Julio Moguel
Mayo 23, 2025
LASCAS
Ser y tiempo en el destino de Lázaro
Comentando con algunos amigos lectores de esta columna se ha impuesto la idea de extender un poco más “el bloque” en torno a aconteceres relacionados con la vida del Lázaro Cárdenas del Río, dado que los hilos de su historia se entreveran para mostrar en pocas líneas lo que puede ligar una “voluntad de Ser” de un adolescente (cuando Lázaro Cárdenas aún era un “chamaco”) con los hechos concretos y los acontecimientos que lo llevan a entrar al proceso revolucionario contra Huerta en Buenavista Tomatlán, y a participar activamente en los primeros planos de la confrontación armada en las plazas de Aguililla y de Purépero. Acaso así podamos entender lo que significa en realidad la inexistencia de meras “casualidades” en el decurso de una historia, y la liga que puede llegar a establecerse entre la referida voluntad y lo que se conoce como “el destino”, al que sólo se llega por contingencias y azares que están tejidas al cuerpo-tiempo en el que se mueve el ser que Es y que “está haciendo historia”.
Como se recordará, en su entrevista del joven jiquilpense con el general Guillermo García Aragón –acontecimiento que remite al punto de partida de la entrada de Lázaro a la Revolución, en 1913– le dan al “chamaco”, con el grado de capitán segundo, la encomienda de tomar en sus manos el manejo de la correspondencia del jefe de la mencionada tropa, tarea no menor pero que no estaba ligada directamente a la participación directa o física en hechos de armas. La razón era muy simple: parecía evidente que el jefe de la Segunda División del Sur, de prosapia zapatista, tenía que valorar si el joven jiquilpense de 18 años de edad tenía las capacidades suficientes para implicarse de lleno en el choque de armas. Pero en sus dos primeras batallas –Aguililla y Purépero– Lázaro muestra que es diestro en montar a caballo y en manejar pistola o fusil, con un estado de ánimo y una presencia en la que en todo momento aparece una mezcla extraña de serenidad de carácter con firmezas y destrezas sostenidas en la defensa o en el ataque.
Ya habíamos señalado en este punto cuáles habían sido las circunstancias que desde su entrada a la adolescencia –o incluso desde antes, en su niñez– le habían permitido adquirir suficiente información y formación para entrar a las ligas mayores de las artes y los juegos de la guerra.
Pero hay un aspecto que aquí no podemos soslayar: circunstancial o no, siendo o no regalo de la suerte o del azar, su aprendizaje en los temas de guerra de los que hablamos fue “llegando” a su vida desde un motor o desde un desiderátum vital que el propio Lázaro puso en letra cuando había cumplido apenas los 16 años de edad. Algo pocas veces visto en la historia de otros grandes héroes de México o del mundo: en el caso de Lázaro se ligan tierna pero vigorosamente los “deseos de Ser” con el bendito y perseguido “destino”.
***
Se trata del momento casi místico de una revelación que llega “desde afuera”, y que combina, sin duda, lo que en otras latitudes no occidentales se conoce como firaza, agregado a lo que en la filosofía griega se conoce como Alétheia (término griego que se traduce como “verdad originaria”). Véase si no.
Escribe Lázaro a sus 16 años de edad, cuando inicia su Cuadernos de apuntes, el 6 de junio de 1911:
Para algo nací. Algo he de ser. Vivo siempre fijo en la idea de que he de conquistar fama, ¿de qué modo? No lo sé. Una noche borrascosa soñaba que andaba por montañas con una numerosa tropa libertando a la patria del yugo que la oprimía. ¿Acaso se realizará esto? Puede ser. Pienso (que en el) puesto que ocupo jamás lo lograré, pues en éste no se presentan hechos de admiración. De escribiente, no, pues con la pluma no se conquista fama para hacerse temer. ¿De qué pues logro esa fama que tanto sueño? Tan sólo de libertador de la patria. El tiempo me lo dirá.
Y milagrosamente el tiempo se lo dijo.
***
La ruta que siguió Cárdenas desde aquellos días en que era apenas un “chamaco” fue, con sus altibajos recurrentes, un proceso de forja personal y de presencias que fue colocando su figura en el escenario de la guerra en la más alta estima de la tropa y de sus jefes militares.
En el ciclo que sigue a las primeras batallas encontraremos un abanico amplio de confrontaciones bélicas en las que Lázaro Cárdenas del Río participó en forma significativamente activa y que lo llevó a ascender muy rápidamente en la escala de los poderes de mando del ejército Constitucionalista. Pero conviene aquí hacer un paréntesis sobre su participación en las diversas acciones militares que siguieron para hurgar un poco en su vida emotiva y personal, comúnmente colocada por algunos historiadores como irrelevante o secundaria en la confección de biografía, pues “aporta poco o nada” al desarrollo de la conformación “del héroe”. Mi perspectiva de aproximación corre por caminos distintos.
El 29 de marzo de 1918 –cuando Cárdenas ya tenía 23 años de edad; cinco desde que se había incorporado a la guerra contra el huertismo– nació en Guaymas la primera hija del General, de nombre Felícitas Alicia, cuya madre era una hermosa mujer llamada Juana del Valle Rizzo. La descripción de Juana del Valle la dejo en la pluma de quien será su medio hermano, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano: “Mazatleca de hermosos ojos claros (…), mujer recia y de fuerte personalidad”. Como sabemos, el amor hace milagros, y en este caso el regalo eterno para la vida del Lázaro civil o combatiente fue esa pequeña bella criatura a quien todo mundo se acostumbró a llamarla sencillamente Alicia.
El encuentro amoroso entre el General y Juana del Valle Rizzo puede adivinarse, de las propias líneas ya citadas del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y de lo que sabemos que siguió en la historia de sus vidas, que no fue un simple cruce casual ni pasajero. Sobrarían palabras para imaginar el vínculo emocional que pudo haber existido entre aquella joven mazateca de 16 años cumplidos “de hermosos ojos claros y de recia personalidad” con un joven de veintidós convertido entonces en un volcán en erupción que, a su corta edad, imantaba a propios y extraños con su voluntad de Ser, sus ensoñaciones de transformación y sus maneras muy particulares de actuar.
Tal vez algún día encontremos fuentes firmes para recrear con solidez esa parte del relato, pero lo cierto es que de esa relación nació Alicia, la amada hija del General, quien pasó su primera infancia en Sonora, para poco tiempo después trasladarse a residir con su madre en la capital del país. Nos dirá el ingeniero Cárdenas: “Alicia, en cuanto su padre logra cierta estabilidad en su vida de militar, (será) siempre su cercana compañera y uno de los más entrañables cariños de su vida” (CCS, en Cárdenas por Cárdenas).
Es la misma Alicia Cárdenas del Valle la que cuenta que “casi toda (su) vida de soltera” vive con él y lo acompaña “a muchos de sus viajes de la República”. Según el testimonio de Amalia Solórzano sabemos también que, “muy al principio, Alicia, la hija del General, vivió con nosotros y hubo que hacerle baño a ella. Cuauhtémoc tenía ya seis meses y en la recámara que ocupaba frente a la nuestra se cerró uno de los balcones y se adaptó como baño”. (Amalia Solórzano, en Era otra cosa la vida).
El propio General nos aporta elementos para hacer un primer acercamiento a la imagen de Alicia, quien en 1967 escribe en sus Apuntes: “Con Alicia, mi hija, Amalia ha sido noble y cariñosa. Vivió varios años en nuestra casa hasta su casamiento. Hoy se ven con frecuencia y se tratan mutuamente con afecto. Con Cuauhtémoc se quieren bien”.
***
El mundo es grande y la gran rueda de la vida gira a velocidades sorprendentes. En 1928, cuando el General tiene 33 años de edad y es candidato a la gubernatura del estado de Michoacán, conoce a quien será en definitiva el amor eterno de su vida. Su nombre de soltera: Amalia Alejandra Solórzano Bravo. Tacámbaro será el lugar de su primer encuentro.
Sobre ello platicaremos en una próxima ocasión.