el mercado
nacional y fijar el precio en 8.50 pesos el kilo. La traducción del intervencionismo estatal fue
en sentido adversa a la medida: el gobierno, pueblo dixit, estaba subiendo el precio de la
tortilla.
En una semana, la popularidad del presidente se desplomó. De acuerdo con una encuesta
que mandó a hacer el Cisen, que monitorea regularmente este tipo de fenómenos
sociales, su popularidad cayó 15 puntos, que colocó la evaluación de su gobierno por
encima apenas del 50 por ciento de aprobación. La caída no ha terminado, y es probable
que siga en declive. ¿Qué significa? Que lo avanzado por Calderón en el primer mes y
medio de su gobierno, se cayó en una semana. Su exitoso manejo de expectativas se vio
saboteado de manera inesperada. Calderón ha seguido por la ruta del combate al crimen
organizado para afianzarse, y recurrido a viejos modelos de pactos para mandar la señal a
la gente de que es sensible a lo que les afecta y atiende sus preocupaciones. El problema
que tiene es que, en el modelo económico vigente desde 1985, este intervencionismo y la
reanudación de subsidios, como está enfrentando el problema, son enemigos de la
política económica. Calderón entró en una fase delicada. Por un lado, la hondonada de
popularidad en la que se encuentra le dificultará la construcción de los consensos para
gobernar, como lo venía logrando. Por el otro, medidas populistas para recuperar a los
mexicanos, lo enfrenta a los agentes económicos reales. El camino se bifurca y es
excluyente. Si bien le beneficia una sociedad poco sofisticada, también le perjudica lo
sensible que es al bolsillo. La tortilla, la maldita tortilla, políticamente hablando, le está
haciendo una mala pasada.

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