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Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

México, una coartada conveniente

Lorenzo Meyer

Febrero 25, 2019

Es obvio que en nuestra frontera con Estados Unidos hay problemas que se han acumulado a lo largo del tiempo; unos se han administrado mejor que otros y casi ninguno se ha resuelto, pero ni juntándolos dan material para declarar que hay ahí una “crisis humanitaria” que, a su vez, amenaza la seguridad nacional de Estados Unidos al punto que obligue a su presidente a declarar un “estado de emergencia”. El 60 por ciento de los norteamericanos simplemente no ven ninguna emergencia en la frontera. Sin embargo, el sinsentido de la situación adquiere sentido cuando se sabe que el 85 por ciento de los votantes republicanos aprueban la decisión de Trump y que éste busca la reelección en el 2020 (NPR/PBS NewsHour/Marist poll).
Insistir en que un gran muro fronterizo –la separación artificial de la América del Norte blanca de la morena– disminuirá la entrada de drogas prohibidas que se demandan en el mercado estadunidense, es irreal. Hasta ahora el grueso de las drogas que pasan al país del norte no lo hacen por las zonas donde se levantará el muro, sino por las garitas ya existentes. Por otra parte, el flujo de indocumentados ya no es lo que fue, ha disminuido (Pew Reserch Center, 28/11/18). Lo que sí es claro es que calificar a México como una fuente de males o problemas que Estados Unidos debe enfrentar desde la superioridad que le da la asimetría de poder, no es nuevo.
No hay nada sorprendente en la decisión de Trump de confeccionar una crisis con México para luego proponer una solución que le ayude a solidificar su base electoral. Un lejano antecedente se tiene en la guerra entre nuestro país y Estados Unidos (1846-1848). La tensión entonces entre los estados esclavistas y exportadores de algodón del sur norteamericano y los norteños, más ligados a su industrialización y demandantes de protección arancelaria, ya amenazaba con una gran crisis. En esas condiciones, el presidente James Polk supuso que crear un “enemigo externo” a modo podría ser una solución. Primero Polk se plantó frente a Inglaterra en el Oregón y luego retó a México por Texas. El choque con Inglaterra fue un juego arriesgado, pero se solucionó sin violencia a favor de Estados Unidos, lo que fue un incentivo más para luego emprender una guerra contra México insistiendo en que la frontera de Texas –recién anexada– debía ser el río Bravo y no el Nueces, como México suponía. De ahí que el primer choque armado entre los dos países se dio entre los dos ríos y Washington lo definió como “derramamiento de sangre norteamericana en suelo norteamericano”, es decir, como un casus belli. La maniobra funcionó, al menos por un tiempo, pues en 1861 la tensión interna en el país del norte llevó a una guerra civil que se cobró más de 600 mil vidas.
Tras el estallido de la Gran Depresión de 1929, hubo una ola de rechazo a los mexicanos en los estados fronterizos de Estados Unidos porque, supuestamente, quitaban empleo a norteamericanos. El resultado fue la primera expulsión masiva y sin miramientos de mexicanos: alrededor de 350 mil. Y la expulsión incluyó a hijos de esos mexicanos nacidos ya en Estados Unidos, es decir, a ciudadanos norteamericanos (Mercedes Carreras, Los mexicanos que devolvió la crisis, 1929-1932, México, SER, 1974). La II Guerra Mundial y la necesidad de mano de obra cambió las fichas en el tablero y los trabajadores mexicanos volvieron a ser aceptados en Estados Unidos, aunque con reservas.
Cuando ya avanzada la posguerra las ventajas económicas de Estados Unidos se fueron perdiendo y muchos de sus empleos industriales migraron a otros países, el tema de lo indeseable de los trabajadores mexicanos –especialmente de los indocumentados, que se empleaban por pagos muy bajos– volvió a emerger y con gran fuerza y también contra el recién firmado Tratado de Libre Comercio de la América del Norte (TLCAN). Y como el Partido Demócrata no puso atención a las quejas de esos trabajadores blancos que eran su clientela tradicional, estos empezaron a migrar hacia el Partido Republicano.
En los 1990, un empresario texano, Ross Perot, dio vida a un tercer partido que en las elecciones de 1992 y 1996, y desde la derecha, retó al bipartidismo tradicional. Lo significativo del reto fue que logró el 19 por ciento y el 8.4 por ciento de la votación. Uno de los puntos de ataque de Perot a los partidos tradicionales fue justamente el acuerdo que ambos habían aceptado con México: TLCAN. Perot acuñó entonces –1992– una frase que resonó bien con los que hoy son la base sólida de Trump: el TLCAN produciría un “gran sonido de succión”: el que causaban los empleos norteamericanos absorbidos por México y sus bajos salarios. En la lucha dentro del Partido Republicano, Patrick Buchanan, un conservador duro, comentarista y consejero político de tres presidentes republicanos, se presentó en 1992 y 1996 como la alternativa a las candidaturas de George Bush padre y de Bob Dole y en el 2000 se registró como candidato independiente. Uno de los puntos de su programa fue su oposición al TLCAN: “ningún trabajador norteamericano que gana 10 dólares por hora puede competir con uno mexicano que gana un dólar por hora”. Naturalmente, también propuso intensificar la cacería de trabajadores indocumentados.
Como se ve, presentar a México como un peligro para el trabajador manual norteamericano viene de tiempo atrás. Trump sólo ha recogido una bandera que ya ha sido enarbolada, aunque ahora la ondea con más fuerza por la presencia de los migrantes provenientes de Centroamérica y el tráfico de drogas. Y sobre este último tema, resulta que el juicio de Joaquín Guzmán Loera en Brooklyn –“el mayor juicio por narcotráfico en la historia de Estados Unidos”– le permite a Trump insistir en que el problema de la drogadicción en Estados Unidos es básicamente la oferta mexicana y que el muro la neutralizará. La demanda norteamericana no entra esa ecuación, pero no importa pues para cuando se pruebe falsa, la elección de 2020 ya habrá tenido lugar.
En fin, que la conveniencia política de presentar al vecino débil como el origen de problemas muy norteamericanos tiene historia. En dos o seis años Trump también será historia, pero la posibilidad de nuevos episodios es alta y debemos estar preparados para ello, en la medida en que se pueda.

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