Lorenzo Meyer
Agosto 05, 2019
Hay entornos donde lo prudente es manejarse a la defensiva. El sistema internacional es uno de ellos y México, como un actor relativamente débil en un contexto de política del poder y obligado a interactuar con una potencia muy agresiva –Estados Unidos–, tiene que manejarse a la defensiva, aunque no guste.
Apenas está la administración de Andrés Manuel López Obrador tratando de capotear la exigencia del gobierno de Donald Trump de obligarle a asumir, en la práctica, el papel de barrera contra los migrantes sin documentos que buscan llegar de Centroamérica a Estados Unidos, cuando ya apareció otro problema. Esta vez el ocupante de la Casa Blanca –a quien nunca le han gustado las organizaciones internacionales, incluso aquellas donde su influencia es dominante, como la OTAN– acaba de dar a la Organización Mundial de Comercio (OMC) un plazo similar al que le dio a nuestro país en relación a los migrantes de Centroamérica: en 90 días la OMC deberá lleva a cabo una reforma integral que, entre otras cosas, ya no acepte que ciertos países con “economías emergentes” como México, Turquía, Corea y China –que a ojos de Trump ya son “países ricos”–, tengan un trato especial por lo que se refiere a las reglas del comercio internacional. De no plegarse a lo demandado, Estados Unidos inutilizará al organismo.
En estos días, México está buscando ser electo miembro no permanente del Consejo de Seguridad (CS) de la ONU. Esta es una posición de “prestigio” pero que conlleva peligros innecesarios y la prudencia demanda evaluarlos con referencia a los antecedentes. En 2003, durante el gobierno de Vicente Fox, y en el ambiente de crisis internacional provocado por el atentado de Al Qaeda en Nueva York en 2001, Estados Unidos se propuso invadir Irak pese a que el gobierno de ese país nada había tenido que ver con dicho atentado. En esa ocasión, y en la ONU, el secretario de Estado, Colin Powell, acusó al gobierno de Sadam Hussein de algo falso: de poseer “armas de destrucción masiva” y estar dispuesto a usarlas y pidió el aval de la ONU para actuar militarmente contra ese país. México, entonces miembro del CS, se resistió lo mejor que pudo a la demanda de Powell para legitimar su futura y desastrosa invasión en el Medio Oriente, pero el gobierno de Fox pagó cara esta “deslealtad”: Washington simplemente lo borró de su radar político.
Si la ONU no tiene que enfrentarse en el futuro a una situación como la de 2003, México quizá pueda sacar algún provecho de su participación en el CS. Sin embargo, de darse una coyuntura crítica con rasgos semejantes a la que desembocó en la invasión de Irak, –hoy Irán pudiera ser el motivo– la presión de Trump sobre nuestro gobierno sería más abierta que la ejercida entonces por George W. Bush y el costo de resistirla mucho más elevado.
Actuar a la defensiva no significa pasividad. Demandar cooperación de Estados Unidos, como lo acaba de hacer México para detener el flujo de armas que entran a nuestro país ilegalmente, es lo mínimo que se puede pedir a quien nos exige detener el flujo de migrantes sur-norte. El gobierno de México también está procediendo de manera activa dando ayuda y exigiendo y alentando a otros países a hacer lo mismo, en los casos de Guatemala, El Salvador y Honduras, para atacar algunas de las causas económicas del éxodo masivo de ciudadanos de ese triángulo a Estados Unidos vía México. Esto ha llevado a sus críticos a acusar al actual gobierno de ser “candil de la calle y obscuridad de su casa” sin aceptar lo obvio: que esa política es un activismo defensivo y muy legítimo.
La asimetría histórica de poder entre México y Estados Unidos debiera llevarnos a buscar, como gran meta defensiva, disminuir una de nuestras vulnerabilidades externas más patentes: la dependencia económica hacia ese país. Hoy el 81.8% de nuestras exportaciones tienen como destino al vecino del norte (El Financiero, 31/07/19), de ahí lo fácil, para Trump, de amenazarnos con tarifas.
Apoyar y apoyarnos en la ONU es muy sensato, pero estar en su CS es meternos en zona de peligro. Por otro lado, no es sensato mantener el 81.8% de los huevos de exportación en la canasta norteamericana, ni depender de ella para el 75% de las importaciones de gasolina. En nuestro transitar por el sistema internacional, lo mejor es manejar a la defensiva.