Federico Vite
Noviembre 15, 2016
(Primera de dos partes)
La amiga estupenda (traducción de Celia Filipette. Lumen. Barcelona, 2012. 386 páginas), de Elena Ferrante, es la primera entrega de una tetralogía que dibuja el arco dramático de una relación amistosa potente, y de competencia natural, entre dos mujeres que vieron crecer a sus pies la enigmática Nápoles del siglo pasado. Más que una ciudad, un fantasma trata de explicarse la noción del mundo tras la guerra.
Conocemos la vida de Lenù y Lila, mujeres jóvenes que intentan gobernar su vida y sobrevivir en un mundo que castiga la inteligencia y premia la soberbia y, aún más, la estupidez. Estos dos chicas poseen habilidades intelectuales y emotivas superiores al promedio de la población, son bichos raros en un mundo que se caracteriza por hacer pedazos a los listos, por humillar a los sensibles, esencialmente pobres todos ellos. En torno a estos dos personajes aparecen los maestros, los vecinos del barrio, los alumnos, los borrachos, los haraganes, quienes son vistos desde la infancia de la narradora, Elena Greco (Lenù), como un paisaje inestable, triste, profundamente masculino. Los reunidos en torno a ellas, el pueblo, digamos, revela un carácter hiperviolento, una educación sentimental abollada y una incapacidad para abrir los portones del pecho. Casi todos ellos, asolados por una dignidad extraña, un código de valores en el que el honor y la violencia resultan de gran importancia, son pues los ejes de una forma de respeto que se reproduce con mucha facilidad en la población, son en realidad la clave de una educación sentimental que define el comportamiento de los hombres y de las mujeres, adiestrados en el arte del sufrimiento.
Esta novela de Ferrante toca, por momentos y con acierto, el realismo social. El libro no es un panfleto, está contado sin la moción de un activista pero con la contundencia suficiente para recordarnos que al representar fielmente la realidad creamos una tensión emocional que nos evita la idealización de un futuro próspero. Más que ideales feministas o una crítica caricaturizada de lo masculino, el lector presencia un desfile de personajes que dota de sentido el comportamiento de las protagonistas, confieren un contexto en el que ellas se ven tan confundidas como los adultos, en el que ellas, casi por inercia, comienzan a experimentar la necesidad de huir, aunque realmente no saben de qué ni para qué. Esta historia refiere directamente a Mujercitas, de Louise May Alcott, incluso se menciona en esta novela como uno de los pilares femeninos, pero más allá de esa presencia literaria constante y esencial en La amiga estupenda, Ferrante en realidad nos quiere mostrar los cimientos de un país que ha sido diseñado para escapar.
Las primeras líneas del libro dan cuenta de una desaparición. Vemos los bocetos de esa infancia, en la que Lenù trabaja para reinventar la imagen de un afecto: “Hace por lo menos treinta años que me dice que quiere desaparecer sin dejar rastro, y yo solo sé qué quiere decir. Nunca tuvo en mente una fuga, un cambio de identidad, el sueño de rehacer su vida en otra parte. Tampoco nunca pensó en suicidarse […]. Veremos quién se sale con la suya, me dije. Fue entonces cuando encendí la computadora y me puse a escribir hasta el último detalle de nuestra historia, todo lo que quedó grabado en la memoria”.
Puesto en esas líneas, el motivo por el que arranca la novela es básicamente una estrategia de seguridad en la que se sondea un misterio. El estilo juega a dos bandas, un desorden aparente y una precisión abrumadora; Ferrante desmadeja el relato, suelta al lector, y atrapa nuevamente su atención con una serie de reflexiones en las que muestra la vitalidad política de Italia con gran claridad. Aprieta las tuercas del suspenso y capítulos después relaja el trote. Insisto, la voz que cuenta la historia se maneja a dos bandas; la narradora es atrevida y moderna, de pronto muta a lo cauteloso y a lo tradicional. Oleajes que forman parte de un mismo ritmo. Lina es puro intelecto; Lenù pura emoción.
La crítica literaria ha encumbrado a Ferrante por la honestidad con que analiza los amplios espectros mentales de la mujer. El relato se sostiene precisamente por estancias sensibles que tienen un impacto directo en el lector; por ejemplo, el paso por la escuela pública, donde la vejación, la constante humillación, los ataques físicos entre niños, los ataques físicos entre niñas, todo ese caldo de cultivo sirve para enunciar un firme propósito: Estamos listos para salir a ejercitar el dolor que me han infligido.
Se ha especulado mucho sobre la identidad de Elena Ferrante; sus editores italianos, Sandro Ferri y Sandra Ozzola, han respetado el anonimato, una especie de burbuja que le permite saber qué dicen de ella sin el temor natural a la exposición, al exhibicionismo. Ferrante es una napolitana mayor de 60 años. Concedió vía correo electrónico una entrevista a Vanity fair en la que contaba, tal vez de manera superficial, cómo empezó a surgir en ella la voluntad de escribir la tetralogía napolitana. Después de leer Mentira y sortilegio, de Elsa Morante, dijo, comencé a darle forma, a idear mis libros. Y justamente bajo esa óptica notamos una serie de parecidos entre Morante y Ferrante, incluso hasta en la eufonía del apellido. Que tengan buen martes.