Tryno Maldonado
Octubre 23, 2018
Durante los últimos días mis buzones y redes sociales se han saturado de cientos de mensajes de odio, amenazas e insultos a partir de un tuit. (Sólo Twitter registra más de mil 700 mensajes de odio contra mi cuenta hasta hoy.) Las amenazas varían, pero casi todas son de índole xenófobo y racista –muchos suponen, en su lógica nacionalista, que soy hondureño o venezolano–. Hay desde las que me exhortan a que me largue de México, hasta las amenazas de muerte. Por respeto a los lectores de esta columna no las voy a reproducir.
Este odio inédito en redes sociales no viene de miembros del Tea Party ni de los seguidores de Donald Trump. Todos los insultos rabiosos vienen de orgullosos, furibundos y autoproclamados ciudadanos mexicanos. Entre el odio de los votantes de Trump contra los migrantes mexicanos y el odio exhibido por estos otros guardianes nacionalistas de las fronteras –mexicanas– contra el actual éxodo de hermanos y hermanas hondureños, tristemente no encuentro ninguna diferencia.
Así que no me desdigo del tuit en cuestión. Lo refrendo aquí con todas sus letras. Me avergüenzo de ese México. Me cago en ese México, en su bandera y en sus malos gobiernos. Abran las fronteras.
Pero, ¿qué es México? México es un Estado-nación. Y no hay imposición colonial más violenta que la imposición de un Estado sobre los pueblos, que incluye la imposición también violenta de una lengua, unas creencias, una historia y una narrativa comunes. Una imposición que en nuestros territorios fue una imposición etnocida y lingüicida. Una imposición de exterminio y de despojo hacia los pueblos indígenas, sus culturas, sus lenguas… Una imposición que hasta el día de hoy está causando estragos con sus múltiples formas de violencia: explotación, despojo, guerras informales, narcotráfico, desapariciones, asesinatos a periodistas, feminicidios. El Estado-nación mexicano es una imposición que promueve símbolos nacionalistas para generar una identidad cerrada y excluyente hacia quienes no los comparten. Símbolos que inspiran entre sus más fieles creyentes el odio y la violencia xenófoba y racista, tal como lo hemos visto durante los últimos días en que el éxodo hondureño está ingresando a territorio mexicano.
Todo Estado requiere un gobierno y una policía para ejercer el monopolio de esa violencia que se otorga a sí mismo. Por eso inculca valores nacionalistas desde pequeños: honores a la bandera, el himno, etcétera. En recientes días se ha manifestado toda esa violencia policial. Pero no de los cuerpos policiales del Estado y su gobierno únicamente, sino en cada uno de los mexicanos que han mostrado su desconfianza o su abierto repudio en redes sociales hacia la llamada caravana migrante que intenta cruzar México desde Honduras.
Me avergüenzo por eso de la bandera mexicana. Ese trapo de tres colores que no ha servido en estos días sino para delimitar una frontera jactanciosa. Una frontera de odio que estaba disimulada entre el verde, blanco y rojo. El muro que anhela levantar Donald Trump ya está construido: el muro son ustedes y sus tres colores. Los miles de mexicanos que enarbolan esa bandera para rechazar la entrada solidaria y humanitaria a las hermanas y hermanos hondureños frente a esta crisis. La próxima vez que se indignen por el trato bárbaro que el gobierno de Estados Unidos dispensa los niños migrantes de México y digan “Fuck you, Trump!”, yo les diré a ustedes: “Fuck you, too!” Porque ustedes son Trump. Ustedes son su muro. Y es un muro racista de pura ignorancia e ignominia.
Me avergüenzo del himno nacional. Esa cantaleta bélica que ustedes berrean para ahuyentar a una caravana de niños, padres y madres obligados a un éxodo por las políticas neoliberales que también nos violentan, nos empobrecen y nos hacen desplazarnos a nosotros mismos en busca de un mejor vivir; sin saber ustedes que los valores, los símbolos y las consignas beligerantes que invoca esa cantaleta tienen apenas un par de siglos. Es decir, nada. Los hermanos y las hermanas de las naciones oprimidas que están pidiendo ser acuerpadas por las naciones también milenarias y oprimidas del territorio mexicano, tienen al menos 9 mil años y hacen palidecer a cualquiera de los cerca de 200 Estados-nación divididos como dividido está México. Ustedes quieren un mundo fragmentado. Las naciones indígenas que están aquí antes que ese proyecto de naciones coloniales, quieren un mundo libre, unido. Sin fronteras. Las naciones indígenas que nos hermanan, sus saberes, su historia, son mucho más fuertes y longevas que su México de valores revolucionarios-institucionales. Porque, les tengo una noticia: su México no es otro que el México corrupto del PRI.
El Congreso Nacional Indígena, el espacio en el que se agrupan muchas de las naciones indígenas de México, se ha pronunciado y ha abierto el corazón hacia la caravana migrante hondureña. “Tumbemos el muro”, han dicho. “Lo que debe detenerse no es el andar de la humanidad, sino la invasión del gran capital, los caminos sólo los podemos abrir con y entre todas y todos”.
Es tiempo de escuchar la provocación de la lingüista ayuujk Yásnaya Elena Aguilar Gil: no repitamos ya la consigna y búsqueda de un México con nosotros. Es momento de que todos nosotros y nosotras imaginemos y nos organicémonos sin México.