EL-SUR

Sábado 20 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Margo Glantz y el rastro de un corazón

Adán Ramírez Serret

Febrero 28, 2020

 

Es curioso pensar en la juventud, pues en los últimos años, ser joven es cada vez más subjetivo, al grado que hay jóvenes eternos y dignos, como los Rolling Stones.
Aunque, si nos atenemos a la edad, toda persona mayor de 30 años, ya no es joven. Sin embargo, es obvio que no ser un viejo es también una elección de vida. A tal grado, que, a veces, muchas personas son más viejas con pocos años que con muchos. Bob Dylan lo escribe en My back pages, una canción escrita, precisamente en los años 60, cuando se puso de moda confrontar los paradigmas generacionales. El coro, célebre como un himno, dice, “I was so much older then, I’m younger than that now”.
Por lo tanto, conforme pasan los años, hay personas que incluso, casi a los 100 años, siguen siendo jóvenes. Es el caso de Margo Glantz (Ciudad de México, 1930), quien a sus 90 años recién cumplidos, sigue siendo la misma escritora, joven y fresca, que fue desde los 17 en el Colegio de San Ildefonso, y le mostró uno de sus primeros textos a uno de sus maestros de literatura, nada menos que Agustín Yáñez, el artífice de esa obra genial llamada Al filo del agua.
Margo Glantz tenía aspiraciones literarias y decidió enseñarle un texto de creación a su maestro. Yáñez lo leyó y le pareció demasiado abierto y fragmentario. La alumna, decepcionada de sí misma, pensó que tenía poco talento y tuvieron que pasar muchos años para que este tipo de obras fueran aceptadas.
El camino de Margo, desde ese momento –como el de cualquier escritora–, sería el de ir a contra corriente y escribir, sabiendo que el mundo siempre estaría en contra de que lo hiciera, pues el mundo de la literatura era, como hasta hace muy poco, exclusivamente de hombres.
Con todo, Margo Glantz, siguió trabajando, y como resultado de su trabajo, talento y empecinamiento, comenzó a hacerse de un nombre en el mundillo de la literatura mexicana.
Encontró algunos compañeros escritores como Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y Sergio Pitol, con quienes consolidó un grupo literario que con el paso de los años, sería uno de los más importantes del siglo XX mexicano.
Margo Glantz, como escritora, junta dos mundos que usualmente buscan direcciones opuestas; el de la creación y el de la investigación académica. Pero en la obra de Glantz convergen de manera natural estos dos extremos según sea la naturaleza del propio texto; así, puede tener un libro histórico escrito con la mano de una novelista o una novela con la profundidad de la investigación de una profesional académica.
El año pasado, editorial Almadía reeditó un texto de Glantz, El rastro, en donde cuenta con la maestría de la corriente de la conciencia interna, con el flujo del lenguaje, intenso y caótico; la historia de una mujer quien en el funeral de su esposo, comienza a reflexionar sobre su vida, su historia amorosa; sobre el cuerpo, el paso de los años en el cuerpo de una mujer; sobre lecturas, Dostoievski, y sobre música, Glenn Gould y Bach, a la vez que piensa en la fragilidad de la vida y lo absurdo que de un momento a otro se acabe la historia de una persona, porque sencillamente le falló un músculo que es indispensable para la vida, el corazón.
El rastro de Margo Glantz es una radiografía de la muerte por lo que es un libro lleno de vida. Una puesta en escena del músculo que hace posible la vida y que, como escribía el filósofo Blaise Pascal, el corazón tiene razones que la razón desconoce. Así, la narradora se dice todo el tiempo, a manera de mantra para enfrentar el dolor: “el corazón es solamente un músculo, una bomba que irriga nuestro cuerpo”.
(Margo Glantz, El rastro, Ciudad de México, Almadía, 2019. 176 páginas).