Adán Ramírez Serret
Octubre 28, 2022
María Negroni (Rosario, 1951), es una de las poetas y ensayistas más importantes de la literatura argentina actual. Como tal, artífice del ensayo y la poesía, se preocupa poco por el género, si acaso es un centauro o música del lenguaje. Deja que el texto fluya ante el hechizo del sentido y del ritmo.
Así escribe El corazón del daño. Una obra que se preocupa poco por su clasificación y se concentra más en ser escritura, en dejarnos ver cómo se construyen/destruyen la vida y la poesía.
En una de las líneas de este libro –que podemos leer, claro, como novela–, apunta: “Se escribe, dicen, con una mano agarrada a la infancia”. Y así lo hace, comienza por regresar a su pasado; volver al lugar del origen.
Aquél –la infancia–, en donde comienza la pérdida profunda de todos los seres humanos. Cuando salimos del seno materno y debemos enfrentarnos a la vida; a estar escindidos, partidos porque estamos llenos de deseos imposibles de satisfacer. Cuando se dice Mamá, declara Negroni, comienza la pérdida porque desde ese momento siempre desearemos algo.
En la “Advertencia” de este libro escribe: “La literatura es la prueba de que la vida no alcanza, dijo Pessoa. Puede ser. Más probable es que la vida y la literatura, siendo ambas insuficientes, alumbren a veces –como una linterna mágica– la textura y el espesor de las cosas, la asombrada complejidad que somos. Es lo que busqué, Madre”.
Negroni no se anda por las ramas y va directamente al corazón, al epicentro del amor y del dolor más intenso que ha sentido durante toda su vida: su Madre. La causa de una vida de sufrimiento en la que poco a poco, lágrima a lágrima, frustración tras frustración, va construyendo su vida: escribiendo. Sí, porque si no hubiera sido por su madre, jamás habría escrito una línea.
Se trata de un libro único porque va abriendo las grietas de su vida, poniendo los dedos en las llagas, en las heridas, a la vez que hace poesía. Cuenta esa infancia sin libros, la madre contradiciéndola, el padre ausente en un principio, y, mientras, nos va mostrando lo que escribía en esos años. Esa magia, ese fenómeno de ir destruyendo la vida, de irla transformando en literatura.
Es irresistible no citarla, “Se escribe en soledad. También, agregó Proust, se llora en soledad, se lee en soledad, se ejerce la voluptuosidad, a salvo de las miradas”.
Su madre siempre es la interlocutora, real o imaginaria, presente para destruir, ausente para oprimir, escribe Negroni, “Quien escribe calla. Quien lee no rompe el silencio. El resto es vicio. Disposición a enfrentar lo que somos; lo que, tal vez, podríamos ser. Ella escribió, Querida hija, mi gran ilusión realizada, / mi única posesión enteramente mía”.
Sí, muchos padres, muchas madres creen que sus hijos e hijas son suyas y no las dejan vivir. No las dejan verse en el espejo, tocar su cuerpo, que lo toquen otras personas. Las obligan a ser de una forma para que la sociedad no las expulse. Las “cuidan” destruyéndoles la vida.
Entonces, se calla, y cuando se calla se escribe, dice Negroni: “La virulencia es la lujuria del dócil”. La poeta rasga, raja sus sentimientos, sus valores, el lenguaje, y allí, en esas grietas, entre los girones descubre la poesía. La luz que se vislumbra en la ruptura.
El corazón del daño es de esos libros que se escriben solo una vez en la vida y se leen pocas. Es la historia de cada una de las personas que habitan este planeta y que han sido expulsadas del seno materno. Entonces, viene la pérdida, la lejanía del paraíso: la vida.
María Negroni, El corazón del daño, Ciudad de México, Penguin Random House, 2022. 143 páginas.