EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Mi diario en cuarentena

Silvestre Pacheco León

Junio 22, 2020

(Tercera parte)

 

Miércoles 01 de abril. P. A. y yo coincidimos en la sensación de que a pesar de la reclusión por la contingencia, los días pasan rápido, y pensamos que nos sucede así porque confinados ocupamos el tiempo en las cosas que nos gustan.
Lo cierto es que a pesar de la contingencia, encerrados voluntariamente, estamos haciendo con nuestro tiempo lo que nos gusta y nos hace felices.
No obstante, tarde o temprano la realidad del coronavirus por momentos termina imponiéndose al cuerpo y al estado de ánimo. Ayer, por ejemplo, caímos en la cuenta del efecto negativo que tienen en nosotros el exceso de noticias referidas a la epidemia. Eso en el encierro puede producir efectos desastrosos si no lo visualizamos y atendemos, porque es natural deprimirse pensando en lo que sufren otras personas que no tienen ingresos asegurados, y las que infectadas prefieren irse a sus casas para pasar lo peor pero en compañía de su familia pensando en el riesgo que se corre en los hospitales.
En nuestro caso siento que es el ruido exterior que hacen los albañiles lo que afecta nuestra salud porque invariablemente nos despiertan a las ocho de la mañana y el ruido de la obra tenemos que soportarlo todo el día, por eso P.A. a veces se levanta con desgano, y con cierta frecuencia nos alteramos sin razón por cualquier motivo, hasta que caemos en la cuenta que eso es causa del estrés. Pero siempre nos consuela estar en compañía para superar la situación que se presente.
Sábado 04 de abril. En esta época de mangos hemos adoptado la costumbre de saborear uno al medio día. Lo hacemos al modo urbano de servir la fruta fría en tajadas para tomarlo con tenedor. Son mangos Ataulfo, de los que abundan en la costa, amarillos, carnosos y dulces que comemos con fruición.
Recuerdo que desde niño crecí saboreando esta fruta hasta el hartazgo porque tuve la fortuna de nacer y crecer prácticamente bajo la sombra de unos árboles de mango sembrados en el patio de mi casa. Eran árboles gigantes que daban frutos por cientos y los comíamos tiernos, atenquis y maduros toda la temporada.
Cuando comenzaban a madurar caían de las ramas más altas en las noches de ventarrón y nosotros escuchábamos atentos al ruido de su golpe al caer, adivinando el lugar donde había que buscarlos al amanecer. A veces teníamos suerte de encontrarlos antes que cualquier animal.
Cuando era el tiempo de los mangos maduros, escogíamos los mejores y poníamos un montón en la mesa, de la que cada quien comía los que podía. Lo que nunca había visto era comer un mango compartido, hasta que un día en la ciudad de México un amigo de la universidad me invitó a comer a su casa donde Adela nos ofreció mango de postre. Recuerdo que me sorprendí con el ofrecimiento porque solamente un mango había yo visto sobre la mesa. Claro que era relativamente grande comparado con los mangos criollos del patio de mi casa, pero de todos modos no me imaginaba compartiéndolo a mordidas, hasta que miré que Adela lo llevaba a la cocina y lo cortaba en rebanadas para luego ofrecerlas en un plato. Desde entonces, cuando se trata de compartir, sigo la fórmula de Adela.
Domingo 5 de abril. Dice el reporte oficial que la ocupación hotelera en Zihuatanejo no alcanzó el 4 por ciento el domingo de Ramos, cuando el año pasado fue superior al 60 por ciento. Las fotos publicadas por la prensa muestran las playas increíblemente solitarias.
Miércoles 15 de abril. Ahora es mi hija mayor la que se ha deprimido. Dice que se siente triste por lo que está sucediendo, y porque mis nietas se muestran inquietas por el encierro.
La hija menor por su parte nos cuenta que a pesar de lo cuidadosa que es para prevenir la infección, a veces cualquier malestar que siente lo asocia al coronavirus y se angustia. Entonces dice que repasa mentalmente cada cosa que hizo para convencerse de que todo lo ha hecho bien, y entonces se resigna a lo inevitable mientras se convence de que frente al coronavirus ella tiene ventaja por su salud física y su edad. Eso es de aplaudirse.
Viernes 17 de abril. Sigo insistiendo que hay en los medios de comunicación una tendencia amarillista que resalta la movilidad que se observa en las calles para que se vea como un acto de desobediencia y no de quienes realizan labores sustantivas.
En el fondo parece que se trata de crear la falsa idea de división y confrontación, igual como antes se alentó la idea de que había que buscar culpables sobre el origen del virus para dar verosimilitud a lo que el presidente norteamericano calificó como obra intencional de los chinos que quieren dominar el planeta.
Ahora nos distraemos dando de comer a los animales que llegan al jardín de la casa y estamos atentos a su visita. La comida para los gatos se comparte con una familia de tlacuaches que llegan en tropel todas las noches ignorando los ladridos de los perros.
El alpiste lo acaparan las palomas porque los zanates también prefieren el alimento de los gatos.
Hasta las iguanas que se asolean en el árbol vecino suelen bajar hasta el jardín y las he visto subir por la palmera y bajar con la cabeza delante sin dejarse ganar por la fuerza de gravedad ante el acoso de las ruidosas ardillas de cola alborotada que realmente vuelan de una a otra rama.
Como la pandemia ha provocado la escasez de alimento, ha crecido el número de animales que buscan sobras de comida en los depósitos de basura, pero nunca creí que pudieran echar abajo los tambos de metal que hacen las veces de contenedores, por eso me inquietó el ruido de varias noches seguidas cuando los tambos rodaban por el suelo, hasta que decidí averiguarlo y me puse a vigilar desde la ventana.
Por la distancia y falta de luz en la esquina no se alcanzaba a ver con claridad lo que sucedía, hasta que con enorme esfuerzo pude distinguir que se trataba de un animal, como un perro flaco pero de un tamaño descomunal que solo podía tratarse de un felino adulto. Llegaba y tiraba con gran facilidad los dos botes de basura, los revisaba y después se iba.
Lo escuché y miré durante dos noches y cada vez me convencí que se trataba de algún felino viejo y abandonado por sus dueños que bajaba hambriento del Cerro Viejo y cruzaba el Boulevard con el enorme riesgo de ser atropellado por los autos.
Jueves 30 de abril. He terminado de leer con deleite las Antimemorias de André Malraux, el novelista francés que nació a principios del siglo pasado, definido como un aventurero y político que se desempeñó como ministro de cultura durante el gobierno de Charles de Gaulle. Su biógrafo Olivier Todd dice que Malraux “fue el primer escritor de su generación que logró edificar de una manera eficaz su propio mito”, pero lo cierto es que se trata de un hombre de gran erudición y fina prosa, escritor comprometido, amplio conocedor del arte de casi todas las culturas antiguas del mundo y que participó en la resistencia contra el fascismo.
Leí con especial disfrute la entrevista oficial que tiene con Mao Tse Tung en la ciudad prohibida de Pekin en 1958, su descripción del líder chino estratega de la Gran Marcha que entonces ha marcado distancia con la URSS.
En plena descripción de aquel viaje cuando cruza la plaza de Tiananmen y mira el arreglo de dalias recordando que esas flores son originarias de México.