Federico Vite
Noviembre 09, 2021
(Segunda de dos partes)
1816 sorprendió a quienes se encontraban en el hemisferio norte. Soportaron un gran frío debido a la erupción del volcán Tambora. Durante ese año, Mary Shelley y su marido Percy Bysshe Shelley visitaron a su viejo amigo Lord Byron en Villa Diodati, Suiza. Después de leer diversas antologías alemanas de historias de fantasmas, Byron retó a los Shelley y a su médico personal, John Polidori, a escribir de manera individual una historia de terror. De los cuatro, únicamente Polidori pudo realizar esta tarea, es decir, terminar una historia de terror en ese encierro. Mary Shelley inició un proyecto que ahora conocemos muy bien. En ese encierro del año sin verano ella tuvo un sueño que básicamente es el capítulo IV de Frankenstein*. Grosso modo, se detalla que el doctor Victor Frankenstein sigue estudiando las teorías y orígenes de la vida. Ha pasado un par de años en la universidad, pero no se siente bien. Decidió regresar a casa. Supuso que tenía demasiados conocimientos y sentía que en la escuela era imposible tener avances reales. Descubrió así la esencia de la vida. Mantuvo en secreto ese misterio para que nadie siguiera su ejemplo. Textualmente, dice el doctor: “Aprende de mí, no de mis preceptos, al menos por mi ejemplo, cuán peligrosa es la adquisición de conocimientos y cuánto más feliz es el hombre que cree que su pueblo natal es el mundo, que el que aspira a ser más grande de lo que le permitirá su naturaleza”. Soñó con un científico que concede la vida a un monstruo. El sueño de la razón produce monstruos, dijera Goya.
De acuerdo con la versión de John William Polidori en la novela Bravura (Anagrama, 2016), de Emmanuele Carrère, “se acordaba bien de que en la Villa Diodati había esbozado la trama de su infortunado Vampiro, y también –porque él tenía ideas, a diferencia de Mary– de que le había contado a ella una experiencia galvánica que se desarrolló en Glasgow, la resurrección de un condenado a muerte de la que ella había extraído el argumento de Frankenstein”.
En ese año, el del encuentro en Villa Diodati, Europa sufría por los estragos de las Guerras Napoleónicas. Los anales históricos refieren que nevó y heló inusitadamente en zonas de Europa y Norteamérica. Las cosechas se arruinaron, lo que desencadenó la peor hambruna del siglo XIX. Una anomalía climática afectó al hemisferio norte.
Los efectos de aquella ola glacial fueron duraderos, según relata Gillen D’Arcy Wood –profesor de inglés en la Universidad de Illinois– en su libro Tambora: The eruption that changed the world (Princeton University Press, 2014). Señala que el tifus atacó a Irlanda e Italia, y que la mortalidad a gran escala en Europa provocó migraciones masivas hacia Rusia y América. “A largo plazo, los gobiernos europeos comenzaron a desarrollar políticas de protección del comercio, bienestar social y ayuda humanitaria”, precisa. De acuerdo con Wood, el desastre económico, producido por la erupción del volcán Tambora, propició muchas cosas, como el renacimiento de la esclavitud. Las lluvias torrenciales en la India dieron las condiciones para que hubiera una epidemia de cólera que se extendió por el mundo. Murieron millones de personas. La hambruna en Yunán, en el suroeste de China, obligó a los agricultores a dejar el arroz y cultivar el opio. “Para mediados de siglo, Yunán era la mayor región productora de opio del mundo; fue el comienzo de lo que conocemos como el Triángulo de Oro”, señala Wood.
Los del Viejo Continente estaban en shock por lo albores del futuro monstruoso que se avecinaba. Desde allá se veía la ebullición de América; en especial, en Argentina, Bolivia, Perú, Chile, México y Brasil. Se intuía que el Nuevo Continente estaba por mostrar la potencia salvaje que posee. Se auguraban más y sangrientas rebeliones. De acuerdo con los especialistas en el tema, Mónica Henry y Alejandro Rabinovich, a mediados de 1816 las fuerzas enviadas por Fernando VII habían logrado establecer el dominio real español en la mayor parte de América. La excepción fue la región del Río de la Plata. El virrey Abascal, de Perú, era un gobernante capaz y reprimió el desarrollo de las Juntas de Gobierno en la región. Lima fue un bastión del poder colonial español durante muchos años y Abascal envió expediciones desde Perú para restablecer el gobierno real en Chile. Se caldeaban los ánimos. Todo era un polvorín y el futuro un monstruo, edificado con cadáveres de humanos y de animales, la fusión entre lo perdido y lo salvaje.
En el capítulo XX, Shelley expone los temores de Victor Frankenstein, quien estaba por cumplir su promesa y traer a la vida a la mujer de la criatura. No sabía ni intuía lo que pudiera pasar entre ellos. Tal vez podrían procrear un tercer monstruo. “Ellos podrían odiarse mutuamente: la criatura quien ya vivía detestaba su propia deformidad, ¿y no podría concebir un aborrecimiento mayor por ella cuando se presentara ante sus ojos en forma femenina? Ella también podría volverse con disgusto por él hacia la belleza superior del hombre; ella podría dejarlo, y él volvería a estar solo, exasperado por la fresca provocación de ser abandonado por uno de su propia especie”.
Los personajes masculinos, Victor Frankenstein y la criatura, temen a las mujeres. El doctor se devana los sesos porque teme que al darle una pareja a la criatura, ambos pueden literalmente crear el infierno. Cito un fragmento del capítulo XX: “Incluso si abandonaran Europa y habitaran los desiertos del nuevo mundo, incluso uno de los primeros resultados de esas simpa-tías, por el demonio sediento, po-drían ser los niños, y una raza de demonios se propagaría sobre la tierra, los cuales podrían hacer de la especie humana una condición precaria y llena de terror”. Darle vida a una mujer le aterra. No puede contra esa creación superior que todo lo desequilibra, y esto nos obliga a re-plantear la pregunta: ¿es Shelley una pionera feminista del terror social?
Doscientos tres años después de haber publicado Frankenstein, Shelley deja cinceladas algunas claves para entender la vida de la mujer europea en esa época y ser mujer en esa época (como ahora) es algo tremendo. No sobra decir que Justine, acusada injustamente de matar al hermano menor del doctor Victor Frankenstein, muere por una maniobra orquestada por la criatura. Otra de las mujeres, la esposa del doctor Frankenstein, Elizabeth, también muere por culpa de la criatura. Tanto Justine como Elizabeth pierden la vida gracias a las hábiles tácticas de un monstruo. El futuro es un monstruo nacido de lo perdido y lo salvaje.
Los personajes femeninos de esta novela simplemente no tienen manera de ser. Adquieren relevancia cuando mueren y eso nos recuerda la terrible actualidad de la mujer en México. Pero por encima de lo que despierta esa puntal revelación de Shelley, pongo en perspectiva las potentes cavilaciones del doctor Frankenstein cuando se debatía entre crear o no a la pareja de la criatura: “Y fue cuando estaba a punto de formar otro ser, cuyas disposiciones ignoraba; podría volverse diez mil veces más maligna que su pareja y deleitarse, por sí misma, en el asesinato y la miseria. Él había tenido que abandonar la vecindad del hombre y esconderse en los desiertos, pero ella no; y ella, que podría negarse a cumplir con un pacto hecho antes de su creación”. Estaba muy preocupado por la rebeldía, por la independencia y por la capacidad de decisión de la fémina, por la fuerza de ella. Ella, en suma, era su principal temor; mayor aún que la criatura. Esta idea del futuro como un monstruo, donde la mujer no tiene espacio y debe, necesariamente, crearlo a empujones, asombra y aterra. El terror social, entendido como un canon literario moderno, explora estas vetas que Shelley expuso con precisión hace tiempo. En Europa, las mujeres literalmente tenían amarradas las manos; en América, todo parecía estar patas arriba. Quedaba pues la construcción de esa mujer del futuro y, como vemos, Shelley dio en el clavo. El futuro femenino, también entendido como un monstruo gracias a los hilos narrativos de la novela que comento, no nació en 1818, pero ahora lo presenciamos y son las ejecutantes de este canon narrativo quienes dan la cara por la literatura de Hispanoamérica. Ellas, prefiguradas desde hace doscientos tres años, son las que ponen sobre el Continente Literario el tema central de la seguridad y de la violencia, un eje toral visto con nuevos ojos, y percibido con una sensibilidad distinta, perturbadora y atractiva, “son las que habitan el nuevo mundo”.
* Traduje algunos fragmentos de Frankenstein or The modern Prometheus, Bounty Books, London, 2015, 190 páginas.