EL-SUR

Viernes 01 de Diciembre de 2023

Guerrero, México

Opinión

Más vale sollozar afilando la navaja

Federico Vite

Febrero 02, 2016

Algunas declaraciones del escritor peruano-español Mario Vargas Llosa suelen ser tremendistas e incluso desproporcionadas, pero hay algo de razón en mencionar que Latinoamérica, por el riesgo que implica la existencia, propicia el mejor caldo de cultivo para generar la literatura más atractiva del planeta, la arriesgada, la valiosa. De este lado del mundo habría muchos pretextos para mostrar en un libro, con la displicencia y con la muerte, la vasta irracionalidad humana. No creo que el realismo sea la camisa de fuerza idónea para hacer una novela potente, enorme y llena de vida, de literatura en mayúsculas pues. Habría que buscarle una voz a esto que a borbotones chorrea y salpica, algo que es trágico pero también melodramático, cómico e incluso romántico.
Estamos en la épica idónea de un personaje noir: el hombre intenta darle sentido, orden finalmente, a su contexto. Ese hombre, el latinoamericano, habita el carrusel emocional que va de la vergüenza a la resignación; la estancia por el mundo se vuelve ominosa, con pequeñas escalas en las frondas de lo bello, claro está, pero padece la existencia. Es un veneno, canta el grupo Internacional Carro Show, su amor es un veneno.
Seguimos escribiendo igual que hace 10 años, como si el tenebroso pasaje en La Garita no hubiera cambiado la forma de entender la vida. Somos vanos, no hemos asimilado el presente, la realidad nos dejó de lado. No logramos con poemas, obras de teatro, novelas, cuentos y relatos mostrar esa nueva forma de entender el mundo. Aún no logramos explicar estéticamente que esos hechos, de hace 10 años, nos convocan a la indignación, ¿por qué esa cadena de ignominias se salen o se resbalan de los libros que hacemos?
Si la literatura también funge como una pieza de engranaje para la comprensión del presente, me parece, nos hemos quedado atrás: hemos sido rebasados por discursos publicitarios, por conquistas del ego, por la noción trasnochada de la gran belleza como senda repetitiva de la reproducción en masa editorial. Decía Elias Canetti sobre Herman Broch: No sólo es un escritor. Estamos frente a un artista que ofreció un retrato de su mundo, lo criticó e innovó la forma de hablar de las plagas de ese momento. Porque Broch, con La muerte de Virgilio, hizo de una etapa negra de la historia la melodía armoniosa que nos muestra la ineptitud e incapacidad que nos caracteriza al colegir nuestro presente. Nos recuerda que podemos bañarnos dos veces en el mismo río. O como bien nos advierte Alicia Villareal, que tropezamos con la misma piedra.
Hace 15 años se podía dormir con las puertas abiertas en Acapulco; tuvimos a Fox, a Calderón, volvió el PRI. Con Aguirre Rivero conocimos la otra cara del PRD, la que siempre tuvo, la cubierta de amarillo pero tricolor por dentro. Sobrevivimos a Walton, encallamos en Evodio. Si a esto le sumamos las experiencias terribles de los desplazados por la violencia, los nuevos oficios que desde antes de la masacre en Iguala, la de los estudiantes de Ayotzinapa, iban tomando relevancia; por ejemplo, los buscadores de fosas clandestinas, los orquestadores del levantón, los cazadores de maestros, objetivos francos porque acaban de cobrar su aguinaldo, los halcones, los detectives que buscan a los choferes de urbanos y taxis, los empleados de esa ingente masa de adversarios que solemos denominar delincuencia organizada, ellos, todos los que cobran el derecho de piso se han vuelto la nueva mitología de México. Y de ellos apenas tenemos borradores que cabalgan en la banalidad del mal. Los describimos como gente apresada por una realidad asfixiante. Notamos al documentar nuestro azoro que la realidad nos ha cambiado la jugada: tenemos personajes, aparte de los que se conciben en las horas nalga (esa estancia laboral que permite al escritor explorar la solidez de la trama), para el sondeo salvaje de la sique humana. Se requiere una extrapolación de nuestro hábitat.
Ni siquiera nos vemos como el cuerpo de un relato cada vez más cerca de la ruina, sino como la retícula perfecta de una novela que expone lo ya hecho y hasta ahí llegamos: nos vemos el más allá de nosotros en casa. Acapulco perdió la inocencia hace 10 años, después de las cabezas sobre la oficina de Comunicación Social y las derivas de esa sintaxis violenta de la lucha por la plaza, nos quedamos con una sentencia irrebatible, esa frase caligrafiada por lo anónimo del miedo nos decía y nos dice como una sentencia que se ha tatuado en la mente: Para que aprendan a respetar.
Adolecemos de una forma de entendimiento; seguimos redactando una bitácora, el orden del día.
Sabemos todos que la literatura no repara nada, pero podría fungir como una punta de lanza para mostrar lo que subyace en la terrible continuidad de este proceso irreversible de simulación en la que se encuentra Guerrero. Más allá de la forma y el decoro con el que se muere en esta tierra, no hay un libro capaz de indicarnos, en el ejercicio nada simple de la lectura del mundo, el rumbo, la ruta, el espacio en blanco que podría llenar la estética para aprehender un fragmento de Gue-rrero. Tenemos la indignación como bloque; un más allá detenido sobre sí mismo. ¿Qué hacer de dientes para adentro? Más vale sollozar afilando la navaja, dice Federico Gar-cía Lorca, pero en un sentido am-plio, eso no indica una causa estética, sino un resentimiento: y esa estética de la rabia y el desfogue, ¿dónde está? Hacia quién y para qué afilamos las palabras. ¿Las afilamos? Porque lo cierto es que las endulzamos para que de alguna u otra manera se conviertan en el ornamento de una retícula mucho más pomposa: la íntima obra personal. Vale la pena volver a esta joya admonitoria atribuida a Bertolt Brecht, porque es importante recordar que no estamos solos contra esto que llamamos violencia: “Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó. Después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importó. Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero tampoco me importó. Más tarde se llevaron a los intelectuales, pero como yo no era intelectual, tampoco me importó. Después siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importó. Ahora vienen por mí, pero ya es demasiado tarde”. Que tengan buen martes.