EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Michel Houellebecq y los libros que no me gustan

Adán Ramírez Serret

Abril 26, 2019

En los años de mi juventud cuando comencé a leer con cierta disciplina me gustaba descubrir autores y sobre todo leer a los autores canónicos, no tenía ningún reparo en sumergirme durante las tardes en las Grandes Obras y en hacer reverencias a los grandes nombres de la literatura mundial.
Ahora descubro que era lo opuesto a lo iconoclasta quizá, un tradicionalista un tanto exacerbado que detestaba a muchos autores sin jamás haberlos leído; los odiaba porque me recordaban a quienes los leían. Y detestaba los que se les hacía poco el mundo o al menos eso me parecía.
Sin duda, ya muchos saben a quién me refiero, el gran autor iconoclasta de finales del siglo XX es Charles Bukowski, quien era culpable de provocar feroces discusiones con mis compañeros lectores sobre literatura en donde yo no decía más que estupideces y que sobre todo detestaba porque me daba cuenta que me costaba argumentar mis odios. Todo lo que decía era que eran horribles y que se creían algo que no eran.
Por fortuna no me concentré en armar sólidos argumentos sobre las cosas que no me gustan sino en dejarlas pasar y en dedicarme a aprender a construir argumentos más bien, casi siempre, en el mejor de los casos, sobre las cosas que me apasionan.
Quien ha relevado a Bukowski –y aquí pido perdón de antemano si me tomo demasiadas licencias en pensar en un relevo– a finales de los 90 y lo que llevamos del XXI es el autor francés Michel Houellebecq (Francia, 1958) quien a diferencia del norteamericano no se burla de los puritanos estadunidenses sino de los libre pensantes franceses, y quien es también creador de un poderoso estilo y que se repite a tal grado que sus libros dejan de ser meras novelas que siempre se parecen al transformarse en una gran obsesión por destruir, por reírse de los valores usuales de las personas y por salir bien parados luego de tirar mierda a diestra y siniestra.
Houellebecq es un provocador profesional al grado que a partir de su novela anterior, Sumisión y los chistes sobre el Corán que provocara en la revista satírica Charlie Hebdo fueron la causa de feroces asesinatos a periodistas que no hacían otra cosa que bromas.
Por supuesto que Michel Houellebecq es absolutamente inocente de este crimen; sin embargo, tiene el brutal talento para desestabilizar a las mentes tradicionalistas. Quizá entre estas se encuentra la mía que, aunque ya no albergo ningún sentimiento negativo sobre Bukowski y sus seguidores, aún no he leído uno de los libros de sus seguidores.
Por lo tanto, Houellebecq no está entre mis autores favoritos y Sumisión la leí un poco por oficio y disfruté unas cuantas cosas, el tono y el talento para reflexionar y contar al mismo tiempo. Así que cuando en días recientes salió en español su más reciente entrega pensé que no la leería. Sin embargo, el libro cayó a mis manos, tiene una portada fascinante en donde sucede un fenómeno imposible, un globo rosado atravesado por un clavo. La novela se llama Serotonina y en cuanto se comienza a espiar el libro, en la contra se lee a Karl Ove Knausgard quien dice: “Lo que me impide leer los libros de Houellebecq y ver las películas de Von Trier es una suerte de envidia. No es que les envidié su éxito, pero leer esos libros y ver esas películas sería un recordatorio de lo excelsa que puede ser una obra y lo muy inferior que es mi trabajo”.
Con la suma de todo esto en pocas páginas estamos en las garras de Huellebecq, en la frontera entre España y Francia y un hombre desencantado de la vida que ve con nostalgia y cierta desesperación a dos mujeres jóvenes y hermosas que se le acercan para pedirle un favor.
La trama sigue el curso natural de odio a la vida que caracteriza al autor y, sin apenas darme cuenta, descubrí que las ideas y escenas del libro estaban latentes cada vez más en mi mente hasta que admití que la novela ya pertenecía a ese género, no sólo literario, sino me atrevo a decir incluso existencial, de hacer, ver, escuchar o leer, cosas que no nos gustan.
El placer fantástico y culposo de estar haciendo lo que no deberíamos, riéndonos de los chistes políticamente incorrectos que nos deberían indignar, y tolerando libros con poca trama en donde se busca la desaparición del lívido en busca de un poco de paz. De unos cuantos momentos en los que se pueda ser un animal tranquilo que no se cuestiona nada, y se busca tan sólo respirar y ser parte de un grupo.
(Michel Houellebecq, Serotonina, Ciudad de México, Anagrama, 2019. 282 páginas).