Federico Vite
Junio 21, 2016
Francesco Piccolo (traducción de Xavier González Rovira Anagrama, España, 2012, 148 páginas) es autor de Momentos de inadvertida felicidad, un libro que se fundamenta en la reflexión de la cotidianidad; es decir, detalla a manera de ensayo las minucias (recuerdos de películas pornográficas, novelas, comerciales de radio y televisión, el tráfico de Roma, la trashumancia de las botellas de vino que nadie quiere abrir en las reuniones aburridas, el arte de los mensajes por celular, el arribo del whatsapp al mundo solitario de un hombre que liga mucho por las redes sociales) que caracterizan la existencia de una persona. Este documento ha tenido una exitosa venta en Italia; apareció por primera vez en 2010 y desde entonces se ha reeditado cada año. A Piccolo le parece que hay una razón esencial para que su libro sea un producto ejemplar en una industria editorial que apuesta, como la mayoría de las industrias, a lo espectacularmente ruidoso: “Funciona como un antidepresivo”.
El libro, refiere, fue creciendo lentamente; a ratos, con calma. Tomaba notas de lo que ocurría en el día, ya fuera fiestas, visitas al supermercado, al cine, experiencias en el transporte público, molestias y alegrías durante las horas de tráfico; recuerdos mezclados entre la realidad, la literatura y el cine. Aunque tengan dos líneas, o dos páginas, esos instantes se convierten básicamente en relatos. La intención del autor, tal vez una forma muy italiana de entender el mundo, es que al abrir Momentos de inadvertida felicidad uno comprenda, quizá como un catálogo de hallazgos nuevos, que hay una carga de luz potente en la grisura de los días.
El texto no posee una estructura narrativa compleja, se ciñe a lo anecdótico, enhebra, prácticamente como una bitácora sensible, lo cualitativo de instantes perpetuados en la memoria. El documento no está capitulado ni busca una progresión dramática, simple y sencillamente acumula emociones, estancias de humanidad indiscutibles. Piccolo realiza un balance sensible con mucha fortuna. Podría criticarse el hecho de que estemos ante un ejemplar misceláneo, atiborrado de incidencias que adquieren la unidad temática prácticamente por inercia, pero lejos de molestarse por una sutileza, como la unidad temática, celebremos lo atinado de escribir con la intención de comunicar lo humano, con la voluntad de ser leídos, porque la característica esencial de este documento es justamente la facilidad con la que el lector genera empatía con el texto, el autor toca finalmente al otro. El lector, no sólo el italiano, se identifica con los relatos, con la confesión de pequeños actos de rebeldía.
La resolución de algunas historias sirve para recordarnos que el humor es un mecanismo idóneo para romper la cotidianidad (conviene señalar que la literatura mexicana es profundamente seria, enojona, poco risueña). El autor nos da cuenta de los milagros pequeños, cuando la capa de la cebolla, que llamaremos vida diaria, termina agrietándose y encontramos en ella los momentos de intransferible felicidad: eso que es únicamente para uno. Por ejemplo, ver la cara de una mujer que sale de una casa que no es la suya el domingo por la mañana, apenada, como si todo mundo supiera las dimensiones de la travesura recién hecha; la precisión robótica de los farmacéuticos cuando envuelven medicamentos con la misma alegría que un regalo de cumpleaños. Los recuerdos esenciales del partido entre Italia y Brasil en el mundial de 1982.
Varios de los relatos poseen la gracia de la mala leche, el autor se burla de sí mismo, porque, como bien señala Piccolo en una entrevista concedida al diario Corriere della Sera, cuando un autor se propone reflejar la honestidad de ciertos hechos, el lector terminará conociendo aspectos desagradables del escritor que se filtra, ya como un personaje o como una voz, en esos escenarios.
Una de las piezas de Momentos de inadvertida felicidad relata, como si fuese una costumbre típicamente romana, que durante las reuniones entre amigos, recientes o viejos, se suele llevar una botella de vino para ofrendarla a los convidados y esa bottiglia, sin abrirse, termina almacenándose en la casa de una persona desconocida; ese hecho hermana a una comunidad de amigos de los amigos; pero lo realmente curioso, notamos en el texto, es cuando una de esas botellas que uno llevó a la fiesta de alguien vuelve a casa de la mano de una persona nueva, quien ingresa al círculo social de los amigos de los amigos, hermanados por las botellas de vino que nadie quiere abrir. La felicidad en ello, señala el autor, es darse cuenta que se ha cerrado un ciclo. Como notamos, sin ser severo ni neurótico, Momentos de inadvertida felicidad podría definirse como un libro que nos aproxima a eso que facebook e instagram poseen: la estática de lo fragmentario. El plus de este volumen es redescubrir lo emotivo que resulta la felicidad repentina, doméstica.
Durante las presentaciones de este libro, el autor propuso que algunas personas del público contaran cuáles eran sus momentos de inadvertida felicidad. Piccolo confiesa que se sorprendió al oír a un tipo de aspecto rudo esta lacrimógena delación: “Me da felicidad ir al cine; no importa la película, pero escojo el momento exacto para soltar el llanto y dejar que las miradas de todos se dirijan por un momento sólo a mí”.
Francesco Piccolo ha publicado Escribir es un tic: los métodos y las manías de los escritores (Ariel, 2008), Storie di primogeniti e figli unici (Premios Giuseppe Berto y Piero Chiara), E se c’ero dormivo, Il tempo imperfetto, Allegro occidentale, L’Italia spensierata y La separazione del maschio. Es guionista de las películas Caos calmo, de Antonello Grimaldi; La orquesta de la plaza Vittorio, de Agostino Ferrente; El caimán y Habemus papam, de Nanni Moretti. Que tengan un cariñoso martes.