Federico Vite
Abril 08, 2025
(Primera de dos partes)
Más allá de valorar lo técnico, de analizar la perfecta sincronía de la trama, de estudiar la verosimilitud de los personajes, las novelas de los poetas tienen un sabor distinto. Quizá por la cocción a fuego lento. Es como si sopesaran las palabras y, de eso estoy completamente seguro, proponen otra cadencia en la prosa, un ritmo aparte que ayuda a sondear las profundidades de la historia que desarrollan con calma, con mucha más calma que un narrador habitual.
Anne Michaels, poeta y narradora, oriunda de Toronto, es la autora de Fugitive pieces (1996), novela en la que se propone una inmersión extraña y siniestra en la memoria de Jakob Beer, cuya historia es insólita y triste. Para una mejor organización del relato, la autora divide el libro en dos partes. La primera narra infancia del judío Jakob Beer, quien vive en Polonia. Su casa es asaltada por nazis; escapa de la muerte, pero para su desgracia ni su padre, madre y hermana, quienes se escondieron en un armario. Jakob se esconde en el bosque. Hace un hoyo y se mete ahí para cubrirse de tierra hasta el cuello. Tiempo después conoce al arqueólogo Athos Roussos, quien trabaja en Biskupin, en Polonia. Roussos lo lleva de contrabando a Zante, Grecia. Roussos también es geólogo y está fascinado por la madera, los trilobites y las piedras antiguas. Jakob aprende griego e inglés, pero descubre que aprender nuevos idiomas borra su memoria. Tras la Segunda Guerra Mundial, Roussos y Jakob se mudan a Toronto. Ahí estudia Jakob y años más tarde conoce a Alexandra en una biblioteca musical. Ella disfruta mucho los juegos de palabras y la filosofía. Jakob y Alexandra se enamoran y se casan, pero la relación fracasa porque ella espera que Jakob cambie demasiado rápido y supere los traumas del pasado. Él está obsesionado con Bella, su hermana, en especial recuerda la manera en la que ella tocaba el piano. Alexandra y Jakob se divorcian. Él conoce a Michaela, una mujer joven que parece comprenderlo, y con su ayuda logra dejar atrás a Bella. Se mudan a Grecia, a la antigua casa de la familia Roussos. Hacen su vida y finalmente mueren.
La segunda parte de la novela propone un cambio de perspectiva. Ben es un profesor canadiense de ascendencia judía, nacido en Canadá, hijo de sobrevivientes del Holocausto. Él se encarga de cerrar la pinza. Es admirador de la obra poética de Jakob y, en especial, valora mucho las traducciones de Beer, porque Jakob se encargó de traducir varios escritores griegos al inglés. ¿Qué hay en el trabajo de Jakob que fascina tanto a Ben? Yo propongo, aunque suena cursi, que Ben entiende el dolor de Jakob. Y es cuando el lector empieza a entender el arco reflejo del lenguaje, porque a pesar de que todo ocurre en inglés, las personalidades en el relato tienen matices que agrandan la proposición literaria. “Yo entonces supe del poder del lenguaje para restaurar: esto fue lo que ambos, Athos y Kostas, estaban tratando de enseñarme. En la noche, las luces demarcaban el puerto y el estribor de entre esas formas pantagruélicas de la industria, y yo me llenaba con la soledad. Escuché esa forma de lo oscuro, como si fuera una lección musical del silencio. Sentí que esto era mi verdad. Que mi vida no podría ser expuesta en lenguaje alguno, sólo en silencio; entonces comprendí que yo debía escribir poemas de esta manera, en código, con las letras torcidas, para que esa pérdida hiciera naufragar el lenguaje y llegar entonces a mi idioma”.
En 1954, la casa familiar de Ben, en Weston, Ontario, es destruida por el huracán Hazel. Ben se obsesiona con los canales del clima, con la historia de los huracanes. Se casa con una chica llamada Naomi. Es un gran admirador de la poesía de Jakob y respeta la forma en la que ese hombre sensible abordó el Holocausto. A Ben le cuesta afrontar los horrores que debieron sufrir sus padres. No puede superar ese tópico familiar. Ben viaja a Zakynthos, Grecia, para recuperar los diarios de Jakob. Pasa horas nadando, camina por el campo, por el desierto. Piensa en Jakob, en cómo tradujo toda esa vida en los poemas. A Ben no le interesa el proceso creativo, sino en cómo tradujo la vida en los poemas. Se obsesiona sobre lo que un hombre como Jakob fue capaz de sentir.
Me inquieta y me emociona que Michaels exponga el daño de un huracán con la misma intensidad que los horrores del Holocausto, habla de un dolor que no se puede digerir con facilidad, pero que gracias Jakob se convierte en un tópico tolerable.
La estructura de este libro es un símil de dos engranajes dentados que se impulsan mutuamente al girar en sentido opuestos. Ensamblan a la perfección. Anne organiza de tal forma los discursos y las subtramas para que Ben entienda lo que quiso decir Jakob cuando hablaba del oficio de traductor, porque estando en Grecia todo cobraba sentido: “Si pudiera aislarme en ese espacio, que daña los cromosomas con palabras, en esta imagen, entonces quizá uno podría restaurar el orden con sólo nombrarlo”.
La impresión general es que esta novela está escrita con sutileza y con mucho cuidado; se trata de un artefacto delicado que no pierde jovialidad. Jakob vivió una tragedia en polaco, sobrevivió en griego y recuerda en inglés todos los flancos de su vida. Desde ese idioma enuncia la experiencia de estar vivo. Anna reproduce muy bien lo vivido por el protagonista y sentencia en voz de Jakob: “Y al final, cuando empecé a escribir los eventos de mi infancia en un lenguaje extranjero a los hechos, tuve una revelación: el inglés podría protegerme, era un alfabeto sin memoria”. Esto sólo es posible por obra y gracia de la sensibilidad de un poeta y lo atractivo del relato es cómo organiza Anne Michaels toda la información de manera sensible, cuyo orden jerárquico siempre es el idioma.
* Para la escritura de este artículo utilicé el ejemplar de Fugitive pieces (Londres, Bloomsbury, 2017, 295 páginas). La traducción de las frases entre comillas es mía. @FederìVite