EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Mujeres periodistas

Anituy Rebolledo Ayerdi

Enero 12, 2017

“El historiador del periodismo Pedro Gómez Aparicio da cuenta de la mujer que se considera la primera periodista de España y posiblemente de Europa. Se trata de Francisca de Aculodi, quien en 1883 fundó y dirigió en la ciudad de San Sebastián, el periódico Noticias Principales y Verdaderas. La hoja era una impresión de un periódico que se editaba en Flandes en español. Se asegura, sin embargo, que doña Francisca le añadía noticias que ella misma redactaba. Aculdi se adelantó por 19 años a la inglesa Elizabeth Mallet, quien fundó en Inglaterra el famoso Daily Courant.
En ese tiempo, aun no llegaba a Guerrero la primera imprenta (que hizo su arribo en 1813), y el periodismo que se hacía en Acapulco era el de las llamadas hojas circulantes, antecedente de los diarios actuales. Ni pensar en ese entonces en un periodismo hecho por mujeres. Sin embargo, hay quienes consideran a doña María Leona Martín Vicario como la primera periodista de México, pues como propietaria de una imprenta fundó El Ilustrador Americano.
Don Fortino Ibarra de Anda, en su libro Las Mexicanas en el Periodismo, narra que durante la Guerra de Independencia, siendo Leona Vicario novia de Andrés Quintana Roo, mantenía correspondencia con varios jefes de la rebelión, sus cartas fueron consideradas como noticias con las que ayudaba a la causa independentista, y de acuerdo con el periodista mencionado estas eran transmitidas a El Pensador Mexicano y a las hojas volantes que publicaba el grupo subversivo Los Guadalupanos, así como El Ilustrador Americano y el Semanario Político Americano.
Cuando Leona Vicario (Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria), fue aprehendida, el principal cargo en su contra se sustentó perfectamente en ese hecho: enviar noticias a los rebeldes, por lo que fue llamada “la correspondiente general de los insurgentes”.
Verónica Castrejón Román. Ellas primero, pioneras del periodismo escrito en Acapulco 1939-1999. Rojo Siena editorial, 2013.

María de la O

Doña María de la O, fundadora y dirigente de la Unión Fraternal de Mujeres Trabadoras de Acapulco, adherida al Frente Unico de Lucha de Acapulco, apoya decididamente la candidatura del general Gabriel R. Guevara al gobierno de Guerrero. Y es que los guerrerenses veían en él al hombre capaz de sacar de la pobreza ancestral particularmente a las mujeres y a los campesinos.
Guevara obtiene un triunfo electoral rotundo postulado por el Partido de la Revolución Mexicana y toma posesión como gobernador de la entidad. Mala elección, se dirá muy pronto. Y es que el gobierno guevarista, también muy pronto, mostrará el rostro siniestro de una satrapía. La violencia imperará en toda la entidad gobierno, acompañada por una feroz represión oficial en contra de los campesinos.
Vamos, ni la insobornable dirigente femenil acapulqueña escapará a la hostilidad del militar chilpancingueño. Ello, se ha decir, tenía su origen en un suceso tan atrevido como insólito. La ocasión en que doña María se presenta ante el mandatario para cumplir una orden suya. Se la había dado en Acapulco un triunfal Guevara y era aplicable solo en caso de que el gobierno no empezara con actos justicieros en favor de las mujeres y los campesinos. La dirigente viaja a Chilpancingo y lo hace solo acompañada por doña Monche Valdolívar, su brazo derechofrente a un hipócrita y zalamero gobernador, doña María de la O rechaza la mano que le ofrece sonriente. No obstante se le acerca lo más posible hasta tenerlo a pocos centímetros. Será entonces cuando la dama carraspee con fuerza para lanzar un espeso escupitajo que se estrella en pleno rostro del mandatario. El general de mil batallas se queda paralizado, patidifuso, como dijeron algunos testigos presenciales, mientras la acapulqueña le recordaba: “usted me ordenó hacerlo si no nos cumplía”. Enseguida da la media vuelta para dirigirse hacia salida con gallardía y taconeo sonoro.
A partir de ese día, Guevara acrecentó su odio contra la valiente luchadora nacida en Nuxco, Guerrero. Acoso del que ella se librará el 5 de noviembre de 1935, cuando el gobernante sea destituido del cargo.
Nélida Flores Arellano y América Wences Román. María de la O, una mujer ejemplar. Editorial Hersa, 1992. UAG.
(El general Guevara será uno de los ocho gobernadores impuestos por el presidente Calles, echados del poder apenas asuma la presidencia el general Cárdenas. A Calles lo echa, pero del país. Nunca nadie comentó en público la reacción del gobernante estatal ante el escupitajo de doña María de la O. La única revelación sobre el percance fue quizás el comentario cantinero de uno de sus pistoleros. “Fue cosa de Dios –repetía un dicho de Guevara–, el que yo no haya sacado la fusca para vaciársela a la pinche vieja esa”).

El Siete Leguas

Cuando la noche del 8 de septiembre de 1959 llegaba a la casa de La Bandida en la ciudad de México, para ser presentado a ella por Filemón Carmona Rivera, director de la revista México en Acción, acapulqueño y periodista combativo cuya vida es un haz de aventuras pintorescas y que atraviesa hoy por una tregua obligado por las represalias del “Ministro del Odio” (Donato Miranda Fonseca), no tenía idea de quien era realmente tal mujer. Su gran importancia en la vida pública de México y vida privada de los hombres públicos.
La idea de entrevistar a María Ahedo, más tarde Graciela Olmos, heredera del apodo de su pareja sentimental, José Hernández, el famoso Bandido, compañero de Villa, era de Regino Hernández Llergo. El director de la revista Impacto pretendía publicar por entregas las memorias de la soldadera convertida en sacerdotisa del amor. Regenta, ni más ni menos, que de la más famosa y influyente casa de citas de México. Un lupanar gozando de valimiento e impunidad por parte de varios presidentes de México, desde Calles hasta Cortines y López. Y es que todos ellos encontrarán con La Bandida el consuelo y el apapacho, la copa del olvido y los besos mustios de sus “hijuelas”.
“Todos, excepto Cárdenas”, advertía ella. Y es que yo lo herí mucho con mis corridos en los que no le bajaba de Trompudo, pero aun así se portó noble y generoso. Antes de establecerme en la calle Durango la policía me persiguió y algunas veces me detuvieron. Fue él quien siempre ordenó: ¡no la toquen!

Sus canciones

La Bandida tuvo vuelos de artista, y acaso sea ese aspecto suyo el que perdure en la voz, la guitarra, la melodía y la letra de cientos de canciones principalmente corridos. Ahí están: La Enramada (ya la enramada se secó, el cielo el agua le negó…) orgullosa de que se la habían grabada en Berlin, ¡cantada en alemán!, y La Carabela (estoy en el puente de mi Carabela y llevo mi alma prendida al timón). Se la cantó Javier Solís, uno de sus muchos hijotos como llamaba a sus protegidos.
Pero la señora fue ante todo una consumada corridista y entre algunos: El corrido de Durango, de Benito Canales, de Benjamín Argumedo, de Eisenhower, Yo Colón, y, sin duda el más famoso dedicado al Siete Leguas, “el caballo que Villa más estimaba”.
Más tarde figuras estelares del espectáculo, no pocos cantantes y compositores se hicieron a la sombra matriarcal de doña Graciela. Con ella “huesearon” Marco Antonio Muñiz, Álvaro Carrillo, Pepe Jara, Carlos Lico y no pocos tríos. Agustín Lara fue su amigo íntimo y ella le presenta a Ruth Delorche, cuya belleza fuera de serie le inspira Señora Tentación. El Flaco se la peló con ella porque era amante de “mi general Calles”. El periodista Alberto Domingo, más tarde jefe de información de la revista Siempre, fue cantinero de La Bandida aunque más tarde, contaba ella, “ascendió a padrote”.
Hablando de las recompensas que le han dejado su música habla de que los biografiados son unos desgraciados. Mejor los gringos. El presidente Eisenhower, por ejemplo, cuando estuvo en Acapulco conoció el corrido que le dediqué y entonces me mando mil dólares. Me los trajo Mr. Hagherty, su secretario de prensa. Vino con su señora seguramente para defenderlo de nosotras.
“He llegado –confesaba María Ahedo–, a la edad del metal: pelo plateado, dientes de oro y pies de plomo. Y yo que estaba orgullosa de mis manos, mis pies, mi pelo, mis dientes y mi pecho. Pero cuarenta años de beber sin descanso, desveladas diarias, apuraciones, sustos y berrinches acabaron conmigo”.
Otro motivo de presunción por parte de la Ñora consistía en la preparación de sus damas. Tenían maestros e instructores de urbanidad, buenos modales, estética, danza, natación y hasta de Historia de México. Listas para atender a príncipes, embajadores pero básicamente a los hombres más poderos de este país (y los más ricos, por supuesto) . Entre ellas La Gata, La Bigotes, La Obsidiana, Urania, La China, La Valentina, La Nancy, Ámbar, La Torera, Rebeca y La Malinche. Algunas de ellas tendrán más tarde sus propios negocios , atenidas a una sentencia de La Bandida: “Donde hay putas no hay hambre”.
Eduardo Muñúzuri. Memorias de La Bandida. Costa Amic, 1965.

La importancia de llamarse Aurelio

Malicia siguió jugando con mi nombre.
–¿Cómo estás, Aburrelio?
La invité al cine para ver si dejaba de jugar con la sintaxis.
–Ya vi esa película, Burrelio.
Fuimos al bar y no faltó quien invitara una copa.
–Te alivianaron la cuenta, Gorrelio.
Jugamos una partida de ajedrez y perdí.
–Mala onda, Fraudelio.
Luego la invité al departamento y me llamó Sexelio.
Al despertar:
–Invita a comer Crudelio.
No le hice caso a sus renovados juegos e insistió: ¿Que pasó, Hamburguelio?
Desesperado me convertí en hamburguesa.
Me devoró. Aurelio Peláez Maya. Reportero de El Sur. Kafkapulco. Crónica. colección IMA. Editorial Praxis, 2015