Humberto Musacchio
Octubre 03, 2019
El viejo régimen está liquidado y la mejor prueba es que sus principales partidos están en la lona y difícilmente se levantarán. Sin embargo, lo nuevo apenas empieza y el futuro de México está en juego. El país camina no a ciegas, pero sí en un ambiente brumoso lleno de obstáculos y peligros.
De esa situación incierta se ocupa Socorro Díaz en su libro Muro de ira y humo. El presente de la relación México-Estados Unidos (Siglo XXI, 2019). En esas páginas, la destacada periodista y política ofrece un apretado pero interesantísimo y muy bien documentado panorama del momento que vive México en relación con el vecino del norte y con el mundo. Por supuesto, en el centro de sus preocupaciones está la manifiesta hostilidad de Donald Trump hacia México, país al que escogió “como rehén de presiones, desahogos y estridencias publicitarias” guiado por una divisa de origen zoológico: “El verdadero poder es el miedo”.
A propósito del muy publicitado “muro de la ignominia” que pretende impedir el paso de indocumentados a la llamada Unión Americana, Socorro Díaz traza en pocas páginas un retrato de Trump para explicarnos el porqué de tantas declaraciones irracionales y de las abundantes medidas ofensivas para México, las que son y serán altamente lesivas para los propios estadunidenses, pues los primeros 92 kilómetros de la valla fronteriza ya le costaron a los contribuyentes de aquel país dos mil millones de dólares, gasto inútil, pues no se detiene el nomadismo con esa clase de barreras, sino promoviendo y mejorando las condiciones de vida de los países expulsores de migrantes.
La xenofobia trumpista resulta incomprensible a la luz de los procesos de integración que han marcado al mundo en las últimas décadas. Menos aún se entiende el odio del personaje hacia los migrantes porque rompe –dice nuestra autora– “con la conformación histórica” de la sociedad estadunidense, “integrada por olas sucesivas de migraciones de todas las regiones del mundo”, de hombres y mujeres emprendedores que iban en busca de una vida mejor, con la obvia excepción de los miles de esclavos africanos arrancados por la fuerza de sus lugares de origen.
Nieto de un inmigrante alemán e hijo de un padre perteneciente al siniestro Ku Klux Klan, la madre del presidente de Estados Unidos fue una escocesa que entró en Estados Unidos como “ilegal”, una indocumentada que fue trabajadora doméstica durante cuatro años, al término de los cuales obtuvo la nacionalidad estadunidense y después casó con Fred Trump, con quien procreó cinco hijos, lo que no le impidió contribuir en calidad de voluntaria en organizaciones filantrópicas como Women’s Auxiliary of Jamaica Hospital o en el Jamaica Day Nursery (Jamaica es un barrio del distrito neoyorkino de Queens).
Trump, descendiente de emprendedores, lejos de sentirse orgulloso de su origen, arrastra un notorio resentimiento y tiene una visión racista muy explicable en la sociedad donde pesan tanto los rasgos étnicos, lo que desde luego no es privativo de Estados Unidos, sino que lo vemos incluso en México.
El trato con un individuo de ese perfil no sería fácil para ningún presidente mexicano, menos aún para uno que transita apenas por el primer año del sexenio en el cual se va haciendo de los hilos que le permitan manejar la situación. Sin embargo, ni siquiera por eso es aconsejable ceder ante exigencias desmesuradas y lesivas al interés nacional.
“Enredado en promesas de campaña, convicciones ideológicas y cierta ingenuidad que soslaya la capacidad estratégica de los halcones” de Estados Unidos, Socorro Díaz señala que “el gobierno del presidente López Obrador ha calculado que las declaraciones de amistad y buena vecindad son suficientes para aplacar las furias declarativas y operativas del vecino”. Pero no hay tal.
“El uso de México como tercer país seguro es una de las propuestas más ofensivas que gobierno alguno haya recibido en la historia reciente del país… No hay disculpa, declaración o encuesta a modo que pueda encubrir la traición que significa una cesión territorial por parte del gobierno de México a Estados Unidos, aunque para ello se invoquen los derechos humanos de los migrantes”.
Lo que dice Socorro Díaz es claro y contundente. ¿La escucharán?