Julio Moguel
Abril 11, 2025
LASCAS
Aguililla: la primera batalla del chamaco Cárdenas
Como señalé en la primera entrega de esta columna, hace dos semanas, había pensado intercalar hechos o relatos significativos relacionados con determinado acontecer histórico o del momento actual con temas no menos relevantes relacionados con la literatura. El mes de marzo nos había invitado a pensar en los 70 años de vida de Pedro Páramo, la gran y universal novela de Juan Rulfo aparecida en su primera edición en 1955, pero también en algún acontecimiento o línea de relato que nos ligara a la conmemoración de la expropiación petrolera que, el pasado 18 de marzo, cumplió sus 87 años de vida.
Escogimos por tomar en ese primer momento una ruta inicial que nos llevara no propiamente a la mencionada expropiación petrolera, pero sí, ligado a ella, a una faceta de lo que llamamos “el Cardenismo”: la de la entrada del chamaco Cárdenas (a sus 18 años de edad) a la lucha revolucionaria. Mantendremos en las siguientes dos entregas este último tema, pues no pocos de quienes leyeron las líneas escritas hace dos semanas en este diario señalaron que el relato “los había dejado picados”, y que valdría la pena pensar el desarrollo de esta columna por “bloques temáticos” y no como relatos dispersos o alternados en un calidoscopio. Pedro Páramo de Juan Rulfo, entonces –y otros ramales literarios que se deriven– será revisado en este espacio hacia el mes de mayo. Regresamos pues al seguimiento de ruta en torno a la “entrada del chamaco Cárdenas a la guerra”.
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Tres días después de su incorporación a la Revolución, en Buenavista Tomatlán, donde al joven Cárdenas se le fue el tiempo en escribir órdenes y todo tipo de cartas dictadas por el general García Aragón y otros miembros del Estado Mayor, el grupo rebelde salió en línea hacia el Pirú, con meta fija en poblado de Aguililla, en manos en ese momento de los huertistas.
Vayamos, en ahorro de tiempo y espacio, directamente al relato sobre la forma en que se llevó a cabo la batalla. Siendo una fuerza de no más de setecientos efectivos, la Segunda División del Sur, donde ya pasaba lista el chamaco Cárdenas, decidió entrar al pueblo con la fuerza de un huracán que tuviera la ventaja de llegar a su objetivo por sorpresa. El plan de ataque, diseñado cuidadosamente por el grupo de mando de la División, fue atacar la plaza con una acción envolvente: por el flanco izquierdo avanzaría el general Mastache con unos trescientos hombres, por el derecho el general Jaimes con doscientos, para rematar, por el frente, con la columna comandada por el general García Aragón y el mayor Guido (en esta última línea de ataque cabalgaba con toda la adrenalina que templaba su cuerpo el joven jiquilpense que había entrado a la guerra en la plaza de Buenavista Tomatlán).
Al llegar al rancho El Limón, situado a un par de kilómetros del objetivo, la vanguardia fue sorprendida por un pequeño grupo enemigo que provocó un primer tiroteo y el inicio de la confrontación. Al oír los disparos el general Mastache entendió que había que apresurar el paso de sus hombres y lanzarse de inmediato a la confrontación, pues el efecto sorpresa acababa de perderse.
Así fue como llegaron al primer encontronazo por el costado izquierdo del pueblo de Aguililla, provocando una concentración de tropa enemiga en toda la línea del referido flanco, cuando, unos minutos después, por el costado derecho, llegaban de lleno las fuerzas del general Cipriano Jaimes. El desconcierto aún no se generalizaba entre las tropas que defendían la plaza, cuando, por el frente, como un ferrocarril, entró a la población el núcleo armado bajo el mando de García Aragón.
Roto el cerco, los enfrentamientos se extendieron por todas las áreas de la población, de tal forma que los bloques de defensa que se habían improvisado en los costados empezaron a ceder, hasta que calles del poblado se volvieron tierra de nadie y, con ello, espacio de conquista de los atacantes, quienes en ningún momento perdieron la iniciativa ni el control sobre el tablero de la confrontación. Con bajas significativas y la moral de lucha por los suelos, los defensores huertistas de la plaza lograron reagruparse, pero ya no para retomar el ataque sino para batirse en retirada, huyendo por una cañada hacia la serranía, rumbo a Coalcomán.
Fue este el bautizo de armas del joven Lázaro Cárdenas del Río. La rápida victoria que culminó con la entrada triunfal al pueblo de Aguililla reafirmó en el novel combatiente la idea de que su entrada a la Revolución ya era un viaje sin retorno.
Después de haber conquistado la plaza de Aguililla, la Segunda División del Sur siguió con rumbo al pueblo de Tepalcatepec, donde incorporaron a los contingentes rebeldes de Serapio Sifuentes; caminaron luego por la región de Churumuco, Cayaco, El Jorullo, Apatzingán, Buenavista, Acahuato y Tancítaro, pasando por El Tejamanil y cruzando el río de Paracho hacia Aranza, donde pactaron una alianza con los núcleos de insurgencia indígena local dirigidos por Casimiro López Leco. Siguieron después hacia Tanaco, para instalar su cuartel general en el pueblo de Purépero.
El balance que ahí se hizo sobre el combate victorioso en Aguililla permitió que el conjunto del Estado Mayor de la Segunda División del Sur valorara en definitiva no sólo las “capacidades de escritura” del joven jiquilpense, sino también sus habilidades para entrar a una batalla con el mayor temple anímico y con un sorprendente manejo de las artes propias de la guerra.
Por lo demás, el trato cotidiano en los largos momentos de espera y de preparación para los encontronazos que vendrían permitió a los militares de mayor edad del contingente conocer los rasgos de la personalidad de un personaje que, siendo tan joven, razonaba y actuaba en general con una madurez que no era común ni siquiera en los hombres más labrados de la tropa.
Pero todos sabían a ciencia cierta que una golondrina no hacía verano, por lo que quedaba aún por saber si el chamaco jiquilpense aguantaría condiciones de fuego y circunstancias guerreras de mayor peligro y, en su caso, de adversidades de gran calado.
No tardó mucho el momento en el que tales circunstancias entraron en escena. La batalla que siguió, en el pueblo de Purépero, fue un horno en el que se tasaron en definitiva todos los “valores”.
La siguiente entrega se encargará de mostrar al lector los mayores detalles de esa “escena”, reconstruida paso a paso en el lugar mismo de los hechos y con información que hasta el momento ha quedado dispersa o “perdida” en cajones que, se pensaba, quedarían cerrados para siempre.