EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Marichuy, la fiesta de los de abajo y la militancia del gozo

Tryno Maldonado

Febrero 27, 2018

Después de una semana de viajar en caravana con el Concejo Indígena de Gobierno, Marichuy me pregunta cuánto tiempo de conformado tiene Colmena Oaxaca, el colectivo que se encargó de una parte de la recolección de firmas en la entidad para su postulación a las boletas del INE y el único que la acompañó durante la gira por todas las regiones del estado.
“Cuatro meses”, digo y me mira incrédula. “Bueno, usted dijo ‘organícense’ y nosotros nos organizamos”. A Marichuy se le ilumina el rostro con una sonrisa desparpajada.
Así como Colmena Oaxaca, a lo largo de todo el país surgieron colectivos que acudieron al llamado del Congreso Nacional Indígena durante el último año. Más allá de juntar firmas para alguien –desconfiados todos de los procesos electorales, pero animosos de echar a perder la fiesta dizque democrática, una fiesta exclusiva de los poderosos, de los de arriba– poco a poco esas redes se dieron cuenta de que, en efecto, a partir del fino hilo que Marichuy y la caravana del CIG fueron tejiendo por todo el país, ellos y ellas habían consolidado sus redes y que, además, comenzaban a ejercer en la práctica autonomía y autogobierno. Y no hay algo que le incomode tanto a los gobiernos emanados del régimen del PRI: a los tres días de que la caravana del CIG saliera de Oaxaca –12 de febrero–, tres de nuestros compañeros del Comité de Defensa de los Pueblos Indígenas, Codedi, fueron asesinados; uno de ellos era menor de edad: Alejandro Antonio Díaz Cruz (41 años), Luis Ángel Martínez (18 años) e Ignacio Basilio Ventura Martínez (17 años). Codedi responsabilizó al gobierno federal de Enrique Peña Nieto y al estatal, encabezado por Alejandro Murat.
El resto de quienes acompañábamos la caravana del CIG nos solíamos preguntar en esos días cómo sobreponernos a la tristeza por el asesinato de los compañeros, al terror y a la amenaza cobarde que inflige el Estado. Quizá, pienso ahora, parte de la respuesta esté en lo siguiente. Muchas veces, durante la caravana Marichuy hablaba de un concepto a la que ella no le puso nombre, pero que podría llamársele una suerte de “militancia gozosa”. Así como los pueblos saben organizarse tan bien para la fiesta, así, insistía Marichuy en sus discursos, deberían estar organizados contra el despojo, la guerra informal que se acrecentará con la implementación de la Ley de Seguridad Interior y otras amenazas de las políticas neoliberales y sus caporales los gobiernos. Militancia gozosa. ¿No fue eso lo que experimentamos durante estos últimos cuatro meses a pesar de la precariedad (800 pesos al día contra los 58 mil diarios del gobernador de Nuevo León con licencia, Jaime Rodríguez, El Bronco) y el hostigamiento (el robo del equipo de tres de nuestros compañeros de medios libres en Michoacán, la constante vigilancia del Cisen, de la Policía Federal y del Ejército)? Me viene a la mente la caída de la dictadura de Slobodan Milosevic: el movimiento que lo derrocó se organizó en cuestión de meses y justamente desde una militancia gozosa, desde las fiestas punks de los jóvenes de Belgrado.
Marichuy nos hace imaginar a partir de una militancia del gozo, a partir de una política del senti-pensar. No permitamos que los partidos políticos, las instituciones neoliberales, ni sus policías de la moral nos roben el derecho a imaginar y a seguir trabajando un mundo donde quepan muchos mundos. No dejemos que nos roben lo que ganamos con tanto esfuerzo y trabajo los últimos cuatro meses, el derecho a organizarnos en libertad por todo el país, fuera de las pobres cajitas conceptuales de la democracia neoliberal: “partidos”, “candidatos”, “votos”, “abstención”. A ellos nadie los molesta por su extraña perversión acomodaticia y masoquista de introducir un papelito en una urna para cambiar de amo cada seis años.
Esto no fue un derrota. Fue una fiesta. Una fiesta de los pueblos indígenas que se organizan. Una fiesta de las ciudades que se reconocieron en esos pueblos y que generaron organización, nuevos espacios y territorio. Una fiesta de los de abajo. Una fiesta, sobre todo, de las mujeres que luchan.
Sólo quienes se miden con parámetros privativos de las instituciones neoliberales, capitalistas y del Estado, se han empeñado en verlo como un descalabro. En cambio, para nosotros, como muchos y muchas auxiliares de María de Jesús Patricio, Marichuy, vocera del Concejo Indígena de Gobierno, fue un gozo participar a su lado y al lado de las demás concejalas en la caravana que recorrió todos menos uno de los estados del país en cuatro meses.
Hubo disenso. Pero incluso en el disenso nos dimos cuenta de que somos capaces de dialogar desde la organización, de dialogar desde el trabajo cotidiano. Creamos un espacio de diálogo desde el encuentro, pero también desde la diferencia. Y eso también le aterra a los gobiernos, tan acostumbrados a dividir.
Tuvimos bajas lamentables –como la trágica muerte de Eloísa Vega Castro en el accidente de carretera que tuvo la caravana en Baja California Sur–, pero se quedarán para siempre en nuestros corazones y en nuestras luchas.
Muchas gracias, Marichuy y concejalas del CIG, porque hablando en su corazón indio no morirá la flor de la palabra y gracias a ustedes la patria seguirá digna y con memoria.