EL-SUR

Jueves 02 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

Malos pasos

Silvestre Pacheco León

Mayo 02, 2023

Brian, el joven adolescente abrigaba de años el deseo de tener una motocicleta como tantos amigos de su edad que disfrutaban con la emoción de la velocidad, y aunque sus padres tenían los medios para realizar el sueño de su hijo, desalentaban al muchacho por la experiencia de tantos accidentes ocurridos en la carretera debido a la impericia e imprudencia de los motociclistas jóvenes, la mayoría sin conocimiento del reglamento de tránsito que desdeñan igual el uso de casco protector, por eso, no sin cierto artificio respondían a los deseos del hijo diciendo que manejaría una moto cuando él pudiera costearsela.
Por eso Brian aprovechaba todas las tardes en los ratos que los deberes de su escuela se lo permitían para ir a trabajar con su tío que lo llamaba para realizar pequeños trabajos en su huerta de cocoteros donde comedido y dispuesto a cumplir las órdenes del tío, pronto se ganó su confianza y también las propinas por su desempeño, hasta que llegó el gran día.
–Mira hijo, como he visto que no le arrugas la frente al trabajo te voy a contratar en las vacaciones con un salario fijo y una jornada de ocho horas al día. Te pagaré los sábados al medio día como a los peones.
El muchacho feliz le agradeció a su tío la oportunidad del empleo y después de dar la noticia a sus papás lo festejaron como un logro propio encaminado a cumplir su deseo de estrenar una motocicleta.
Orgulloso con el empleo en el que aprendía muchas cosas sobre el cultivo de las palmas de coco, Brian madrugaba todos los días para llegar puntual a su lugar de trabajo realizando las tareas del día sin esperar las indicaciones del tío. El sudor de su frente y el deseo de aprender nuevas cosas lo ponían feliz.
Así aprendió el combate a la maleza con el rudo trabajo de la chapona y la importancia de mantener limpia la huerta para el buen desarrollo del cultivo. Pronto se hizo operario hábil del tractor para el acarreo de los cocos y el barbecho. Se veía tan feliz y lo era porque a todos platicaba su deseo de que las vacaciones de la escuela se alargaran y así ganar más dinero.
La relación familiar iba bien porque con el trabajo todos salían ganando, pues el tío resolvía así la escasez de mano de obra que empezaba a preocupar a los productores del campo y el joven aprendía el trabajo campesino al tiempo que ganaba su propio dinero mientras los papás del muchacho se sentían felices de que su hijo creciera sanamente bajo el cuidado del tío.
Todo marchaba bien hasta que una tarde lluviosa, de regreso a casa el joven se encontró con la abuela consentidora que se disgustó mucho al verlo sucio, empapado de lluvia y enlodado.
–Bueno hijo, qué te pasó, porque vienes en esas trazas?
–Nos agarró la lluvia en el campo, estoy ayudándole a mi tío.
–Hijo, pero ese trabajo no es para ti, tu no tienes necesidad de andar en el campo como los peones. Mira nada más, te vas a enfermar con esa ropa mojada. Retírate de ese trabajo, yo voy a platicar con tus papás para que te compren la moto sin necesidad de penar tanto en el campo. Esa es obligación de ellos mientras tu sigas estudiando.
Así terminó la experiencia del joven adolescente empeñado en hacer acopio de sus propios medios para ganarse el dinero con el sudor de su frente realizando un trabajo productivo.
Cuando fue a informarle al tío que dejaría el trabajo por influencia de la abuela y para no tener dificultades con sus padres ambos lo sintieron pero no se disgustaron. En adelante Brian volvió a ocuparse de su antigua vida, es decir, a nada edificante. Todas las tardes hacía lo mismo reunido con sus amigos en la cancha del pueblo donde se puede ver la sobrada energía juvenil que se desperdicia miserablemente en todos los pueblos.
Una de esas tardes a Brian lo distrajo el ruidoso motor de la Italika en la que un primo suyo llegaba a la plaza. Se saludaron y luego platicaron de cualquier cosa hasta llegar al tema del dinero que cada quien llevaba en la bolsa. Brian terminó platicándole al primo su experiencia como peón, truncada por la intervención de la abuela consentidora mientas el de la moto le presumía los billetes de su cartera.
–Cuánto te pagaba tu tío codo duro, le preguntó el de la moto.
–Doscientos pesos diarios.
–Joder, ese dinero yo me lo gano en una hora y sin asolearme, nomás llenando las bolsitas de mariguana. Si quieres te consigo chamba para que pronto montes una como esta, le dijo presumido señalando su vehículo.
-No, gracias, le respondió el adolescente pensando en la salud de mantenerse alejado de las drogas, pero al paso de los días, a falta de respuesta de lo que la abuela le había ofrecido, Brian repensó la oferta del primo y a la siguiente vez que se encontraron le dijo que necesitaba el trabajo.
Eran los tiempos en que los cárteles se disputaban el control del territorio por medios violentos para imponer su ley. Las peleas eran constantes obligando a sus miembros a vivir a salto de mata cuidándose del enemigo. Entonces llegó el día fatídico en el que alguna vez Brian pensó. Por necesidad del propio negocio ilegal la pandilla a la que se había incorporado el joven debía incursionar en territorio de los contrarios. Se trataba de llevar ciertas cosas a una casa de seguridad en el pueblo, y del grupo nadie se animaba a cumplir la orden por el riesgo latente de un enfrentamiento armado.
Fue cuando el joven adolescente con la iniciativa que le era característica se apuntó para cumplir con el encargo. Sus compañeros dijeron después que no era valentía lo que había mostrado Brian el acomedido, sino su ingenuidad y confianza en que no se vería como una provocación su llegada a un lugar donde nadie lo conocía. Pero eso mismo fue su perdición
En seguida de auto proponerse para ejecutar la acción punitiva le trajeron la camioneta con la carga respectiva, partiendo inmediatamente con los datos de la entrega hasta el territorio ajeno de donde jamás regresó.
La familia esperó en vano y aún espera el regreso de Brian, aunque saben que jamás volverán a verlo, perdido en sus propios pasos cuando comenzaba lo mejor y más delicado de la vida. Sus papás no superan el sentimiento de culpa que les provoca no haberle comprado la moto que el hijo soñaba, y la abuela llora cada vez que se acuerda de que fue ella quien apartó al nieto de un camino pesado pero más seguro y noble como se puede calificar la ocupación de quien trabaja en el campo.