EL-SUR

Sábado 11 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

México en medio de la trampa global

Eduardo Pérez Haro

Marzo 08, 2016

Para José Luis Talancón.

La globalización se desencadenó como consecuencia de la conjugación de un doble fenómeno de consecuencias mundiales con lo que se abría la posibilidad de una etapa luminosa del capitalismo por cuanto se podría producir todo a menor precio a la par de ampliar las libertades y derechos; por una parte el resquebrajamiento del socialismo, real encabezado por la entonces Unión Soviética, y de otra parte la revolución informática.
En esa perspectiva, las últimas tres décadas del siglo pasado fueron escenario de un despliegue de las fuerzas productivas que multiplicó los intercambios con la emergencia de la era digital, se avizoraba un gran desarrollo susceptible de apalancar todo rezago, y con ello hacer florecer un desarrollo equitativo.
Empero, se dieron otros dos fenómenos que descarrilaron la posibilidad hasta llevarle al entrampamiento en donde se trabaron las fuerzas productivas y el desarrollo, quedando como la característica de toda economía, de toda nación, en donde nadie se salva.
Estos fenómenos son, por una parte, el sobredimensionamiento del sector financiero a la vez que su supremacía, empoderamiento en tanto que trasposición de auxiliar de la producción a preponderante. Hecho político-institucional, que no democrático, obviamente, y no económico aunque en ello deriva. Y por otra parte, la subordinación de los Estados-nación que, con su autonomía relativa, hacen sus “enjuagues” domésticos arropados de “democracias institucionales”, en donde ambos procesos (la financiarización y los Estados nacionales a manera de gobiernos) arrojan las élites del mundo y las naciones que, conservadoramente, se aferran a sus posibilidades de extender en el tiempo y el espacio (territorial y económico), sus predominios.
Una expresión lógica y absurda, por cuanto se repite a lo largo de la historia, y por cuanto nuevamente traba el desarrollo y pone en riesgo de una crisis mayúscula al mundo. De ahí que ahora unos países crecen poco, otros no crecen y unos otros decrecen, con riesgo de colapsar todos y quedar sumergidos en una recesión sistémica, por no ir más lejos.
Aunque la capacidad de asimilación de sus efectos, así como de su eventual superación, varía entre las naciones, dependiendo no ya de la “estabilidad macroeconómica”, como de sus verdaderos cimientos estructurales dados por la capacidad de productiva y de comercio que se fundamentan en la infraestructura, la tecnología, la fuerza de trabajo, la organización laboral, el financiamiento, el acceso a mercados y la institucionalidad, repito, la nueva institucionalidad.
Se puede decir que lo que hay es una “volatilidad financiera”, pero eso sólo es una de las manifestaciones del entrampamiento financiero de la globalización que, a su vez es entrampamiento de los enjuagues de la política económica y la política política de los Estados nacionales, que significa un doble entrampamiento, el global y el nacional.
México atraviesa por esa circunstancia, no podría ser de otra manera; el relato de que en México las cosas están mejor que en otros países sólo lleva un afán que descansa en indicadores efímeros y mal leídos, y en el claro e inmediatista propósito de velar la realidad a efecto de contrarrestar el descrédito y el deterioro político-institucional del partido en el poder, de cara a los próximos comicios en los que se juega la recomposición de fuerzas para las elecciones presidenciales de 2018.
La caída de los precios del petróleo (75 por ciento menos) y su bombazo en las finanzas públicas obligan la reducción de la inversión (caída de 75.3 millones de pesos a 51.3 millones de pesos, equivalente a -33.5 por ciento), y el gasto gubernamental (tres recortes 2015-2016 que suman 250 mil millones de pesos, 1.5 por ciento del PIB) y la repercusión de ambos aspectos reduce el tamaño y la dinámica de la inversión privada, que se traducen en una disminución del crecimiento del Producto Interno Bruto (de 2.5 a 2.0), a la vez que se obliga un mayor endeudamiento (de 33 por ciento del PIB en 2012 a 47.5 por ciento del PIB 2015) y un inevitable incremento de los precios de los bienes y servicios, que se ven aumentados por la devaluación del peso (de 13.5 pesos por dólar a 18.20 pesos por dólar), arrojándose un clima de dificultades para las empresas y para las sociedades de base.
Elevados costos fiscales asociados a corrupción, burocratismo, impericia y amiguismo en los mandos burocráticos, desempleo general por ajustes de personal y la incapacidad de absorber a nuevos demandantes de trabajo que recae, principalmente, entre los jóvenes, informalidad laboral (pomposamente llamado autoempleo, que además quieren que paguen impuestos así sean ambulantes callejeros), encarecimiento del costo de la vida (ver encuesta en el sector privado del Banco de México) que ya se acepta por empresarios y consumidores “de a pie” –y ahora también “de carro”– y por ende delincuencia, corrupción e inseguridad que no requieren cifras oficiales, pues con su experiencia y testimonio basta, amable lector.
De nada sirve hacer comparativos con los países a los que les va peor en el mundo, ni maquillar las cifras como ya se hace con los indicadores de los últimos tres años, que se presenta fuera de los cuadros consolidados del Inegi igual que se hizo con la crisis del 2009, en la que entonces el dato fue de -6.9 por ciento del PIB, y ahora ya es de -4.7 por ciento del PIB, y ahora se esgrime que en el 2013 no crecimos a 1 por ciento sino a 1.3 por ciento, que en 2014 no crecimos al 2.1 por ciento sino al 2.3 por ciento, que en el 2015 no crecimos al 2.4 por ciento sino al 2.5 por ciento, o agregar los resultados anuales para exhibir fuera de toda convención de la estadística descriptiva y las cuentas nacionales (qué es eso de que “en tres años crecimos por arriba del 6.0%”).
Quién demonios aconseja decir esas cosas al presidente de la República, es como si China, en plena etapa de dificultades, se presenta con un crecimiento del 21.5 por ciento en los últimos tres años, cosa que es real pero tan impertinente y desaseado que no se usa, cómo se vería contrastarnos contra este orden de magnitud en el crecimiento chino en lugar de pavonearnos frente a la recesión de Brasil?, ¿dónde se quedaría nuestra ostentosa y truculenta estadística…?, o el intento de dar los futuros como moneda de curso (“creceremos a tanto” a manera de capotear el temporal, al fin después se ajusta…) y ni siquiera los datos reales por su condición transitoria, y situación sujeta y expuesta a las tendencias del entrampamiento global, y las deficiencias estructurales del país, son suficientes para evitar la tendencia contraccionista y altamente concentradora de la economía mexicana en curso.
Y no es que uno le ande “buscando chichis a la culebra”, simplemente ni la teoría, ni los juegos de la razón, ni los datos dan para mucho más que esto que exponemos, y hacer lo que se intenta con el discurso oficial está dando prueba de su ineficacia ante la baja aceptación del Presidente y de los hombres del régimen.
Incidir en los ajustes precisos en el orden global no es algo que esté al alcance de un país y un gobierno desacreditado como el nuestro, será en el ámbito interno donde se deben buscar los cambios y no será cosa sencilla, ni pronta ni súbita, pues habría que allanar espacios en las verdaderas reformas estructurales que presuponen la superación de las insuficiencias de infraestructura, tecnología, educación y capacitación de la fuerza laboral, en la introducción de los nuevos esquemas de la organización productiva, en la diversificación y vinculación de mercados más allá de los restrictivos y asimétricos tratados de libre comercio (transpacífico), el redimensionamiento y reordenamiento de funciones del sistema financiero y el cambio institucional que presupone, no nuevos y menores aparatos administrativos y de gobierno, sino nuevos acuerdos sociales y políticos con los sectores y sociedades de base reflejados en el marco legal.
Ir por el reordenamiento regional, y la superación de los desequilibrios regionales, sociales y productivos, con base en la reindustrialización haciendo a un lado, por ahora, las ilusiones basadas en el comercio exterior, dada la atonía de la economía mundial y asumiendo los márgenes y posibilidades del mercado interno, nada que no se esté intentando en China o en Estados Unidos, en Canadá o Rusia. No basta consignar el aumento de los salarios en una apuesta político-electoral o de franca convicción keynesiana que ya vivió su mejor época, el asunto es de mayor complejidad y talante, y habrá que preparar sus argumentos y fundamentos, sociales y políticos, que tendrán una oportunidad, aunque limitada, en los procesos que se dirigen a las elecciones del próximo verano.

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