EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Medio ambiente: de la violencia al cuidado

Jesús Mendoza Zaragoza

Junio 06, 2022

La hemos convertido en costumbre. No solo eso, sino en un estilo de vida, en un modo de ser apropiado para nuestros modernos contextos que la hacen necesaria e imprescindible. Campea por todas partes y se ha hecho omnipresente. No podemos vivir sin ella porque corresponde a un modelo, a un paradigma bien diseñado para sobrevivir y para dominar. La violencia es algo así como el ingrediente que aceita las maquinarias de todos los sistemas: la economía, la cultura, la política y la misma sociedad. Todo se aceita con la violencia, que es parte del ADN de nuestras sociedades. Y la podemos percibir con su gran potencial destructor. Desde aquellas violencias más invisibles como las culturales y sistémicas, hasta las más visibles como las exhibidas en los reportes informativos.
Hoy, por iniciativa de la ONU, se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente, que pretende, entre otras cosas promover la conciencia de los gobiernos y de los pueblos de que es necesario enfocar nuestra atención al cuidado del medio ambiente y de los recursos naturales. Entre otras cosas, tenemos la oportunidad de reconocer el tipo de relación que establecemos con la Tierra, con nuestra casa común, con la naturaleza, con los recursos naturales, o como cada quien decida llamarle a nuestro entorno natural. La crisis ambiental en la que nos hemos metido, consciente o inconscientemente, nos obliga a revisar esa relación con el fin de hacer los ajustes necesarios para que nuestra casa común no colapse y sea sostenible.
El caso es que, si reconocemos que la relación que hemos establecido con la naturaleza es violenta, es porque somos violentos con todo. Es como si respiráramos la violencia y la convirtiéramos en el talante de todas nuestras relaciones. Por eso, la violencia que tiene sumido al país en la inseguridad, no debiera sorprendernos, porque la hemos desplegado desde la conciencia hasta las estructuras mismas de la sociedad. Alguien podría decir que somos violentos por naturaleza. Lo que yo me atrevo a decir es que hemos hecho una opción por un mundo violento, de manera consciente o inconsciente. Las violencias contra las mujeres y los niños, las violencias de las bandas criminales contra los indefensos, las violencias de la clase política contra la sociedad, las violencias de las instituciones –educativas, religiosas y económicas– contra los indefensos, todas las violencias provienen de una misma raíz. El corazón humano se ha violentado en medio de un contexto violentador.
Hemos aceptado que nos coloquen el chip de la violencia en el fondo de nuestras conciencias, de manera que se ha convertido en el alma que mueve todo. La violencia es una distorsión de la personalidad que discapacita para relaciones sanas y estables. En este sentido, todos somos violentos, unos más que otros. Ante este hecho es necesario un reconocimiento consciente de esta distorsión para modificarla con una intencionalidad sanadora, pacífica y restaurativa. En este sentido, la educación se convierte siempre en una vertiente necesaria para generar relaciones pacíficas en la vida, para mantener bajo control las dinámicas destructivas que nos acechan como el manejo de la ira y de la frustración. De esta manera, podemos asegurar opciones pacíficas para las personas y para la sociedad.
Por otra parte, hay que entender que la violencia es aprendida mediante los cánones sociales, políticos y culturales. Es el caso de la violencia contra las mujeres transmitida a través de una cultura machista en sociedades patriarcales. En este sentido, la violencia es un asunto sistémico que se instala en la conciencia y en la sensibilidad.
Así las cosas, las relaciones que tenemos con el medio ambiente tienen el mismo talante y requieren ser reconstruidas. Quien es violento con las personas, lo será con los animales y con las plantas. Destruye todo lo que toca y se vuelve una amenaza para su entorno. El efecto de estas culturas violentas está a la vista: tiramos basura por todas partes, contaminamos las aguas, deterioramos la Tierra y demás. Y la política y la economía se encargan del resto con sus propias violencias depredadoras y extractivistas. La misma concepción del medio ambiente puede marcar la diferencia. Quien entiende el medio ambiente como “recurso”, con una mentalidad instrumental y mercantilista, solamente piensa en exprimirlo y explotarlo; muy diferente a quien concibe el medio ambiente como “casa”, nuestra casa, que tiene una actitud de cuidado, de familiaridad y de convivencia con él.
La relación de cuidado no se improvisa, ni se da de la noche a la mañana. Es resultado de una transformación de las personas y de la cultura dominante. El cuidado del medio ambiente como actitud básica, es un pendiente que tenemos en la educación que implica también responsabilidades económicas y políticas que, hasta ahora, ni el Estado ni el mercado han querido asumir.
Pero una cosa es evidente: hay que transitar de una relación violenta hacia una relación de cuidado hacia el medio ambiente. Las violencias generadas en personas, en comunidades, en instituciones y en los sistemas tienen que someterse a control para que podamos disfrutar nuestras relaciones con la Tierra y con cada persona, animal, planta u objetos inanimados. Las violencias no permiten disfrutar la vida porque se orientan a la dominación, consecuencia de fobias y de distorsiones.
Hay que empezar por cambiarnos el “chip” de la violencia por el “chip” del cuidado para que otro mundo sea posible. Y para que nuestro planeta tenga futuro.