EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

México a sangre fría

Tryno Maldonado

Julio 05, 2022

En 1959 una breve nota periodística sobre el asesinato de una familia completa en un pueblo del oeste de Kansas, Estados Unidos, llamó poderosamente la atención del escritor Truman Capote. El multiasesinato sin sentido de tres menores y sus padres no sólo conmocionó al país, sino que fue la punta del iceberg para la profusa investigación de primera mano que Capote realizó a lo largo de siete años para su libro A sangre fría (1966), un referente indispensable de la crónica literaria hasta la actualidad.
Guardando toda proporción, en el contexto de violencia contemporáneo desatado por la mal llamada “guerra contra el narcotráfico” y continuada por la presente administración federal mediante el militarismo de la seguridad pública y otras múltiples funciones del Estado, la periodista Marcela Turati dijo alguna vez que las y los periodistas mexicanos han cumplido mediante su labor una especie de “tribunal de la verdad en tiempo real”. Esto, lamentablemente, muchas veces aun a costa de sus propias vidas.
Una crónica tan brutal y desgarradora en su detalle y sensibilidad como A sangre fría, sin embargo, en el México de hoy se perdería en la vorágine interminable que, por contraste, generan las múltiples notas cotidianas de homicidios dolosos, desapariciones forzadas y feminicidios que han roto todos los niveles históricos del terror.
¿Qué nos han hecho como sociedad en esta guerra implantada desde el poder –que también es una guerra por los espacios de lo que se comunica y por lo simbólico– para que ni el multihomicidio a sangre fría de una familia entera nos conmueva ya apenas? ¿Qué trauma tan profundo nos aturde como sociedad que incluso las palabras ya no nos alcanzan para nombrar el horror, para nombrar lo obsceno? Ob-sceno: lo que debería estar fuera de escena, lo que jamás debió ocurrirnos como colectividad.
El pasado domingo 3 de julio, en el municipio de Boca del Río, Veracruz, fue asesinada a tiros una familia completa en su propio domicilio. Cuatro de ellos eran varones; tres, mujeres. Uno de los asesinados era un menor. Los sucesos ocurrieron en pleno carnaval de Veracruz, al que acuden anualmente miles de turistas. Pero ese fue solamente uno de los eventos de esta naturaleza que han aumentado en su incidencia: tan sólo un mes antes, el 9 de junio, en el municipio de Zumpango, Estado de México, fue acribillada una familia de cuatro integrantes también en su propio hogar. Y podríamos continuar, tristemente, con casos así, equiparables a los que conmovieron en su día la conciencia de miles de lectores de A sangre fría.
Valdría la pena afinar el análisis de forma más sensible acerca de quiénes son las y los que están siendo asesinados dolosamente en el México de hoy. De acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), en México son asesinados siete menores cada día. Son cifras oficiales.
Únicamente durante los primeros cinco meses de 2002, se registraron mil 53 homicidios contra menores de edad. Pero no son un dato excepcional. De hecho, los asesinatos de menores han sido una constante desde que comenzó la presente administración federal: el año pasado durante un mismo periodo de cinco meses se registraron mil 51 casos, según datos oficiales. En conjunto, desde 2019 en que comenzó el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, se han registrado 4 mil 60 homicidios dolosos de menores de manera oficial. Tres de cada cuatro de estos homicidios ocurrieron con arma de fuego. Del total de casos, 966 fueron feminicidios de niñas y adolescentes, indican los datos desagregados de la Red de los Derechos de la Infancia en México (Redim).
¿Qué clase de gobierno es el que permanece en la inacción cuando sus infancias no sólo ya no tienen oportunidades para una vida libre de violencia, sino que están siendo asesinadas de manera sistemática? Recordemos la proclama del actual gobierno tan recurrente pero poco consecuente con el panorama de asesinatos de menores: “Con los niños no”.
En junio el gobierno de AMLO rompió récords en los índices de asesinatos dolosos más que en cualquier sexenio de la historia reciente de México: más de 120 mil y contando, por los dos años que restan. En este panorama tan terrible y dada la inabarcabilidad de tantas escenas cotidianas de terror que no alcanzan a ser contadas en su digna y justa dimensión humana como hizo Truman Capote en A sangre fía, ¿qué le queda al oficio de la escritura, la palabra y el periodismo en una época en que el poder se empeña además diariamente en erigir el monopolio de la palabra, en dejarnos desapalabrados a las voces marginales, disidentes? ¿Qué le queda al oficio de la palabra en una época en que, desde el año 2000, 154 comunicadores han sido asesinados en México por ejercer su vocación? (Recordemos al más reciente de los 12 periodistas asesinados tan sólo este año: Antonio de la Cruz, en Ciudad Victoria, Tamaulipas.)
En su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 2015, la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich afirmó algo que podría darnos una guía dentro de esta tormenta: “Después de la guerra, el filósofo Theodor Adorno escribió, en estado de shock: ‘Escribir poesía después de Auschwitz es bárbaro’. Nada puede ser inventado. Debes presentar la verdad tal como es. Se requiere una ‘superliteratura’. El testigo debe hablar”.