EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Máscaras mexicanas: el ritual de cada semana

Aurelio Pelaez

Julio 11, 2006

Hay quienes luchan un minuto y son buenos;
hay quienes luchan muchos años y son mejores; pero hay los que luchan los domingos… ¡Esos son los chidos!: ¡Santo, el Enmascarado de Plata!
(Botellita de Jerez, Guacarrock del Santo, versión libre de un poema de Bertolt Brecht, a propósito de luchadores)

Una noche de luchas es el lugar inaplazable del encuentro de un clan que se identifica precisamente, como los luchadores, dentro de la misma arena. ¿Quién sospecha que el hijo del vecino, ése que no le habla a nadie, se transforme por virtud de una máscara en un villano bocón cada miércoles de luchas?, ¿quién se la huele que la simpática vendedora de la tienda de fotografía que nos sonríe amablemente, se convierta, por razón de apostarle a uno de los dos bandos que se enfrentan sobre el ring, en una temible fábrica de improperios?
¿Y qué hay del licenciado apacible que esa jornada se instala en su reservado con una cubeta de cervezas –pa’ que ya no des tantas vueltas manito, aquí déjala–, y bolsa de semillitas en mano se desfoga de todo lo que en una semana le quiso aplicar a sus contrincantes del juzgado? Tampoco falta la abuelita que agandalla cada semana el ringside; la gorda que persigue a los luchadores a mentadas, hasta que alguno se cansa de tanta miércoles y le acomoda un descontón –con su justo castigo por parte de la Comisión de Lucha–; la recua de niños que aprenden los misterios de la lengua, pero que debidamente escuchados por la maestra en turno, quedarán castigados, cual Pepito el del cuento, en una esquina del salón.
El eco de la arena es otro de los lenguajes que une al clan. Por que las luchas son relajo o bulla o no serán, porque el auténtico aficionado sabe que sin esa comunidad de cada semana, no existe el espectáculo. Porque además, sin multitud –una por bando– no hay guerra posible.
Y arriba, los luchadores, y con ellos, el misterioso encanto de las máscaras. Máscaras mexicanas –si se pone uno denso puede hablar aquí del ensayo clásico de Octavio Paz, que habla de acá nosotros los de la raza azteca escondemos nuestra verdadera identidad bajo máscaras, y que detrás de esta está el conflicto no resuelto de la Conquista, eso, eso, eso–, donde el diseño implica la integración del adjetivo: Médico Asesino, Scoria, La Parka, Mascarita Sagrada, Rey Misterio, nombres nada lejanos del Blue Demon, El Rayo de Jalisco, Black Shadow y tantos más.
Y en el ring, el ejercicio de las artes de la lucha libre en versión mexicana, a disposición del que más honor les haga: ya una quebradora por acá, una doble llave, unas tijeras, una tapatía que no se le niega nadie, y para terminar las tres caídas, qué tal un tope suicida que llegue hasta la tercera fila.
Pero sobre todo se trata de no perder la máscara, porque un luchador sin máscara… bueno, entonces está el bando del Tarzán López, la Tonina Jackson y el Perro Aguayo.

Nota: Texto presentado en la exposición Máscaras, del fotógrafo Éric Miralrío, que permanece en la papelería El Partenón Papagayo.