Abelardo Martín M.
Mayo 16, 2023
Desde sus orígenes la humanidad es una especie migratoria; a lo largo de siglos y milenios, el hombre se ha visto impulsado a la búsqueda de mejores formas de vida, desde la sobrevivencia hasta la obtención de más y mejores satisfactores. Así, pasó de la vida de nómada a la fundación de pequeños conglomerados humanos dedicados a la agricultura y ganadería para consumo personal y familiar. De ahí, con los avances propios de la ciencia y la tecnología a la integración de villas y pueblos cada vez más grandes y/o confortables, hasta la formación de los grandes polos de desarrollo o ciudades que se convirtieron en imán de millones y millones de personas que han creído la fantasía de que se vive mejor en las ciudades.
En la actualidad, en un mundo interconectado y con facilidades de transporte inexistentes en el pasado, migrar se ha vuelto una tentación mayor, o una necesidad más acuciante, si se atiende las situaciones extremas que padecen millones de seres humanos, lo mismo en regiones desfavorecidas o marginadas, que en naciones donde estados fallidos condenan a la miseria a vastos sectores de la población.
La Organización de las Naciones Unidas calcula que en 2020 más de 280 millones de personas vivían en un país distinto de su país natal, número superior en 128 millones a la cifra de 1990 y que triplica con creces la de 1970.
La meta de los migrantes, hombres y mujeres jóvenes, incluso adolescentes, niños, niñas, es arribar a territorios de mejor nivel de vida, donde puedan aspirar a una vida digna, y a labrarse un futuro de bienestar. A Europa llegan corrientes migratorias de Asia y África; en nuestro continente, Estados Unidos y en menor medida Canadá, son el objetivo de quienes abandonan sus países en el centro y el sur de América, huyendo de la pobreza, de la violencia, de la falta de oportunidades. A las naciones europeas, incluso con la fortaleza que les da su Unión, no les ha sido sencillo adaptarse a la afluencia creciente de migrantes, y resolver el reto que implica absorberlos e integrarlos a sus sociedades.
En esa dificultad estriba, por ejemplo, la salida de Gran Bretaña de la comunidad europea, que ha sido perniciosa para todos los involucrados pero sobre todo para el Reino Unido. En Estados Unidos, una nación cuyo desarrollo y despliegue como potencia mundial tuvo como una gran fortaleza nutrirse de la inmigración, ahora en su declive económico muestra, de manera paradójica, una incapacidad patológica para aceptar y aprovechar los flujos migratorios que podrían revitalizarla y dinamizarla. Con ello se ha producido una crisis sistémica en la materia, la cual lejos de resolverse se profundiza a medida que pasa el tiempo, la magnitud y complejidad del problema crece, y los marcos legales se ven rebasados.
En su campaña por la Presidencia, el entonces candidato republicano Donald Trump tomó como una de sus banderas el rechazo a los inmigrantes, en particular a los mexicanos, a quienes tachó de delincuentes. Ya como presidente, forzó al gobierno mexicano a contener en el territorio nacional las oleadas de migrantes que venían desde el sur del continente. Ahora el presidente Biden ha puesto fin al acuerdo de Trump para contener la llegada de indocumentados a suelo norteamericano. Pero la solución ha sido peor, pues con el acuerdo que se ha puesto en vigor se deporta a los detenidos y en caso de reincidencia podría sometérseles a juicio.
Nuevamente, el gobierno mexicano se encuentra entre la espada y la pared, presionado por los norteamericanos para aplicar políticas contrarias a los derechos humanos internacionalmente reconocidos, con los graves riesgos que pueden materializarse en su manejo, como ya lo vimos hace un par de meses en el albergue de Ciudad Juárez. Por si las corrientes provenientes del sur del continente no fueran abrumadoras, en los recientes años se les ha sumado la reanudación de la migración mexicana, fenómeno que al comenzar el siglo se había, aparentemente, detenido. Su resurgimiento es producto de un insuficiente crecimiento económico nacional, pero sobre todo de los fenómenos de inseguridad y violencia que se resienten en muchas zonas del territorio mexicano. Guerrero ha sido tradicionalmente entidad expulsora de su población por la falta de oportunidades educativas, de empleo, de ingreso, y desde luego por la inseguridad y la violencia.
Esta tendencia no se ha detenido. Según el Inegi, en el lustro que va de 2015 a 2020, salieron del estado casi 200 mil paisanos para radicarse en algún otro punto del país, y cerca de treinta mil más, para vivir en otra nación, el 94 por ciento en Estados Unidos. Lo más desalentador, sin embargo, es el clima de violencia que se ha recrudecido a lo largo de estos años. Ni el Día de las Madres se pudo celebrar en paz. Lo ocurrido en esa festividad en la comunidad Corral de Piedra, en la sierra guerrerense, con un enfrentamiento armado que dejó por lo menos siete muertos y otras personas heridas, el cual se atribuye a rencillas entre familias involucradas en el crimen organizado, es mucho más que un hecho anecdótico. Forma parte de la realidad que se vive en buena parte de la geografía guerrerense y también, desafortunadamente, en muchos estados del país.
Pero no sólo es la migración el problema más ingente de la humanidad, aparte de la injusticia, el hambre, las guerras, sino que en la forma y el fondo, está también, como uno de los más soslayados, el de la comunicación en el mundo. En medio de la estridencia mediática surge una aparente sordera colectiva, mundial, en la que todos hablan y muy pocos, o casi nadie, escucha. La velocidad de la comunicación, achica y hasta extingue los periodos históricos. Las instituciones de todos los niveles viven bajo el asedio constante de las redes sociales, cuya superficialidad se convierte en una cortina de humo permanente que impide ver la realidad. En este fenómeno, el surgimiento de liderazgos sin capacidad alguna, se convierten, de un día a otro, en los grandes conductores de masivos rebaños de ciegos adictos a las pantallas de los móviles, las computadoras o televisores. Contenidos cuya veracidad siempre está en duda circulan masivamente con pocos datos, pero muchas calificaciones y más, muchas más descalificaciones. La comunicación rebasada.
Dos fenómenos graves. El denominador común, y la conclusión en los fenómenos internacionales y los hechos cotidianos locales, puede expresarse de manera simple: la gente migra porque quiere vivir bien y en paz, y huye de donde sólo encuentra pobreza, marginación y violencia.
Los migrantes no son criminales ni merecen ser tratados como tales. Los criminales son otros. Pero no existe, por lo pronto, una comunicación que permita prever, atisbar un futuro diferente, sin ser pesimistas, sino que estos fenómenos, por lo pronto, llegaron para quedarse.