Federico Vite
Abril 15, 2025
(Segunda parte y última)
En la novela famosísima The english patient, de Michael Ondaatje, el personaje femenino es la enfermera Hana. Ella encuentra una anotación en un libro que “El paciente inglés” lee con recurrencia: “La novela es un espejo andando el camino”. Esta idea no es nueva, pero me agrada que Ondaatje dialogue con el escritor francés César Vichard de Saint Réal, cuya frase textual es la siguiente: “Un roman: c’est un miroir qu’on promène le long d’un chemin”. Algo así como: “Una novela es un espejo que uno carga a lo largo del camino”. Stendhal utiliza esta misma idea en el capítulo XIII de Rouge et le Noir (1830). Las palabras son: “¡Ah!, señor, una novela es un espejo que se lleva por un camino elevado. En un momento refleja ante sus ojos el cielo azul, en otro el lodo de los charcos a sus pies. ¡Y el hombre que lleva este espejo en su mochila será acusado por usted de ser inmoral! ¡Su espejo muestra el lodo, y usted culpa al espejo! Más bien, culpe al camino elevado donde se encuentra el charco, y aún más al inspector de caminos que permite que el agua se acumule y se forme el charco”. Dicho eso, estamos advertidos, Ondaatje narra experiencias límite.
El primer impacto para el lector es el descubrimiento de un hombre con graves quemaduras en todo el cuerpo, “El paciente inglés”, atendido por la joven y atractiva Hana, quien en algunos momentos agarra Los nueve libros de la historia, de Heródoto, para curiosear en la vida de ese hombre “cuyo cuerpo ella conoce muy bien, el pene duerme como un caballo de mar y las caderas son delgadas”. Hana encuentra esa nota y explica con ello la postura estética del autor.
Aparte de los dos personajes referidos, hay dos hombres más que engrosan las filas del relato, un tipo maduro, quien fuera amigo del padre de Hana, Patrick. Él conoció a Hana cuando ella era una niña. Se llama David Caravaggio, luchó en varias batallas y llega a la villa de San Girolamo con los pulgares amputados. Es italo-canadiense, miembro del servicio de inteligencia exterior británico desde 1930. Estuvo en el norte de África para espiar a los alemanes. “El paciente inglés” y Caravaggio son adictos a la morfina y ese vínculo les da cierta intimidad e incluso propicia conversaciones importantes para la trama, pues las charlas ayudan al lector en el arduo terreno de las identidades. El otro referente masculino es Kip, un sij indio, buscador de minas y prospecto ideal para que Hana tenga una pareja, pero ella devanea entre “El paciente inglés” y Caravaggio.
La historia no está organizada con una representación de los hechos de manera lineal; Ondaatje logra que los saltos temporales favorezcan a la creación del suspenso y le permiten al lector entender a cabalidad la hondura psicológica de los personajes, imbricados todos con las campañas norteafricanas e italianas de la Segunda Guerra Mundial. Heridos todos por ese nubarrón letal que es la violencia.
El relato está orquestado por una voz narrativa que nombra todo, posee una característica adánica que todo lo bautiza e ilumina: “Ella era un sauce. ¿Qué podría ser uno, a cierta a edad, en invierno?”. Pero la trama se consuma por los monólogos de los personajes, por los diálogos. Y eso me lleva a pensar que esta novela está hecha para ser oída en voz alta, como si fuera un montaje escénico que necesita con urgencia del público. Hay mucho de esa energía poética que impele al lector a leer en voz alta algunos párrafos: “Yo conocía las herramientas del demonio y había mencionado en algunas charlas a la hermosa tentadora que venía al cuarto del joven. Y si él fuera sabio debería exigir que ella volviera, porque los demonios y las brujas nunca regresan, sólo cuando cuando desean presentarte ante ti. ¿Qué había hecho yo? ¿Qué animal le había entregado a ella? Yo había estado hablándole y pensé en ella más o menos una hora. ¿Yo había sido su amante demonio?”.
El monasterio italiano de Villa San Girolamo (en Fiesole, Florencia), ligeramente dañado por las bombas, funge como un teatro en el que la historia ocurre. “El paciente inglés”, sedado por la morfina, revela que no es inglés; habla alemán también y se llama László de Almásy, es un conde húngaro y vivió explorando el desierto. Se enamoró de la inglesa Katharine Clifton, quien acompañó al equipo de exploración del desierto. Un accidente terrible destruye a Almásy. De todo ello se va enterando el lector cuando entiende que las conversaciones, en un tono nocturno, explican la valía de Los nueve libros de la historia. Pero el mandato superior de la novela es recordarnos que la guerra destruye todo, incluso la posibilidad del amor.
El autor se apoyó en los personajes para darle fuerza y movimiento al relato, para hacer memorable la historia; pero no fue capaz de dotar de andamios o columnas a todo ese discurso que se fragmenta y de manera eventual e intermitente gana intensidad gracias al ejercicio de la poesía en prosa. Me temo que en la relectura este libro ya no sorprende como lo hizo antaño, cuando el lector sentía que tenía entre las manos una tajada de vida o un soplo endiablado del desierto. Las mismas palabras no conmueven como antes, porque en realidad no pasan muchas cosas en la historia y las que pasan son narradas de manera elíptica. Ondaatje fue muy hábil para encender la trama con una serie de hechos desafortunados que ayudan a decantar lo memorable de un fracaso amoroso, porque The english patient es una historia de amor que perdería magia si la narraran de manera, digamos, factual. El contexto le da vigor a la historia y los personajes orbitan en torno a “El paciente inglés”, ¿por qué? Porque todo está diseñado para hablar de quien perdió en el amor, para hablar de quien perdió la guerra. Todo está diseñado para hablar de quien estuvo en el lado equivocado de la historia y conmueve ese testimonio de la derrota porque la intensidad del fracaso es inmensa. Quizá un eco que aún reverbera en esta línea.
* Para la escritura de este artículo se utilizó The english patient (Londres, Bloomsbury, 2004, 321 páginas). La traducción de algunas líneas entre comillas es mía.
@FederìVite