EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Mangos

Silvestre Pacheco León

Mayo 30, 2022

Dedicarle el mes de mayo a la celebración de la fruta del mango es otro más de los aciertos que tiene el Ecotianguis de los zancas en Zihuatanejo porque el festejo a los recursos alimenticios permite acercarnos a ellos, conocerlos y apreciarlos como manera de manera de cuidarlos.
¿Quién no conoce un árbol de mangos, su sombra y su fruta? ¿Quién se ha privado del placer de morder y saborear esa pulpa agridulce, fresca y carnosa que quita el hambre y la sed?
Ustedes como yo estarán de acuerdo que quienes no han probado un mango se han perdido como la mitad del paraíso, pues no hay nada más dulce entre las frutas que un mango maduro, pues ayuda a mantenernos en nuestro peso, nos facilita la digestión, previene ciertos cánceres, mejora la salud cardiaca, fortalece los huesos y no falta quien le encuentre cualidades afrodisiacas.
Por eso cada vez que puedo presumo mi experiencia de haber nacido y vivido bajo la sombra, no de uno sino de tres árboles de mangos que ya estaban ahí mucho antes que mis padres, crecidos junto a su casa formados en fila con un solo follaje.
Eran criollos los tres mangos que crecieron junto a la casa en entera libertad, como queriendo alcanzar el cielo por su estatura de gigantes.
Tan grande e imponentes eran mis mangos que hasta llegué a pensar que serían eternos. Hasta hace poco caí en la cuenta de que nunca necesitaron ser regados porque sus raíces abrevaban del agua que corría en la acequia durante el tiempo del estiaje.
Todo el tiempo disfrutamos su sombra y compañía porque eran parte de la familia, por eso los conocimos a fondo, desde su tallo color de la tierra, rugoso y quebradizo al paso de los años como los humanos, hasta sus ramas siempre tensas y vidriosas que a menudo se vencen por el peso de sus frutos.
A veces en ellas hacían su nido las termitas como enormes montículos de tierra que luego eran invadidas por las manadas de pericos que ahí anidaban su huevos mientras hacían festín con los insectos que eran sus legítimos dueños.
Los mangos son de los pocos árboles que nunca pierden totalmente el follaje, por eso su sombra es perenne y mantienen fresco el ambiente todo el tiempo igual que el suelo tapizado con sus hojas maduras y amarillas que caen como con el último halito de vida.
Por eso no nos queda más que estar agradecidos de quienes ayudaron a que ese fruto maravilloso, originario del sur de Asia, viajara 15 mil kilómetros desde la India y Birmania hasta nuestro continente hace 500 años.
Así lo refiere la historia que nos informa de que fueron portugueses los primeros colonizadores de esa parte del mundo quienes en el siglo XVI habrían llevado la fruta al Brasil desde donde se diseminó por todo el continente.
Claro que a nosotros nos conviene divulgar la versión de que a la Costa Grande los mangos llegaron mucho antes por la vía del galeón de Manila acompañando de otras frutas como la pera, el durazno y la naranja.
Siendo Acapulco su destino pronto encontraron en la Costa Grande las mejores tierras para nacer y crecer para que a la vuelta de cinco siglos los mangos se convirtieran en un fruto popular, tan barato, variado y abundante que un porcentaje alto de su producción se pierde de manera irremediable bajo las copas de los árboles, muchos nacidos sin dueño solo disponiendo de un poco de agua, sol y tierra.
Por eso podemos encontrarlos en cualquier parte ocupando el camellón o las esquinas de las calles o de plano haciéndose de un parque como el que tenemos en Zihuatanejo donde sobreviven ejemplares de cuando la ciudad era una gran huerta de árboles frutales.
Recuerdo que cuando los árboles de mangos estrenan follaje empezando un nuevo ciclo de su vida, parecen más alegres que otros días porque sus hojas nuevas color carne, tiernas y delgadas, como el papel de china, se mueven fácilmente con el viento como si el árbol nos sonriera.
Luego, al comenzar el año, todo su follaje se viste de rojo y amarillo por sus flores, con un perfume dulzón que atrae puñados de abejas que inundan su derredor y enerva los sentidos.
En poco tiempo las flores dan paso a los mangos que nacen con figura de fetos verdes. Cuando los mangos están tiernos, su semilla y la futura pulpa son totalmente blancas y con la enorme virtud que son comibles desde entonces aunque de tan ácidos entumecen los dientes.
Esa es la superioridad de los mangos criollos que pueden comerse muy pronto, desde que empieza el año y hasta entradas las aguas que los agusanan.
Yo siempre asocio los mangos verdes con las vacaciones de la Semana Santa, cuando el calor llega a las regiones templadas del estado.
En ese tiempo la costumbre en mi casa es hacer una ensalada de mangos, con jitomate, cebolla, chile verde, sal y orégano con una copa de mezcal para agasajar a los visitantes para entonar el cuerpo y agarrar valor, como dice mi madre.
Cuando los frutos de los mangos maduraban, llegaban a nuestra casa familias completas por las tardes para comerlos, sentadas en derredor de un chiquihuite rebosante de la fruta amarilla de piel tersa y relumbrante.
Quizá pocos saben que los mangos comienzan a madurar de los racimos más altos del árbol. Yo nunca supe por qué pero me acuerdo que peleábamos entre mis hermanos porque cada quien quería ser el primero en probar los mangos maduros.
Tampoco sabíamos la razón de que al madurar cayeran de los árboles más durante la noche, pero desde la cama aguzábamos el oído cuando desprendidos del racimo rosaban las hojas en caída libre y con el golpe en el suelo sabíamos donde buscarlos por la mañana solo para sorprendernos cuando alguno de los animales se nos adelantaban y entonces caíamos en la cuenta de que no éramos los únicos pendientes de los mangos maduros.
Por todo el placer que nos regala la mordida de un mango me atrevo a pensar que el poeta chileno Pablo Neruda fue de los que no disfrutaron el sabor de los mangos porque de haber tenido esa experiencia, en vez de dedicarle una oda a las manzanas y al río Misisipi, bien pudo cantarla a los mangos y decir : “Yo quiero una abundancia total, la multiplicación de tu familia, quiero una ciudad, una república, un océano de mangos y en sus orillas quiero ver a toda la población del mundo unida, reunida, en el acto más simple de la tierra: mordiendo un mango”.