EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Navidad en las montañas

Arturo Martínez Núñez

Diciembre 21, 2021

 

La noche del 24 de diciembre, a lo largo y ancho del país, los mexicanos celebramos acaso la más importante y observada festividad del año. Más allá del carácter religioso y comercial que en algunos momentos resulta asfixiante, la navidad, más concretamente la nochebuena (la víspera del nacimiento de Jesús) es una fecha importante en la que los mexicanos se reúnen alrededor del pan y la sal.
Sin importar la forma religiosa que se practique (si es que se practica alguna), es una realidad que esta festividad se ha constituido como un punto de unión para las familias y amistades. Es la fecha en que los humanos perdonan y piden perdón, reflexionan sobre lo hecho en el pasado y hacen promesas respecto a lo que harán en el futuro.
En momentos tan complicados para la nación y para el mundo entero, la reflexión espiritual parece surgir como trozo de madera en medio del naufragio. Las personas y las organizaciones necesitamos recapacitar sobre qué hemos hecho, hacia dónde nos dirigimos y cómo lo estamos haciendo.
En la magnifica obra de Ignacio Manuel Altamirano, Navidad en las montañas (1871), un capitán del ejército se encuentra perdido en medio de las montañas, huyendo de los conflictos generados por la guerra civil. De pronto su criado hace contacto con un cura que también cabalga por los rumbos y que amablemente invita a los viajeros a celebrar la nochebuena en un pueblecillo. El capitán accede no sin antes dudar de las intenciones del religioso no solo por las resistencias que tiene siendo soldado liberal, con la iglesia, sino que además el sacerdote es español.
A lo largo del viaje, el sacerdote va contando al capitán sobre el trabajo social que ha realizado en el pueblo, diferenciándose claramente de la mayoría del clero que parece preferir vivir en la opulencia antes que compartir la cruz con su pueblo.
A medida que el capitán va escuchando el relato del cura y la forma en que éste ha contribuido al desarrollo del pueblo al que sirve, comienza a reconciliarse con la religión que él pensaba ya extraviada en manos de las elites eclesiásticas asociadas a los poderes fácticos.
Dice el cura: “… yo no pierdo de vista que soy, ante todo, misionero evangélico. Sólo que yo comprendo así mi cristiana misión: debo procurar el bien de mis semejantes por todos los medios honrados; a ese fin debo invocar la religión de Jesús como causa, para tener la civilización y la virtud como buen resultado preciso; el Evangelio no sólo es la Buena Nueva desde el sentido de la conciencia religiosa y moral, sino también desde el punto de vista del bienestar social. La bella y santa idea de la fraternidad humana en todas sus aplicaciones, debe encontrar en el misionero evangélico su más entusiasta propagandista; y así es como este apóstol logrará llevar a los altares de un Dios de paz a un pueblo dócil, regenerado por el trabajo y la virtud; al campo y al taller, a un pueblo inspirado por la idea religiosa que le ha impuesto, como una ley santa, la ley del trabajo y de la hermandad.”
El capitán exclama entusiasmado: “Señor cura ¡usted es un demócrata verdadero!”. Y el cura le responde sonriendo: “Demó-crata o discípulo del gran Maestro Jesús ¿no es acaso la misma cosa…?”
Hoy la Navidad en las montañas, en las costas y los valles, en las sierras y en las planicies, debe ser una invitación para encontrar aquello que estamos buscando: la salud, la paz, la justicia, el bienestar de todos.
Porque todos debemos entender que si no hay progreso para todos no lo habrá para ninguno. El bienestar de los desamparados significa la paz de los ricos y la justicia para los olvidados significa la salud de los privilegiados. Sobre este barquito de papel llamado Tierra –frágil y endeble ante las inclemencias ambientales, financieras y políticas– viajamos todos y hasta que no lo entendamos así, seguiremos actuando equivocadamente pensando en el bien personal antes que en el colectivo; premiando al que sobresale pasando por encima de los demás y no al que sobresale por trabajar para los demás; reconociendo al que consigue logros personales y no al que busca los colectivos.
Ojala que esta nochebuena, al calor de los abrazos y de los brindis, al amparo de los regalos y las canciones, con la satisfacción de los alimentos y el bullicio de los cantos, encontremos un espacio para que cada uno –a la manera que cada quien lo entienda–, reflexione y medite unos instantes por el bienestar de los demás.