Lorenzo Meyer
Junio 10, 2019
AGENDA CIUDADANA
Se logró, por ahora, evitar las tarifas de Estados Unidos a nuestras exportaciones, pero no se pudo evitar la humillación y la aceptación de demandas norteamericanas. Pudo haber sido peor, pero al final la enorme asimetría de poder impuso su lógica.
En la coyuntura actual, el verdadero y único foco de atención e interés del presidente norteamericano Donald Trump es su reelección. En materia de política exterior y en función de esa meta, su preocupación es China, quiere contenerla y que se note. Y es que con sus grandes proyectos económicos y sus mil 390 millones de habitantes, China puede llegar en este siglo a desplazar a Estados Unidos como centro del sistema mundial. En ese escenario, México tiene poca importancia para la Casa Blanca, aunque sea el primer socio comercial de Estados Unidos, pues para ese país su principal mercado es ¡Estados Unidos!
En la medida en que Trump le presta atención a México, lo hace exclusivamente en función a su reelección y si considera que para eso le conviene una relación conflictiva, pues él la genera con tweets y sin importarle las consecuencias de largo plazo.
Hoy, la lógica de la embestida trumpiana es: “te golpeo a ti Juan porque no puedo golpearte a ti Pedro –mi verdadero enemigo– pero de todos modos voy a impresionar a los espectadores”. Juan es México, Pedro es el Partido Demócrata y los espectadores son los posibles votantes.
Desde su primera campaña presidencial, Trump prometió a sus electores que él construiría un “bello muro” a lo largo de los 3 mil 185 kilómetros de la frontera con México, para cerrar permanentemente el paso a los migrantes ilegales y a las drogas prohibidas. Prometió, además, que esa muralla sería pagada por los invasores, por México. Sin embargo, hasta ahora el peculiar presidente norteamericano tiene poco que mostrar con relación al proyecto protector de la pureza racial de Estados Unidos. México no pagará el costo de la obra y la mayoría demócrata en la Cámara baja del Congreso norteamericano no va a autorizar el presupuesto solicitado. Así pues, a falta de muro, la alternativa para dar satisfacción a los trumpistas es, por un lado, culpar a sus adversarios demócratas de la crisis migratoria y, por el otro, actuar de manera espectacular contra México imponiéndole tarifas, sin importar que sea su principal socio comercial, acusándolo de corresponsable de la “invasión” de migrantes centroamericanos, que fueron la mayoría de los 109 mil 144 detenidos en abril y que ya han saturado sus centros de detención.
Desde luego, del plan de ayuda económica para Centroamérica propuesto por México y la Cepal ni hablar. En marzo Trump optó por la vía opuesta: suspender toda ayuda de su gobierno a los de Guatemala, El Salvador y Honduras porque no impiden que sus ciudadanos huyan masivamente de la violencia local y de la falta de oportunidades para ingresar a como dé lugar a Estados Unidos. Luego, en una escalada, declaró a México culpable de ese mismo pecado y que, por tanto, a partir del 10 de junio le impondrá una tarifa del 5% a todas las importaciones provenientes de nuestro país –que de enero a noviembre del año pasado, sumaron 328 mil 59 millones de dólares, es decir, más del 80% de las exportaciones totales de México–, hasta llegar al 25% si México no detenía la corriente de migrantes y drogas. En promedio las tarifas que Estados Unidos impone a las importaciones es de 2.4%; para México podrían llegar a ser diez veces más.
Como bien lo señalara un especialista norteamericano, Andrew Seele, si con la cantidad de recursos a su disposición, Estados Unidos no ha podido enfrentar con éxito el reto de la migración indocumentada, menos lo puede hacer México, con recursos más escasos (El Universal, 01/06/19).
¿Qué hacer? En lo inmediato, pareciera que el gobierno mexicano ya ha aumentado la deportación de centroamericanos (The New York Times, 03/06/19) y se ha comprometido a movilizar a la Guardía Nacional para sellar su frontera sur y recibir a migrantes que esperan que su petición de asilo a Estados Unidos se resuelva. Por otro lado, busca movilizar el apoyo de la opinión pública nacional pero sin antagonizar a la norteamericana y mantener de su lado a los intereses económicos norteamericanos afectados por un posible aumento de tarifas (The Washington Post, 04/06/19). Y es que mucho de lo exportado por México son productos ensamblados con insumos externos, muchos de ellos norteamericanos. Desde luego que México siempre puede echar mano de los instrumentos legales contra las tarifas que están en el TLCAN y la OMC, pero esa vía es muy lenta.
Y aunque por lo pronto la amenaza tarifaria ha quedado sin efecto, el futuro no está asegurado. México debe reformular su modelo económico para disminuir la gran dependencia de Estados Unidos y que con tanta despreocupación se fue construyendo a partir del salinismo y el TLCAN.
La gran potencia del norte puede ser, en ciertas coyunturas, como la creada por el gobierno de Franklin D. Roosevelt en los 1930 e inicio de los 1940, un gran vecino. Sin embargo, hoy ya quedó claro que no es un vecino confiable, que su orientación hacia nosotros puede cambiar 180 grados a la velocidad de un tweet. Y en el caso concreto de Trump quedó más que claro que a él no le interesa resolver de buena manera sus diferencias con México, sino al contrario, busca agravarlas para que sirvan a su discurso reeleccionista. Por su parte, el presidente mexicano ha asumido la posición contraria: rehuir, hasta donde sea posible, la confrontación directa en favor de la negociación y de una solución estructural y de largo plazo. Sin embargo, y al final, la posición de Trump está sostenida en la asimetría de poder y México puede tener buenos argumentos, pero eso no impide que lleve las de perder.
Como entre países no hay realmente amistad, sino egoísmos nacionales, México debe empeñarse en buscar lo mejor de su vecindad con Estados Unidos o con quien sea la gran potencia de la época, pero siempre debe estar preparado para lo peor, siempre.