En 1883, en pleno auge del realismo y el naturalismo en Francia, Guy de Maupassant publica la novela Una vida cuyo subtítulo era La humilde verdad. Recuerdo haberla leído hace muchos años y haberme quedado deslumbrado, porque en efecto, se trata de una novela que refleja tan sólo una vida ordinaria, humilde en el sentido humano: una vida de clase media, alta o baja, lo cual puede resultar en un principio aburrido, pero una vez que uno se interna en sus páginas, descubre, por el talento de Maupassant, que todas las vidas son fascinantes, aburridas; todas las historias de amor bellas, de desamor terribles. Toda maternidad plena y dolorosa. Todo aquello que vivimos es ordinario, cotidiano y apasionante y más si lo cuenta una pluma de talento.
Pienso en esto por la breve y deslumbrante novela de Marie Gauthier (Annecy, 1977), Vestida de corto, que le valió el Premio Goncourt a primera novela en 2019. La novela comienza muy detallada, contando las impresiones de un adolescente, Felix y el comienzo de su obsesión por la hija de su jefe, Gil, quien es dos años mayor y se aventura en los primeros pasos de su vida sexual.
Pensé en Maupassant no sólo por el género, sino también por la técnica, contada sin prisa por comenzar un relato, por breve que sea, con la calma y la paciencia que toda historia merece para adentrarse en los personajes y en el escenario, en este caso un pequeño pueblo, en donde hay un pequeño comercio, en el cual vive la joven Gil con su padre que es el dueño del lugar y al piso de arriba en donde llega Felix como dependiente de verano. Contada a detalle, con la precisión necesaria para que podamos sentir el paso del tiempo en el lugar, el calor y el olor de los lugares y las personas.
Quien cuenta la historia describe las primeras preguntas que se hace Felix sobre Gil. ¿Cuántos años tiene? ¿Va a la escuela? ¿A qué se dedica? Es muy bello porque atrapa esa apenas perceptible transición que sufre una persona dentro de nosotros cuando nos comienza a interesar. Aquí es donde aparece el talento de Gauthier, pues describe con sutileza algo tenue, el etéreo sentimiento de cuando una persona llama nuestra mirada cada vez más y más hasta el tangible momento cuando sabemos que el mundo sólo tiene sentido por ella.
Por lo tanto, Felix analiza a Gil, y aprende de ella. Se concentra en cada movimiento suyo, en cada sonrisa, en cada expresión de su rostro, ladeo de cabeza, brinquito o paso que dé. Está atento, por supuesto, de los hombres con los que se relaciona. Nos cuenta quien narra –esto no lo sabe Felix–, que Gil comienza a tener una vida sexual cada vez más rica. Con jóvenes, con hombres más grandes. No distingue, sólo disfruta y experimenta los sentimientos de deseo que generan en ella y la sorpresa que su cuerpo causa en ellos, la manera cómo se deslumbran cuando la ven desnuda y aquella forma particular que tienen todos de autoconfirmarse cuando están con ella, que es incluso más potente que el placer.
Felix y Gil viven en la misma casa así que comparten espacios como la cocina o el baño en donde una vez la sorprende desnuda. Para ella él es tan sólo un joven. Habla con él e incluso le enseña revistas pornográficas en donde observan uno al lado de la otra los cuerpos desnudos y las diferentes posiciones sexuales. Sin embargo, esto para ella no resulta erótico y para él es más un aprendizaje que otra cosa.
Hacia el final de la novela, la tensión y la belleza se concentran en la transición que vive Felix, intelectual y física. Cada vez piensa con más madurez y su cuerpo se transforma en el de un hombre. Así, Gil, un día lo descubre y lo desea.
Vestida de corto retrata un fragmento de vida, un verano en donde dos jóvenes viven una historia. Pero la novela es mucho más que eso, porque la literatura se transforma en tal cuando tiene la gracia de transformar una vida, un deseo erótico en una reflexión profunda sobre el ser humano.
Marie Gauthier, Vestida de corto, Madrid, Nórdica libros, 2021. 120 páginas.