EL-SUR

Lunes 22 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Necesitamos aprender a dialogar

Jesús Mendoza Zaragoza

Febrero 14, 2022

El enfrentamiento entre estudiantes normalistas de Ayotzinapa y elementos de la Guardia Nacional y de la Policía Estatal ha manifestado una carencia monumental en la manera de hacer política en México, y en Guerrero, en particular: no hay capacidades para dialogar. Además, ese evento tuvo un efecto de polarización social, pues se manifestaron muchas voces contra los estudiantes que hasta pedían el cierre de la Normal Rural de Ayotzinapa, mientras que otras tantas defendían las causas de sus movilizaciones. Afortunadamente, hubo voces que se pronunciaron por resolver esta ya vieja problemática política mediante el diálogo.
La política de confrontación, que es tan común ahora, tiene como raíz el autoritarismo tradicional del sistema político mexicano y se alimenta de posiciones ideológicas y sociales contradictorias. Las partes confrontadas no logran encontrar un camino pacífico para resolver los conflictos y buscan presionar a los adversarios mediante medidas violentas como la represión, la manipulación, las mentiras, la criminalización y la vandalización.
La práctica del diálogo es mirada con desconfianza por muchos. Hay quienes la ven como una muestra de debilidad social y política, y creen que las medidas violentas son más eficaces. Hay un rezago en la construcción de una cultura del diálogo, debido a posiciones ideológicas y al clima de desconfianza que prevalece en el entorno político. Esta carencia de la cultura del diálogo tiene efectos dañinos para el avance democrático y nos estanca en caminos inservibles para la convivencia social. Por otra parte, el camino hacia la paz resulta muy accidentado, entre avances, retrocesos, extravíos y parálisis social.
No sabemos dialogar, no estamos equipados para hacerlo. Nos estorban las ideas retorcidas que tenemos unos y otros, al igual que los sentimientos y emociones descontroladas. No estamos educados para dialogar, para escuchar pacientemente a quienes tienen posiciones diferentes, para respetar la dignidad de las personas, incluidas quienes vemos como adversarias, para el reconocimiento del otro, para la búsqueda de coincidencias, para el intercambio de opiniones, para llegar a consensos, para aceptar que nadie tiene el monopolio de la verdad. Ni la mente ni el corazón funcionan para eso.
El estilo de la política autoritaria que hemos heredado nos ha dejado inercias del pasado que nos hacen muy complicado el diálogo. Esa política de desencuentros, de condenas, de mentiras y calumnias y de noticias falsas, nos hace difícil ese camino. El interés que prevalece es arrasar con los adversarios, descalificarlos o destruirlos y pone muros en el camino. Esta cultura política ha dañado a la clase política y a la sociedad misma y nos coloca a todos en actitudes de ataque o de defensa.
¿Cuándo podremos visualizar la política como una manera de facilitarnos el diálogo poniendo las condiciones para que sea posible? Y dialogar significa el reconocimiento de que los otros, aún los adversarios, sean quienes sean, tienen derechos, como el de ser escuchados con respeto con una visión estratégica, y no de una manera simulada. Y significa también la relativización de cualquier ideología que le dé preponderancia al conflicto sobre la unidad social. La realidad es más fundamental que cualquier ideología del pasado o del presente. Y la realidad nos dice que la confrontación es improductiva y que los conflictos pueden ser transformados en oportunidades para mejorar la convivencia social. El conflicto es parte de la vida, pero no nos podemos estacionar en él. El conflicto puede ser una oportunidad para la paz, para el desarrollo y para la democracia.
De suyo, violencia que proviene de la delincuencia organizada nos ha arrinconado en el miedo y en la inseguridad y no podemos resolverla después de muchos años. Este gran desafío hace urgente el aprendizaje en el camino del diálogo ya que, si estamos enfrentados desde el gobierno o desde la sociedad, nos desgastamos mirando adversarios por todas partes y carecemos de la capacidad para resolver el tema de la delincuencia organizada. Por ello, es urgente la construcción de una cultura del encuentro y del diálogo social.
Es preciso aprender el camino del diálogo, haciendo a un lado miedos, prejuicios y odios manifiestos u ocultos. Es el único camino que promete un futuro mejor para todos. Como decía Jesús el nazareno: “Sean astutos como serpientes y sencillos como palomas” (Mateo 10, 16). Esa sabiduría es necesaria para hacer posible el diálogo social que tanto necesitamos. El diálogo no es expresión de debilidad sino de fortaleza. Es cierto que tenemos tantas diferencias en la manera de pensar, de sentir y de intervenir en la sociedad, pero podemos lograr, no uniformidad sino unidad, la unidad básica fruto de una democracia en la que todos nos escuchamos y nos respetamos.